miércoles, 27 de abril de 2011

Opus nº1: "Crónicas de una nefelibata errante"

Es tarde. Es tarde y escribo. Era ya imposible controlar este monstruo que dormita en mí y que me despedaza alimentándose de mis ideas, este nudo en la garganta, este veneno que me aguijonea, el calor de las lágrimas asomándose a mis ojos... los delirios de inspiración pueden ser terribles. Entonces se abre la puerta de la vesania con un melodioso chirrido y te conviertes en tu juez y en tu verdugo. Hundirse en la noche, en tu propia pesadilla, luchando contra la incertidumbre... no. Jamás. Es por eso que prefiero ver este río de tinta fluir como sangre de mis venas, aliviando un dolor perenne. ¿esto es un monólogo interior, un experimento, una escritura automática desautomatizada? No sé. Sólo sé que escribo y escribo, perfilando con trazos mis emociones.
Es dolorosa esa sensación de vacío cuando tus alas se quiebran y te abandonan. Nacemos ángeles y nos tornamos demonios, abrazando angustiosamente la corrupción que precede cada paso en este mundo. Resistirse es en vano. La dulce y eterna promesa ¿es una idealización efímera?
Luego te entregas, como una flor a su última primavera, derramando su pureza en pétalos desordenadamente. Me ha vuelto a desdeñar la caprichosa y fragante estación con sus falsos juramentos.
Mientras tanto, te deshaces en rubíes, flotando en una catarsis de desvarío. La salvación se me escapa entre mis tremulosos dedos.
¿La has ahuyentado de nuevo?

domingo, 17 de abril de 2011

Erika, vendedora de oportunidades

Empezaba a amanecer. Los esquivos y pálidos rayos de sol reptaban por el suelo hasta escalar acariciando las sábanas del lecho. Erika despertó tras un sueño inquieto, era la condena que estaba condenada a sufrir por su ritmo de vida. Se incorporó lentamente, fue hasta el salón y observó a su alrededor: en la mesita baja descansaba un ordenador portátil aún abierto, un plato, un vaso y restos de comida, señal de que se había pasado hasta altas horas de la madrugada trabajando.



El día, un lunes otoñal que para los locales sería gélido, a ella se le antojaba templado e incluso idílico. Se miró en el espejo contrariada, quizás era el momento de cambiar de vida, tal vez aquella locura había durado demasiado, había llegado demasiado lejos… decididamente, aquella promesa fallida revoloteaba por su mente muchas veces sin resultado, y permanecía como mera intención sin llegar a más. Sabía que aquel propósito era renunciar a su identidad, que, por otro lado, había forjado personalmente con trabajo y empeño.


Se contempló atentamente y llegó a la conclusión de que tenía bastantes cualidades como para desear y conseguir lo que quisiese. Sus profundos rasgos germánicos resplandecían con aún más fuerza en su juventud: alta, atlética, con una melena del rubio más blanquecino y ojos de una transparencia felina. No podía negar su origen alemán. Le era imposible ocultar sus maneras elegantes y aristocráticas. Su familia, una antigua estirpe de burgueses berlineses, había mantenido un modo de vida y de ser anacrónico desde que Erika podía hacer uso de memoria. Había sido educada para limar todas las asperezas y crear una personalidad perfecta. Un diamante prístino y resplandeciente. Había adquirido una sobrada cultura, y conocía todos los secretos de la esgrima, del tiro al plato e incluso de la equitación. Se había criado como la heredera de una familia dispuesta a mantener firmemente sus decisiones ocurriese lo que ocurriese.


Sus abuelos, según Erika había podido constatar, habían apoyado el régimen de Hitler durante la segunda guerra mundial y eso les dio aún más poder como familia. Durante la decadencia muchos de ellos sufrieron las represalias, se exiliaron e incluso alguno acabó en los juicios de Nuremberg. Ella era la oveja negra. Desde que nació la disciplina le parecía demasiado dura. Su futuro y su lugar no estaban allí. Erika no los añoraba. Sus padres y sus hermanos menores jamás se habían interesado en algo más que en vivir conforme a sus dictámenes, así que no recordaba haber recibido de ellos sino gritos y golpes. Se sentía extrañamente lejana y fría, como en otro planeta, al pasar por el calendario algunas fechas señaladas como aniversarios, cumpleaños… pero aquel amago de melancolía pasaba pronto, ella no permitía que se extendiese.


Había huido despavorida del núcleo familiar en el que su anhelo de libertad personal era menospreciado. Tras bastantes luchas y muchas discusiones, sus padres la autorizaron para marcharse a estudiar a España. Aquel país era el más alejado de Alemania en Europa que le atraía. Eligió la carrera de derecho. Su intención, según había explicado a sus padres, era la de formarse en varios países para adquirir una perspectiva adecuada del derecho europeo. Pero nunca llegó a terminar sus estudios. La universidad se convirtió en uno de sus últimos intereses casi al poco de llegar, creía que eso la frenaba en la construcción de su nueva vida. Realmente se sentía plenamente preparada para afrontar el cambio, pero no hallaba un trabajo en el que poder destacar y sentirse realizada.


