miércoles, 25 de mayo de 2011

Self-destruction

Odiarse. Odiarse frente a una misma, frente a los demás, frente al espejo. Despreciar tu timidez, tu inexperiencia, tus limitaciones, aunque tengamos la certeza de conocerlas. Amar y rechazar la soledad a un mismo tiempo, porque te enfrenta a tus miedos. Convivir con una conciencia que cuestiona cada paso, que te frena. Llorar sin motivo y mortificarse para sentir un alivio efímero que vuelve a sumirte en algo similar a la tristeza. Exigirse lo máximo, marcarse metas inalcanzables que sólo logras rozar levemente en sueños, buscar la perfección o la imperfección más perfecta. Dudar, volverse sobre los pasos y retroceder. No ser capaz de ser una misma, verse encorsetada por los demás y por el efecto Pigmalión. Coartarse, no poder alcanzar la perspectiva externa necesaria para obrar lógicamente. Luchar por un cambio interior aunque esto signifique renunciar a la propia esencia. Sentir el dolor que sólo puede producir la decepción que te causas a ti misma. Soportar la tempestad de emociones que amenaza con despedazarte y, pese a lo que pase, seguir.
Odiarse. Odiarse frente a una misma, frente a los demás, frente al espejo.

domingo, 15 de mayo de 2011

La crueldad masculina

A mediados del s. XIV el escritor italiano Giovanni Boccaccio (autor del Decamerón) escribía un tratado breve pero feroz denominado Corbaccio (látigo) en el que criticaba los innumerables defectos de las mujeres a raíz de un desaire amoroso. Es bastante injusto que este escritor se cebase con el género femenino sólo a raíz del comportamiento de uno de los muchos amores que tuvo en su vida. Pero, ¿seguiría siendo igual de injusto si se invirtiese el signo? No soy feminista, pero sé cuándo y cómo es conveniente realizar un alegato. Tuve un profesor (reitero, no una profesora) que me dijo que si para lograr la igualdad era preciso ser algo feminista, él lo era. Es, cuanto menos, una postura bastante paradójica. No creo, por otra parte, que la "paridad" que está tan de actualidad sea una manera de alcanzar la igualdad. Puede que garantice una igualdad "formal" pero no "material". Es más, se me antoja una discriminación velada ya que resulta bastante triste que alguien ostente un puesto simplemente por su sexo, ya que por delante de éste deben hallarse las aptitudes y la valía de la persona. Sin embargo, hemos de admitir que el machismo (o sexismo, si me apuráis, para ser políticamente correcta) perdura, y está en los parámetros y elementos incluso más insignificantes. Nuestro lenguaje es sexista: el masculino plural se emplea de manera neutra, la palabra hombre designa lo que se podría denominar de una forma más genérica como "ser humano", hay profesiones que no admiten el femenino y el cambio debe realizarse con el artículo correspondiente e incluso existen determinadas expresiones vulgares o malsonantes que dependiendo de si aluden a los órganos genitales masculinos o femeninos pueden tener una connotación positiva o negativa. Una vez leí en un libro de Rosa Montero (la loca de la casa, muy recomendable, por cierto) que si el hombre se hubiese visto obligado a sufrir la menstruación en lugar de la mujer, nos habríamos encontrado a lo largo de la literatura con numerosas alegorías sobre la sangre y el menstruo. Es algo anecdótico y sin fundamento, pero que invita a la reflexión. Por otra parte, no hay que soslayar el papel que algunas religiones han atribuido a la mujer, como introductora del pecado original o de los males del mundo (piénsese en Eva y Pandora) de ahí que se pensase durante mucho tiempo que el dolor que la mujer sufría durante el parto era el justo castigo por el pecado original y una manera de redimirlo. Hombres y mujeres somos iguales en nuestra diferencia o diferentes en nuestra igualdad. Es cierto que los elementos fisiológicos, antropológicos y hormonales son un lastre o un condicionamiento que tenemos que asumir y del que no debemos desprendernos pero, juntos hemos de ser capaces de alcanzar la igualdad y la armonía si queremos hacer de este mundo un lugar mejor. Las mujeres somos quizá, más empáticas, intuitivas, reflexivas y tal vez por ello se nos ha tachado de débiles o incluso inocentes. Los hombres, por su parte, desde la Prehistoria asumieron la labor de la caza, la defensa etc. por ello tienen mejor orientación espacial y eso influye en sus cualidades matemáticas y científicas, por ejemplo. Estos defectos y virtudes no son exclusivos aunque sí es cierto que en cada sexo se hallan potenciados de alguna u otra manera. Independientemente de emitir juicios que nos lleven a una "guerra de sexos" de lo que se trata es de que ese conjunto de virtudes y defectos (masculinos y femeninos) sean capaces de equilibrarse con los del otro.