La respuesta le llegó de improviso. Andando por el centro de Sevilla, su hogar, durante la noche, un ladrón se le acercó para robarle el bolso. Llevaba un cuchillo pero Erika no se amedrentó al verlo. Le plantó cara y lo redujo sin mucho esfuerzo. Finalmente lo dejó ir cuando éste le hubo entregado el arma y prometido que no volvería a robar. Nunca lo denunció. En aquel momento Erika se sintió poderosa y con afán justiciero. Sus conocimientos de defensa personal y su sangre fría la habían salvado así que, ¿Por qué no usarlos para vivir? Entonces lo vio claro, se haría asesina a sueldo. Un trabajo como otro cualquiera, pensó, pero con más adrenalina.


Se anunciaba en Internet con el nombre en clave de “White Queen”, la reina blanca. Su simbología nacía del ajedrez. La dama es la pieza más importante del juego, o al menos la que más movilidad tiene y las blancas siempre mueven primero, con lo que tienen ventaja. Tenía bastantes recursos como para salir victoriosa de las peligrosas misiones en las que se embarcaba: bastante puntería con armas de fuego y tampoco tenían secretos para ella las armas blancas. Además sus exiguos pero suficientes conocimientos sobre química le permitían usar sustancias como venenos y somníferos con gran eficacia.


Y le iba bien. Sólo aceptaba los “casos” que realmente la interesaban, aquellos en los que en la muerte del objetivo hubiese algún trasfondo moral correcto. Su fama alcanzó pronto las altas esferas de la mafia y de la delincuencia y su nombre se susurraba con admiración y temor. La policía estaba desbordada y se veía incapaz de atrapar a un asesino con tal grado de planeamiento. Las escenas del crimen estaban impolutas, no había trazas de ADN, ni huellas, ni casquillos, nada.


Erika era metódica, la disciplina que le habían inculcado le había enseñado el camino a la perfección, o a la imperfección más perfecta, pero en noticiarios y periódicos, sus crímenes aparecían como perfectos. Su modus operandi era algo cambiante, pero su firma era su sello de identidad. Siempre dejaba junto al cuerpo una reina blanca del ajedrez y una tarjeta con las palabras: jaque mate. Era su forma de darse a conocer e inspirar aún más miedo en sus posibles enemigos.


Siempre salía airosa. Su filosofía le decía que no se trataba sólo de eliminar al objetivo sino de hacerlo con la mayor rapidez, precisión, pulcritud, sin dejar pistas ni testigos y sin sufrir un solo rasguño. Su entrega y su forma de ser y actuar la habían hecho reinventarse, era totalmente diferente y nueva y no podía renunciar a ello. White Queen y ella eran la misma persona, pero Erika perdía paulatinamente fuerza e iba siendo absorbida por WQ, como también la nombraban. Muchas veces pensaba que Erika era solo un espectro de una época que merecía la pena olvidar. Recapacitaba en cambiarse la nacionalidad para romper con todo, pero por alguna razón aquello se le antojaba demasiado arriesgado, tampoco quería borrar a Erika así.


En los últimos años su vida había sido un caos. Llamadas intempestivas, extrañas visitas que alertaban a los vecinos, amenazas… se había limitado a sobrevivir pese a que su situación económica le habría permitido retirarse holgadamente, pero algo la ataba a aquel nuevo oficio. Tenía tantos enemigos como colaboradores. Pero los primeros, sicarios como ella, tenían más peso en su vida diaria. Se disputaban el trabajo y la competencia era feroz. Había tomado por costumbre revisar los bajos de su coche antes de montarse porque nunca se sabía quien podría querer verla muerta y aunque se aseguraba de que nadie la seguía después de cumplir con sus encargos jamás se sentiría segura del todo. “Supongo que ahora comprendo a Kant-se dijo-necesito una paz perpetua”.


Erika sintió todo el peso de aquel lunes rutinario sobre sus hombros, pero no le importó. Tras consultar la hora concluyó que no llegaría a tiempo a su trabajo, por lo que no trató de apresurarse. Había logrado un empleo en una floristería cercana cuyo salario apenas le permitía cubrir los gastos. Sin embargo, era un modo de guardar las apariencias, no era su “verdadero oficio”, aunque trabajar entre violetas y orquídeas la tranquilizaba. Irónicamente cuidaba con mimo y solícita atención todas aquellas plantas, incluso experimentaba una leve desazón existencial si las veía marchitarse, pero no se amedrentaba a la hora de apretar el gatillo. “La belleza de las flores es sincera-se repitió mentalmente-la belleza de las personas es la que suele ajarse”.


Tras esa reflexión procedió a tomar una ducha con la que sacudirse el cansancio. Envuelta en una toalla blanca, sintiendo la frialdad del mármol y de la constelación de minúsculas gotas de agua que serpenteaban caprichosamente por su espalda avanzó hasta el salón y se sentó frente a su ordenador. Meditaba si acudiría a su trabajo aquella mañana, un probable despido no la preocupaba, aunque ante la posibilidad de abandonar a sus flores sintió cierto amago de desdicha.


Erika tomó de la mesita la más reciente de las varias tarjetas de cartulina que había recibido en su buzón. No tenían firma, estaban manuscritas y contenían mensajes enigmáticos, lo que le indicaba que quizá se trataba del intento de un “cliente” por contactar con ella. La persona que realizaba los envíos debía personarse para introducirlos en el buzón de Erika, por lo que conocía su dirección. Ignoraba cómo alguien podía haberla encontrado con tanta facilidad. El apartamento en que vivía era el quinto en que lo había hecho desde que llegase al país. Por otra parte, el hecho de que su anónimo cliente (o rival) las escribiese de su puño y letra denotaba un interés personal y firme por llamar su atención. Además de un rasgo de inexperiencia. La letra es una manera muy sutil de darse a conocer cuya importancia suele ser ignorada por la gran mayoría de la gente.


Aquel misterio estimulaba su curiosidad y la incitaba a resolverlo. A pesar del peligro al que podía exponerse tomó la determinación desentrañar el asunto por completo. Colocó las tarjetas por orden cronológico y las analizó detenidamente, la caligrafía era puramente femenina, aunque con trazos infantiles y erráticos. Los mensajes se habían hecho cada vez más complejos y elaborados, al menos hasta la última tarjeta, que había aparecido en su buzón una semana atrás. Su lacónico y amenazante contenido rezaba: “si realmente te interesa salvarla, ven a verme” a modo de ultimátum e incluía una dirección, un día y una hora para celebrar un encuentro. No sabía a qué se refería y no se había molestado en pensar en ello hasta precisamente aquel lunes de fines de octubre, fecha en la que, si acudía, tendría la ocasión de encontrarse con aquel anónimo remitente.


Optó por asistir a la cita, si se trataba de una amenaza debía combatirla frontalmente. Se vistió enseguida y se maquilló lo suficiente como para disimular la mella que las pocas horas de sueño y descanso habían dejado en ella. Le quedaba bastante tiempo hasta la hora convenida, sin embargo, como para mentalizarse se enfundó unos guantes de piel negros y cargó su Walther P99, su leal compañera de fatigas. Luego tomó la dama blanca modelo Staunton que tenía preparada para su próxima misión, junto con la tarjeta en que se podía leer “jaque mate” y lo introdujo todo en su bolso.






***


La cafetería, de estilo inglés, se encontraba en una céntrica zona de la ciudad. Erika entró y paseó su mirada distraídamente por el lugar, fingía desinterés, su cliente ya la habría localizado y contactaría con ella, no debía apresurarse. Se dirigió a la barra aspirando el fuerte aroma a café y comprobó que se hallaba casi vacía, puesto que era bastante temprano. Pidió un té verde y abonó el importe. Junto a ella se sentó una joven morena de pelo corto y rizado, que la observaba sin afán de disimular, dominada por la inquietud. Erika se sonrió, jamás se había enfrentado a una situación tan curiosa.


-Tú debes ser…-comenzó su interlocutora con un hilo de voz.


-Sentémonos allí,-sugirió Erika señalando una mesa apartada, bajo el hueco de la escalera que subía hacia el comedor-¿Te parece?


No quería que ningún camarero o cliente pudiese captar parte de su conversación, cosa que aquella inexperta joven parecía no considerar. Avanzaron hasta la mesa y tomaron asiento la una frente a la otra. Erika bebió un sorbo de té sintiendo su amarga calidez unida al penetrante frescor de la menta y la hierbabuena. Luego observó a la joven que tenía delante, el rostro demudado por la preocupación. Era bastante joven, posiblemente aún fuese menor de edad, sus enormes ojos de un tono ambarino parecían cuestionarla por las razones que tenía para dedicarse a un oficio tan extraño y arriesgado.


-Mi nombre es…-empezó aquella chica.


-No digas algo de lo que puedas arrepentirte.-la interrumpió Erika de nuevo con una sonrisa cómplice-Evidentemente no tienes ni idea del peligro al que te expones.


La joven sopesó la advertencia y asintió en silencio. Erika se sintió aliviada, no parecía que aquella chica constituyese una amenaza, pero no debía confiarse.


-Escúchame, no quiero saber nada de ti, los únicos datos que me interesan son los de tu objetivo a eliminar, el resto es irrelevante.-sentenció Erika con la firme cadencia de su acento germano-Cuanto menos sepamos la una de la otra será mejor para ambas, ni siquiera deseo saber cómo has llegado a saber de mi existencia, aunque confieso que me intriga, ¿comprendes?-explicó Erika.


Apreció el entendimiento en la expresión de su cliente e hizo una pausa para valorar las circunstancias, la posible misión se le antojaba interesante y divertida.