viernes, 13 de mayo de 2011

No hay lenguas muertas, sino hablantes inconscientes


Personalmente, siempre me ha producido un gran rechazo esa denominación que tilda de "muertas" a las lenguas clásicas, como si estas hubiesen perecido o se hubiesen disuelto con el correr de los siglos. Cualquier hablante de español debe saber que esta es, como tantas otras, una lengua romance y por tanto, hunde sus raíces en la gramática latina, que es la que le da su razón de ser. Lo mismo puede decirse de oras lenguas como el griego o el sánscrito, emparentadas entre sí y que forman parte de la familia indoeuropea. Por tanto, al hablar nuestra lengua "resucitamos" (si es que alguna vez han muerto) los étimos latinos de los que proviene. Una persona con exiguos pero suficientes conocimientos de etimología y evolución fonética (que son los que yo poseo) puede bucear en las estructuras sintácticas y léxicas de su lengua, conociéndola en profundidad y estableciendo con ella una profunda relación, de tal manera que esta pasa a formar parte de su estructura mental (no hay que olvidar que la lengua que manejamos condiciona en gran parte el discurrir de nuestras operaciones intelectuales). Por otra parte, estoy plenamente de acuerdo con la afirmación de Goethe de que, quien no conoce un idioma extranjero tampoco puede conocer el suyo. El conocimiento del latín como lengua clásica supone una gran ambivalencia, ya que se trata de una lengua que nos es cercana y consustancial pero alejada en el tiempo. Sin embargo, en la configuración eurocéntrica de la historia, cuando el Imperio romano alcanzó su máxima extensión, el latín se convirtió en una especie de esperanto (función que ahora está asumiendo la lengua de Shakespeare aunque a nivel mundial) que se esparciría determinando las posteriores lenguas europeas que surgirían. En aquella época el filohelenismo determinaba que el griego se convirtiese en una lengua propia de personas eruditas, y en muchas ocasiones en los círculos literarios, filosóficos etc se empleaba esta lengua como símbolo de distinción. El griego era la lengua de la cultura frente a un latín que se presentaba en su doble vertiente, el vulgar (empleado por la romanización al ser el hablado por los soldados) y el culto o literario, del que nos han llegado menos vestigios. Paradójicamente en la Edad Media sería el griego quien cediese el testigo al latín como lengua de la cultura y de la enseñanza. Cuando Roma conquistó Grecia esta se rindió en cuerpo, pero su alma (formada por su cultura, literatura, filosofía, lengua, arte, etc) penetró con fuerza en el sentimiento romano, arraigando y acomodándose a las exigencias de la sociedad romana. Por ello, la lengua griega permaneció embalsamada en las estructuras latinas y hasta hoy nos han llegado sus ecos: palabras que el latín tomaba intactas realizando una mera modificación fonética y que aún se mantienen como tal, otras han pasado a nuestra lengua directamente del griego también. Cultismos, semicultismos y palabras patrimoniales son la prueba viva de que el latín y el griego están muy presentes en nuestra lengua cotidiana.
Palabras como efeméride, epiglotis, anemia, talasocracia, agorafobia, biblioteca, litosfera, enología... y un sinfín más son puramente griegas. Otras como calendario, bélico, estío, hierro, agricultura, letra, caldo, abeja... provienen de un latín más o menos evolucionado. Tampoco hay que obviar las numerosas expresiones y locuciones latinas que perviven en nuestra lengua se hayan traducido o no: ipso facto, rara avis, a priori...
No podemos ocultar ni renegar de nuestros orígenes y, al fin y al cabo, somos esencialmente romanos

viernes, 6 de mayo de 2011

El Erpedio (III)

La venganza de Léin







Durante un tiempo fueron invencibles. Aquel pueblo nómada, natural de los bosques del norte arrasó como un huracán las tierras en su camino a la corte. Y como la sabia Kendra les había dicho, fueron muchos los que se les unieron, rindiéndose, soltaron las armas y se incorporaron a la Doctrina de Kendra. Y los que se atrevieron a luchar quedaron malparados.