-¿Quieres tomar algo?-inquirió Erika cortésmente, ante la negativa prosiguió:-Mira, acostumbro a utilizar nombres en clave con mis clientes para evitar problemas y reforzar la confidencialidad, a partir de ahora te llamaré “Black Hair” y tú sólo me conocerás como “White Queen”, ¿tienes algún inconveniente?


-No, obviamente es lo más sensato.-accedió Black Hair con voz aún temblorosa, aunque Erika percibió que se encontraba más serena e incluso algo entusiasmada.


-Bien, pues, ¿Cuál es la jugada?-cuestionó sacando la dama blanca y colocándola sobre la mesa-Cuéntame todos los detalles y los motivos que te llevan a matar a tu objetivo, solamente lo aceptaré si creo que mi intervención actúa a favor del restablecimiento de la Justicia, esa es la única condición.


Black Hair suspendió su mirada sobre el trebejo que Erika había apresado con su mano izquierda, perfilado sobre el negro cuero de los guantes que ésta lucía. Luego inspiró profundamente mientras pensaba de qué manera podía relatarle su historia a White Queen para que aceptase su caso. La observó con gesto suplicante no exento de admiración y pavor a un mismo tiempo.


-Se trata de un chico que vive en el mismo bloque que yo. Vivo en un piso de estudiantes, él vive con su abuela pero tiene serios problemas de adicción y bueno…-su voz se quebró y Erika percibió un audaz destello en sus ojos que presagiaba la presencia de una lluvia de lágrimas-se comporta muy mal con ella. Sus padres murieron en un accidente y la pobre señora se hizo cargo de él desde entonces, aunque no la deja vivir. Hemos denunciado pero… ¡Tienes que hacer algo!


Erika apuró la taza de té y consideró la propuesta, no era un encargo convencional pero había algo que la hacía dudar.


-Tú no quieres matarlo,-apuntó Erika con una sonrisa de suficiencia-de lo contrario me lo habrías dejado claro. Nunca he aceptado este tipo de trabajos que me ofreces, si te soy sincera. Es muy honesto, muy justo lo que me planteas pero, ¿tienes idea de lo que me supondría dejar un testigo vivo?


Black Hair bajó la mirada ante la reprimenda casi maternal de White Queen, sin embargo, en su fuero interno admitía que estaba en lo cierto.


-Tengo mis convicciones y mi metodología: “veni, vidi, vinci”. Apunto, disparo y me voy, no me ocupo de filosofar o disertar sobre cuestiones morales con el objetivo con el fin de que mude su conducta, eso no me corresponde.-precisó White Queen.


El plan de Black Hair tenía numerosas fisuras, su historia la había absorbido por completo pero era una locura. Nunca se había replanteado las consecuencias de sus actos, eso la habría llevado a abandonar, sólo le interesaba que sus clientes estuviesen seguros de su decisión.


-Mira,-White Queen se sentía bastante incómoda y algo culpable, pero no podía inmolarse de aquel modo-sigue ahorrando y espera a que me licencie en Derecho, si algún día lo hago, ¿de acuerdo?


Black Hair comenzó a sollozar en silencio presa de la rabia, entonces Erika supo que le quedaba la última alternativa.


-Black Hair, ¿estás dispuesta a llegar hasta el final, a acarrear con el sentimiento de culpa y a asumir las consecuencias?-cuestionó con voz queda y colocando una mano sobre su hombro-Te advierto que puede destruirte, condicionaría toda la hermosa vida que te queda por delante. Yo aprieto el gatillo y me desentiendo, pero ¿y tú?


Black Hair la miró directamente por primera vez y su penetrante mirada destilaba una seguridad aplastante, era todo lo que Erika necesitaba para seguir adelante.


-Este sábado acompañaré a su abuela a hacer las compras necesarias. La ayudo siempre que me es posible, se ha convertido en mi segunda madre.-expuso con una nostalgia que demostraba el afecto que sentía hacia ella y su interés en protegerla-Tú aprovecharás y entrarás en la casa, el resto, ya lo sabes.






***






Aquel sábado Erika se levantó temprano, la adrenalina previa al cumplimiento de una misión la había mantenido durante la noche sumida en un duermevela disperso, a pesar de que todo lo tenía planeado. Era un sábado soleado y luminoso, presidido por un cielo diáfano, radiante. Erika se duchó y se vistió con un traje de chaqueta granate, además se caló una peluca rojiza y se colocó unas lentillas marrones, para evitar ser reconocida.


Black Hair le había dado autorización para decidir sobre la vida del objetivo, algo que la convertía en una juez suprema, nunca había tenido tal potestad. Por todo ello, Erika intuía que aquella misión tenía suma importancia, era el encargo definitivo, con él tendría la posibilidad de decidir con todas las garantías si continuaba o abandonaba la profesión, algo que era materialmente imposible pero en lo que, llegado el caso, pondría todo su empeño.