Léin y Lerania no podían sino estremecerse ante tal matanza, y fue el propio Dios de la Luz quien dijo a su esposa: “No temas, yo solucionaré este problema, pues me siento culpable”. Lerania pensó que su esposo era el verdadero responsable, pero manteníase callada y prudente.


Para entonces los Arkelios ya estaban muy cerca, quizás demasiado, y se palpaba el Caos. Ayumi murió sin descendencia por lo que no había heredero y las intrigas se sucedían en torno a la corona, la situación les era favorable a los Arkelios.


Kendra quiso concretar aún más sus posibilidades y se apareció ante Yumi y le aconsejó lo siguiente: “Hija mía, habrás de saber que guerreando, ayudarás a tu pueblo, mas, ¿qué ocurrirá cuando ya no puedas hacerlo? Alguien deberá sustituirte.” De modo que Kendra aconsejó a su hija que se apresurase en buscar un heredero, pues ella era la verdadera princesa de los Arkelios. Yumi desoyó su consejo y continuó al frente de los ejércitos, mas Kendra no se cansó en recomendarle que encontrase a alguien con el que crear un heredero y que no se preocupase por el amor, pues no era posible tal sentimiento en épocas de guerra. Desde entonces se apagó el amor para los elegidos de Kendra, al igual que para Kendra se consumió el amor ante el rechazo de su amado Léin.


Así pues, llegaron a Senyesk, la ciudad donde estaba reunida la corte. Yumi irrumpió en el salón del trono del castillo, donde los ancianos consejeros lamentaban la muerte de la reina mientras buscaban una complicada solución. Yumi desenvainó su espada y amenazó con ella a los allí presentes: “No hay decisión que valga pues yo soy la esperanza de este país y su salvación, la legítima heredera.” Mentía, pero lo hacía con tal convicción que acataron su palabra y la creyeron. Kendra le mostraba el camino a seguir. Su expresión, los ojos desorbitados, el gesto airado, la postura imponente… la hacían invencible, y tanto se asemejaba a la desaparecida Ayumi que la vieron como una hermana esculpida en la sombra, nada más lejos de la realidad. Yumi se adentró en la sala hasta el corazón mismo, donde la esperaba el trono. Y en su delirio de poder inspirado por Kendra, sentose en él y experimentó el calor de su autoridad. Encandilaban su apostura y elegancia e imponían respeto.


Aquella Arkelia ya sentía en su paladar el dulce sabor de la gloria, casi acariciaba el armiño del manto real. Sin embargo, reparó en algo que por alto había pasado, la corona, de un oro puro con incrustaciones de piedras preciosas y quedó prendada de ella. Preguntose por el contrario, qué hacía aquel objeto tan preciado lejos de su propietaria. Dictaminó, pues, que era extraño que Ayumi no hubiese sido enterrada con aquella posesión suya tan noble y de tal valor simbólico. Creyó que quizás estuviesen velando a la antigua reina y embalsamando su cuerpo para el funeral en alguna recóndita estancia del palacio.


Mas detuvo sus reflexiones, ¿qué importaba aquello ahora? La corona era suya por entero. La tomó con manos tremulosas de pura emoción y se la colocó en la cabeza. Ya era reina de Leruey, con aquel simple pero importante gesto. Su reinado comenzaba, se abría para ellos una etapa de prosperidad, en la que ejecutarían a todos sus anteriores enemigos y lograrían el poder para Kendra.


Su reinado fue fugaz, Léin no permitió que diese una sola orden. El Dios, al ver la frialdad de Yumi al tocar la corona de su anterior elegida optó por obrar con celeridad y pagó con la misma acción a Kendra: la corona contenía un hechizo muy poderoso que acabó con Yumi de inmediato. Los que allí se hallaban viéronla caer fulminada y desprovista de sentido. Se desplomó Yumi y con ella las aspiraciones del pueblo Arkelio, los soldados de la Oscuridad penetraron en la cámara e iniciaron una sangrienta riza, acabando con los ancianos hechiceros a los que consideraban los autores de la muerte de la líder de su pueblo.


Empezó así una guerra de sucesión, la primera en la historia de Leruey, pero no la última.






La marcha de Léin






La guerra fue larga, cruenta y la victoria no parecía decidirse por ningún bando. De tanto alcance que incluso Léin y Kendra combatieron al frente de sus tropas. Lerania quiso cerrar los ojos ante aquella situación. El mundo que había creado parecía querer destruirse a sí mismo, poco a poco… finalmente y gracias a su poder Léin reprimió la insurrección Arkelia devolviéndolos a su origen en el norte. Leruey se había salvado, eso parecía, pero Lerania conservaba una enorme resignación pues no aprobaba la actuación de Léin. “Esposo, habéis de decirme, ¿por qué lo hicisteis? A tal extremo habéis llegado que no sé qué pensar de vos, jamás lo habría sospechado.”


Dejó Léin la espada y su ruda mano buscó la mejilla de Lerania, que, arisca, se retiró. “Mas, amor mío, me gustaría que supieseis que todo lo hice por vos. Mi amor no conoce límite alguno y sabed que si un laeriano mortal yo fuera, mi vida entregaría por defenderos.”


Secose Lerania una furtiva lágrima. “Ya no importa. No conocía yo la oscuridad hasta vuestra llegada, pareciera que vos la trajisteis, subordinada a vuestra Luz.”


Ofendiose Léin considerablemente, pero mantuvo la compostura. “Lerania, la Luz siempre conlleva Oscuridad, he de deciros…”


Lerania dijo: “¡Para eso preferiría no haberos conocido jamás!” Lerania lanzó al aire su melancólico llanto. En el siempre idílico Reino de la Luz Eterna, el ambiente comenzaba a crisparse y una leve neblina grisácea oscurecía el aire luminoso.


Léin trató de formular una promesa: “Oídme bien. Encontraremos otro elegido que soporte el peso de la monarquía”. Lerania murmuró: “Y morirá igualmente”. Léin sentenció: “Eso es Destino”. Lamentose Lerania: “Pues es cruel el hado”


Así se gestaría el dicho: “los elegidos de los dioses mueren jóvenes” y toda una serie de supersticiones hacia el Destino.


Lerania no podía olvidar la visión de su querido mundo asolado por la guerra y la desgracia, se sentía contrariada y lo único que podía hacer era culpar a Léin. Liberó, por tanto, sus sentimientos sin temor: “Léin, habéis de marcharos…”


Léin permaneció perplejo, recorrido por la mirada verde y pura de Lerania. Ella dijo: “No nos debemos nada el uno al otro y no os guardo rencor, si acaso lo sospecharais. Sin embargo, como sabéis este mundo es mío y ahora sé que debo controlarlo yo.”


Léin comprendió a su esposa y deseole suerte, besole la mano y marchose lejos. No retiró, en cambio, ni una sola de las muchas mercedes que a Leruey regalase en su momento, mostrando así su caballerosidad y su deseo de volver. Léin se marchó y los laerianos presintieron su falta, mas se encomendaron a su Diosa en aquella época de incierto destino.


Lerania decidió legar su poder en un consejo de ancianos y sabios, para dar sus leyes de forma segura, a fin de guiar y reconstruir la historia de Leruey.