Entró en su coche y condujo hasta el lugar indicado, un modesto barrio situado cerca de un polígono industrial. Aparcó cerca del portal y esperó dentro del vehículo hasta que vio salir a Black Hair del brazo de una señora de avanzada edad, cuando ambas se hubieron alejado, salió de él.


Se adentró en el edificio, olía a humedad y la pintura cubría a retazos las paredes, la estrechez de la escalera le mostró que no había ascensor y los diminutos ventanales apenas aportaban luz natural a aquella negrura polvorienta. Llegó hasta el primer piso y comprobó que no había nadie que pudiese verla, después llamó al timbre.


Abrió un hombre que rondaba la treintena, desaliñado, enjuto, con la barba rala en la que las canas formaban extrañas agrupaciones, como dibujando formas caprichosas. Posó sus diminutos y hundidos ojos desprovistos de brillo en Erika, sin entender.


-Buenos días, ¿es usted el señor de la casa?-cuestionó Erika afable sacando una carpeta de su bolso-Me gustaría hacerle una oferta que podría interesarle…


-No me interesa.-espetó con aspereza.


Erika le impidió que cerrase la puerta colocando el pie como tope. Sacó su arma y apuntó al estómago de su objetivo.


-Insisto, déjame pasar.-musitó Erika con dureza.


Entró en la casa e inmediatamente desconectó la luz desde el cuadro de mandos, ya tendría ocasión de hacer lo mismo con la línea telefónica. Aquel hombre estaba desconcertado, pero disimulaba el miedo, no apartaba la vista de la boca de la P99 que no le había dado tregua desde que Erika entrase.


-¿Quién eres tú?-quiso saber mientras se alejaba de ella y miraba a su alrededor buscando alguna escapatoria inexistente.


-La que ahora mismo está en posesión de tu insignificante y mísera vida.-respondió Erika clavando sus ojos en él, instándole a detenerse.






***


Black Hair tuvo que lidiar con los constantes comentarios de Esperanza señalando que aquella mañana “estaba muy rara”. Esperanza, hermoso nombre para aquella mujer que no había perdido aquella virtud que nunca escapó de la caja de Pandora. No obstante, mientras Black Hair acarreaba con las bolsas repletas de fruta, pan y otros comestibles no podía dejar de sentirse culpable. Ahí estaba la culpabilidad de la que White Queen le había advertido encarecidamente.


Recordó que había visitado a White Queen aquella semana. Sus pasos la llevaron de manera casi inconsciente hasta el céntrico barrio de callejuelas estrechas en el que la joven y temible asesina habitaba, a pesar de que la distancia que mediaba entre su hogar y el de la Reina Blanca era bastante considerable. Sin embargo, aquel camino se había convertido en una rutina obligada durante los meses en que se esforzó con sus anónimos en tratar de atraerse su atención.


Aquel martes en concreto, a pesar de saber que White Queen le había dado su palabra de tomar el caso, se encontró frente a su puerta como en una ensoñación y sintió un imperioso impulso de volver a hablar con aquel enigmático personaje. Aquel barrio fresco, de calles angostas estaba imbuido en la sombra y le parecía un entorno demasiado idílico, demasiado lejano, demasiado ajeno, como la mujer a la que se disponía a visitar. El plañir de una campana marcaba la cotidianeidad y las horas, como si se tratase del pulso de un espíritu invisible que todo lo dominase de manera imperceptible.


Accedió al antiguo edificio, su vista se dirigió de nuevo al conglomerado de buzones y colocó la mano sobre el que pertenecía al tercer piso, no había nombre del inquilino. Suspiró contrariada mientras trataba de interrogarse sobre su presencia en aquel lugar en el que no terminaba de encajar. Escuchó unos pasos que consiguieron hacer gemir la desvencijada madera de la escalera y quedó petrificada sin saber cómo reaccionar.


-No me lo digas, reflexionaste y has cambiado de opinión…-la cantarina voz de White Queen la hizo sobresaltarse.


Se volvió hacia ella, se hallaba en la parte más alta de la escalera y esbozaba una sonrisa con la que mostraba su sorpresa. Tras un breve silencio en el que Black Hair dudó entre huir y tratar de componer una respuesta, White Queen volvió a hablar:


-Sube. Supongo que necesitas decirme algo y yo estoy segura de que necesito alguien que me escuche. Nuestros intereses materiales coinciden, así que…


Sin insistir en su hospitalaria invitación White Queen comenzó a subir las escaleras de nuevo haciendo tintinear un manojo de llaves. Black Hair comenzó su ascenso poco después y al llegar halló la puerta de madera blanca y lacada entreabierta, en un derroche de confianza de la propietaria y entró. Era mejor mantener toda conversación que pudiese surgir entre ambas en un lugar apartado.


White Queen regresó al salón y acondicionó la mesa para que su invitada pudiese tomar asiento fácilmente apartando todo el caos de papeles y libros que la dominaba casi por completo. La asesina sonrió otra vez tratando de obtener una disculpa por aquel desorden pues obviamente no acostumbraba a recibir visitas, finalmente le indicó a Black Hair que se sentase, aunque ella permaneció en pie, apoyada sobre el respaldo de una silla, contemplando el suelo con una divertida expresión en su rostro, como una niña que se empeña en resolver un complejo acertijo de un juego de pistas.