Planto, juramento y venganza






Fue tal el desconsuelo del pueblo Arkelio, tal el desamparo por parte de su Diosa que sólo pudieron lamentarse. Dolía la pérdida y clamaba con fuerza la venganza, mientras tanto, el pueblo Arkelio se rompía y los ideales que Kendra había implantado parecían marchitarse. La elegía por Yumi subía en pesadas notas hacia la infinidad de la oscura noche, y con ella la desesperación: “Aunque la muerte cerró vuestros ojos, no apagará vuestro espíritu. Donde quede vuestra fiera estocada, permanecerá vuestra obra, para siempre recordada, oh, elegida de las Sombras. Nada llena vuestro hueco salvo la venganza, diosa que entre nosotros humanizada, voluntad de la oscuridad deificada. La gloria os espera y vuestro futuro retorno os purificará.”


Quedó tan sentido canto latiendo como una herida abierta y los Arkelios se obligaron a jurar, sólo la venganza los mantenía unidos por un hilo quebradizo, una última voluntad que su diosa les había impuesto silenciosamente.

La señal, el cuchillo o el aviso del karma

Ella observó sus manos cubiertas de espuma, se hallaba en mitad de un acto tan prosaico como el de fregar los platos tras una copiosa cena. Era algo tan rutinario y mecánico que su mente se  distanció de ella y comezó a vagar entre desvaríos. "Alguien debe sentirse muy vacío si se abandona en los brazos de la muerte.-se dijo-Si sólo ansía volar a sus brazos para dormir el dulce sueño que lo aparte de la vida. Si sólo se siente vivo paledeando los últimos instantes de su existencia, aprovechando el estertor final". Jugueteaba con un cuchillo enorme que él había usado para cortar el queso de la cena y de repente, sintió que su hoja atravesó la tierna yema del pulgar de su mano izquierda reblandecida por el agua. El cuchillo se hendía cada vez más en su carne hasta que se le escurrió de las manos y acabó danzando sobre las baldosas, empapándolas. Percibió cómo el líquido elemento penetraba en su sangre, aguándola, y notó el dolor atravesándola como un rayo que la escindiese en dos. Su respiración se volvió irregularmente frenética y las lágrimas la obligaron a ahogar un suspiro que hinchió su pecho. Si jamás se ha sentido, amor, rechazo, cariño, apego siquiera... si no se ha golpeado la retina con la belleza, si alguien no se ha indignado, o encrespado por el odio... o peor, si alguien ha sentido la penetrante falsedad que inunda a todas estas sensaciones cuando son impostadas. Alguien así no ha vivido y busca resarcirse, busca un destino, un camino, aunque un cuchillo deba marcárselo. Ella lo comprendió y desde entonces la herida la atormenta y la guía al mismo tiempo.

jueves, 5 de mayo de 2011

La idealización como bálsamo contra lo prosaico y lo ajeno

Dijo Proust (me voy a tomar la licencia de parafrasear a este genio francés) que aquello que recordábamos no era exactamente lo que había ocurrido. Lo que me parece que quería definir el autor de En busca del tiempo perdido en esta frase era la idealización. Se trata de un recurso que el ser humano emplea constantemente desde tiempos inmemoriales para aliviar el peso de su existencia. La gran mayoría de las artes se basan en este recurso, sólo basta recordar los tópicos y cánones literarios, pictóricos, arquitectónicos y musicales, porque en general cualquier representación se aleja de la realidad y la idealiza. Cada ser humano vive en su propio mundo, en su burbuja y desde ahí contempla la realidad, sin saber si esta va a entrar en colisión con la de otras personas, ya que tenemos como entidades únicas una manera propia e intransferible de entender el mundo. Lo idealizamos todo: nuestros recuerdos, nuestra identidad, nuestros conocimientos... por otra parte, las grandes pasiones como el amor y el odio también se sustentan en la idealización. Al fin y al cabo son una visión distorsionada, unilateral y extrema que nos formamos de otra persona. Considero que la idealización no es sólo un locus amoenus de belleza y perfección, puesto que bajo su prisma se pueden dar las deformaciones más grotescas en todos los sentidos. Hay quienes se refugian en lo sombrío y lo lúgubre, como ocurría durante el Romanticismo. Pero la idealización es siempre un reducto en el que sentirnos seguros pese a la intuición de que esa frágil creación nuestra es falsa. Se trata de un método de protección frente a lo ignoto y lo que se escapa del radio de acción de nuestro propio universo.