Black Hair la observó, llevaba unos vaqueros oscuros, un jersey de lana rojo cereza y una boina negra, indudablemente cuando la había encontrado bajando se disponía a dar un paseo o simplemente a realizar algunas compras de poca importancia.


-Está bien.-susurró al fin-Una partida.


Para asombro de Black Hair tomó un diminuto tablero de ajedrez y se lo colocó justo delante, haciendo girar la superficie de cristal del mismo con el objetivo de determinar qué color manejaría cada contendiente.


-Sólo una partida.-repitió en tono grave-Cuando hayamos acabado te marcharás y no me volverás a ver, ni siquiera el sábado. A ninguna nos conviene que nos relacionen, especialmente a ti.


Black Hair asintió aliviada y comprobó que las negras le habían tocado en suerte, la Reina Blanca jugaba en su territorio.


-Voy a preparar algo, pero esta vez no me niegues la invitación, por favor.-suplicó su anfitriona de manera solícita.


-Tomaré lo que tú.-accedió Black Hair.


Era tarde y comenzaría a anochecer en apenas un par de horas, por lo que se preguntó qué sería lo que le ofrecería WQ. La oyó trajinar en la cocina con lo que se levantó y se tomó la licencia de inspeccionar el apartamento: cajas a medio desembalar, archivadores, libros, una nutrida colección de discos de música y vinilos junto a un gran aparato para reproducirlos en un rincón y en especial muchas flores, en jarrones o simples vasos además de en el grupo de maceteros que presidía el balcón que se asomaba al patio interior del edificio. Había violetas, orquídeas, lirios, crisantemos, malvas y algún que otro geranio. Jamás pensó que alguien como White Queen se interesase por la jardinería, aunque la delicadeza de las flores quizá la hacía abstraerse de la aparente crueldad de su rutina. Observó luego los libros apilados sin orden ni concierto y se maravilló de la exquisitez de aquella biblioteca. Clásicos como Goethe, Kant, Aristóteles, Tolstoi, Balzac, Dante o Shakespeare formaban un grupo variopinto que relataba una visión caleidoscópica de la vida y la Historia de la Humanidad. Sin duda, aquellos autores entablaban con su lectora interesantes debates, el único hálito de ánimo al que White Queen podría aferrarse.


Su anfitriona colocó sobre la mesa una bandeja con tarta de queso, dos diminutas tazas de té de fina porcelana y un recipiente metálico repleto de terrones de azúcar. La Reina Blanca comenzó a servir con parsimonia el té en ambas tazas y Black Hair se apresuró a regresar a su sitio. Tomó asiento y esperó a que su anfitriona terminase para probar aquella amarga infusión, mezcla de té negro y verde, con trazas de hierbabuena y menta.


White Queen se cruzó de brazos y reflexionó unos segundos hasta adelantar dos casillas el peón de reina. El juego había comenzado y la conversación también, aunque a ambos les esperaba el mismo final.


-Tiene que haber una razón…-se encontró murmurando Black Hair al tiempo que su mano sobrevolaba el ejército de trebejos planeando su jugada.


-Sí.-respondió White Queen tras captar el trasfondo de las palabras de su invitada-Tiene que haberla, pero lo único que he podido averiguar es que el ser humano no puede ser un esclavo de su pasado, si no quiere avanzar a ciegas por el futuro. Sin embargo, las razones pueden ser útiles y congruentes en un momento determinado, aunque eso no quiere decir que su validez se mantenga eternamente.-compuso una sonrisa quebrada, nostálgica y estoica que apagó el brillo azul de sus ojos.


-¿Te arrepientes, entonces?-cuestionó inesperadamente Black Hair, no quería tratar de que aquella asesina cambiase su idiosincrasia, pero la pregunta brotó sin que pudiese remediarlo.


-Lo único que sé, es que todo esto ya me supera.-apuntó.


Black Hair apreció la violenta crisis emocional que sacudía a la Reina Blanca y quiso decirle que se olvidase de su misión, que desistiese, pues le inspiraba lástima. No obstante, supuso que aquella sensación de hallarse al borde del abismo debía ser consustancial a su propia naturaleza.


Black Hair comprobó que había sufrido muchas bajas en la partida, las piezas de cristal oscuro derramaban sobre la superficie de la mesa sombras profundas como lagos de petróleo. Su enemiga iba tomando posiciones en el tablero con lentitud y seguridad mientras que ella sólo podía replegarse. Su tiempo se acababa pero White Queen parecía obrar con condescendencia, otorgándole un lapso mayor, aunque sabía que el rey negro sufriría una lenta agonía.


-¿Nunca te has sentido culpable? ¿Nunca te has odiado por hacer lo que haces?-indagó Black Hair.


White Queen terminó de ingerir el resto del té y dejó vagar sus ojos sin rumbo fijo buscando desprenderse de toda emoción para responder:


-Rousseau nunca tuvo razón. Cuanto más inmersa me veía en mi oficio más fácil me ha resultado comprobar que el hombre es un lobo para el hombre, como decía Hobbes citando a Plauto. Ciertamente, nuestra especie ha canalizado gran parte de su ingenio a autodestruirse, por desgracia. Sin embargo, me he mantenido anclada en mis convicciones para evitar hundirme en una espiral de desprecio hacia mí misma.


Black Hair observó con una mezcla de horror y contrariedad cómo una torre blanca alcanzaba sin problemas el final del tablero, poniendo en serio peligro al rey. White Queen jugaba de manera mecánica, limpia y precisa, seguramente de la misma manera en que llevaba a cabo sus encargos. No obstante, aquellas respuestas no la satisfacían.


-Estoy de acuerdo contigo, de veras, pero aún así… no lo entiendo.-manifestó Black Hair tratando de hurgar en la enrevesada madeja de sentimientos de la Reina Blanca.


-Simplemente tienes que coger un arma por primera vez-comenzó White Queen colocando su mano sobre la muñeca de su sorprendida invitada-una vez que posas tus manos sobre una pistola y accionas el gatillo no hay vuelta atrás. La descarga de emociones que sacude tu cuerpo y tu mente es irrefrenable: en parte repugnancia, sí. Pero también una placentera sensación de poder y superioridad. He tratado de eliminar toda carga moral de mis actos, porque no todo lo lícito es honesto como dijo Paulo, de ahí se puede desprender que lo honesto, lo justo, no se consigue muchas veces a través de la licitud.


Black Hair sintió la mano de la Reina Blanca y su gélido tacto la hizo estremecerse a pesar de que debía tratarse de un gesto de acercamiento y cariño. White Queen ladeó la cabeza y dijo en tono grave dulcificado con una sonrisa:


-El rey está muerto.-ante la perplejidad de Black Hair continuó:-Eso es lo que significa la expresión jaque mate en su lengua originaria, el árabe.


Se levantó y recogió la pieza del rey negro con firme delicadeza, temiendo hacerla añicos pero al mismo tiempo con la seguridad y suficiencia con la que un cazador se hace con su presa. White Queen dio unas cuantas zancadas en el salón y emitió un profuso suspiro, finalmente se apostó junto a la puerta.


-Por favor, te ruego que te vayas.-suplicó la Reina Blanca en un mandato velado.


Black Hair se puso en pie con celeridad y se dispuso a obedecer, la mano de White Queen descansaba sobre la manija.


-Te pido que no vuelvas.-insistió-No quiero que todo esto se complique.


La Reina Blanca la abrazó inesperadamente, pero era como entrar en contacto con un témpano de hielo. Black Hair apreció un inusual brillo en sus ojos que presagiaba la pronta llegada de un torrente de lágrimas, por lo que optó por marcharse sin dilatar más su despedida. Cuando salió a la calle llovía copiosamente y tuvo que correr hundiéndose en los charcos. Mientras sentía el frío cortante de la lluvia deslizándose por su cuello y sus cabellos comprendió que se veía obligada a quebrantar la orden de White Queen.


De hecho, la visitó durante toda la semana y la encontró cada vez más enigmática, distante y abstraída. Sus ojos se iban cubriendo de una capa vidriosa al tiempo que sus gestos y su comportamiento se hacían cada vez más extraños, imprevisible, erráticos y mecánicos. Temía el rumbo por el que pudiera decidirse y era consciente de que la estaba sometiendo a una prueba de gran dificultad. Bajo aquella presión sólo podría escapar o continuar, pero continuar quizá implicase entregarse a una etapa aún más incierta que la anterior.






***






Ángel estaba tan aturdido que no podía siquiera pensar. Sentía un vértigo doloroso cada vez que sus ojos reparaban en aquel pozo sin fondo, el cañón del arma que le apuntaba. Su corazón latía peligrosamente rápido y la sequedad de su boca le impedía respirar con normalidad. No podía entender su situación por más que trataba de hallar una explicación racional, por tanto, sólo le quedaba la posibilidad de desandar lo andado en retrospectiva.


Recordaba los primeros años de su vida precipitándose en cascada: una sucesión de fragmentos de su memoria que se desperdigaban de manera inconexa. Su mente, obviamente siempre había tratado de borrar los recuerdos más horribles, pero ahora renacían con más fuerza, quizás porque no tenía nada más a lo que asirse. Su infancia había sido un laberinto en el que había tenido que aprender a desenvolverse en solitario. Sus padres no le prestaban demasiada atención y él nunca había tratado de granjeársela, simplemente quería pasar desapercibido, había aprendido que la soledad a veces, era mejor que el sufrimiento. Se había criado en medio de un caos en el que la ley del más fuerte imperaba sobre la ternura o la dignidad.


Ahora se cuestionaba todo su pasado, quizás no podía haberlo evitado porque al fin y al cabo las circunstancias habían forjado su personalidad, pero algo lo hacía dudar. Nada encajaba, pensó siempre que si la vida se le había escapado de forma que transcurría ajena a sus planes tal vez podía planear el fin de su camino, aunque nunca hubiese tenido el valor suficiente como para avanzar hacia el callejón sin salida. Ahora le parecía que tendría que adentrarse por aquella senda guiado por aquella mujer de cabellos rojizos. No podía concebir que sus insignificantes rencillas con los otros delincuentes por el control del tráfico de estupefacientes a pequeña escala mereciesen tal respuesta, nunca los había considerado enemigos.


No podía moverse, estaba atado a una silla, confinado en la estancia más recóndita de la casa, cuya ventana se asomaba a un minúsculo patio interior. Inspiró hondo y notó cómo su cuerpo se destensaba, lo único que podía hacer era afrontar su destino, fuese cual fuese.






***






Erika paseó por la habitación reordenando sus pensamientos. Había sólo dos balas en la recámara de su P99. Dos. Eran exactamente las justas y necesarias para cumplir con su cometido, nunca llevaba más munición que la que sabía que iba a emplear. Con una sola, si apuntaba bien y el disparo era a la distancia correcta su objetivo caería fulminado, la otra la reservaba para algo más urgente.


-Tiene gracia-apuntó Erika ocultando su odio tras una fina ironía-Cuando llegué y me abriste la puerta supusiste que era una vendedora ambulante. Creo que no ibas desencaminado al fin y al cabo te estoy ofreciendo la oportunidad de cambiar tu vida o de despedirte de ella para siempre.


Aquel hombrecillo la miró impertérrito, no se apreciaba señal alguna de arrepentimiento en su rostro.


-Kant dijo en pleno siglo XVIII-continuó Erika ante el silencio de su objetivo-que los juristas no habían encontrado una definición para el concepto del Derecho. Él se atrevió a definirlo como el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la de todos. A veces no sé si debo estar de acuerdo o no con el gran Inmanuel.-sonrió Erika, se hallaba sorprendentemente cómoda y ni siquiera había amartillado su arma-Lo que sí tengo claro es que Derecho no es igual a Justicia. La Justicia es algo tan simple y tan complejo como dar a cada uno lo que se merece.


-Oye, no sé de qué me estás hablando.-afirmó su objetivo con voz ronca-Al fin y al cabo no me vas a dar una sola oportunidad, ¿cierto?


Erika dio la espalda a su objetivo paladeando la imprudencia cometida y notando cómo su pulso se aceleraba, aquella sensación de embriaguez que sólo le proporcionaba el riesgo. Amartilló su pistola e inspiró hondo a la vez que su cuerpo se tensaba, como si todos sus miembros fuesen cables de acero. Esperaba una confesión de su objetivo, un gesto de culpa, algo que le permitiese continuar poniendo en práctica su plan. El hombre se revolvió en su asiento al igual que un pez recién sacado del agua, pugnando horrorizado para que su vida no se le escapase.


“Todos somos iguales-se dijo Erika-enfrenta al más desdichado de los seres humanos a la cercanía de la muerte y aunque se repugne a sí mismo tratará de seguir luchando por otra bocanada de oxígeno. El egoísmo del hombre, siempre ansiamos lo que hemos perdido, pero nunca queremos perder lo que tengamos, aunque no lo estimemos en absoluto. Gran contradicción.”


-¡Yo no he hecho nada! ¡Lo prometo! Por favor, dime qué quieres saber…-clamó aquel hombre al borde de la desesperación.


Erika se volvió hacia aquel hombre, sintió la tibieza de sus propias lágrimas horadando sus mejillas y se sorprendió de su propia reacción. Trató de reponerse pero sólo logró murmurar con voz fría y vacilante:


-Excusatio non petita, accusatio manifesta.






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Black Hair tomó todos los bártulos que habían comprado Esperanza y ella y subió con ellos hasta la casa sintiéndose sumamente ligera mientras que una angustiante sensación de opresión crecía en su pecho, como si una loza le aplastase los pulmones: la zozobra. Depositó las bolsas de forma caótica y descuidada en el suelo de la cocina. Una enorme y jugosa manzana, un orbe de rubí, se deslizó fuera de la bolsa y rodó sobre las baldosas. Con un movimiento eléctrico se percató de la razón que la había llevado hasta allí y salió disparada internándose en la vivienda.


Comenzó a andar por el pasillo, la puerta del fondo estaba cerrada. El tiempo parecía dilatarse a cada paso hasta que oyó un disparo acompañado de su explosión luminosa. Aquello la petrificó y los acontecimientos se precipitaron, en unos segundos se abalanzó sobre la manija de la puerta, aunque no llegó siquiera a rozarla. Su aliento se heló al oír otro disparo. Temblorosa, se aferró al picaporte tratando de recobrar la entereza.


Aquello sólo podía significar una cosa: jaque mate.