Quejarse de la justicia española parece haberse convertido en un deporte nacional. Es cierto que nuestro sistema judicial está anquilosado pero también es cierto que no depende en exclusiva de la acción de los jueces, quienes han accedido a la carrera judicial por procedimientos mediante los que acreditan sus conocimientos y que se limitan a aplicar e interpretar en unos términos restringidos la ley que emana del Parlamento.
La visión de justicia que se plasma en la ley es plenamente variable, ya que de una forma u otra la sociedad en sus exigencias y desarrollo se anticipa al lento proceso legislativo, por ello se trata de una justicia imperfecta que el juez en el ejercicio de su función jurisdiccional no puede alterar ya que de lo contrario contravendría el delicado sistema de separación de poderes (que en España es formal pero no material). La justicia es un valor deseado por la sociedad y al parecer las leyes no son el instrumento más adecuado para alcanzarla, pero de momento, es el mejor y único medio civilizado que tenemos para poder lograr aproximarnos a ella. Las leyes deben estar por encima de nosotros, como individuos miembros de la sociedad, y aspirar a ser más óptimas que sus creadores, dentro de lo posible.
Por ello, simplemente me siento horrorizada cuando en un arrebato visceral y ante casos mediáticos y de gran expectación la sociedad parece clamar como única solución la implantación de la pena capital. Superamos esa etapa de la historia en su momento y retroceder a ella sería absurdo. De hecho en EEUU muchos Estados la han suprimido debido a la enorme cantidad de errores judiciales observados en su aplicación (errores irreparables, al contrario que ocurre con la pena de prisión que, aunque de manera imperfecta, se traducen en una compensación económica).
Además, según nuestra norma fundamental, dicha pena sería inconstitucional al impedir la reinserción del delincuente. El actual proyecto de reforma que pretende imponer la "prisión ilimitada revisable" suscita las mismas sombras de inconstitucionalidad. Esto sucede porque nuestra carta magna apuesta por la dignidad humana y la rehabilitación de los penados. De una forma u otra, todos somos potenciales delincuentes y podemos vernos inmersos en contextos de criminalidad casi incluso de forma fortuita. De ahí que los sistemas judiciales modernos cifren sus actuaciones en términos de inocencia y no de culpabilidad (no se olvide que el principio rector es la presunción de inocencia). Todo ello se relaciona con la dureza del Derecho penal, que debido a su efecto de privación de libertad y de afectación de los derechos fundamentales debe emplearse de manera restringida (principio de intervención mínima) dado su condición de "ultima ratio".
Se ha generado la detestable práctica de convertir los crímenes más execrables en verdaderos teatros mediáticos con los que se pone seriamente en peligro la independencia judicial. Los medios de comunicación han encontrado un filón de audiencia con dicho método en el que se presenta una visión tergiversada de la realidad en la que los personajes son planos y plenamente predecibles. Sin embargo, si se me permite acudir a la expresión "ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos". Es preciso adoptar una posición crítica y tratar de contrastar para no caer en el error de prejuzgar de manera temeraria, ya que sólo al juez le compete esta tarea.
Por otro lado, al parecer la población sólo clama ante las "injusticias" que subjetivamente considera dañinas o perjudiciales para sí. Existen infinidad de casos que quedan en el anonimato o en el olvido porque no han logrado situarse en el primer plano que los medios otorgan a través de un criterio sumamente discutible. Cuando la injusticia parece sacudir a determinadas personalidades poderosas se contempla con satisfacción y cierto alivio, lo que obviamente me hace preguntarme por el rasero empleado para ello. La justicia existente, con sus fallos y posibilidades de ser mejorada, es, o debería ser la misma para todos.
He aquí mi opinión, no pretendo ser demagoga ni hacer gala de una verdad universal de la que carezco (por inexistente) simplemente trato de aplicar mis exiguos conocimientos jurídicos a la realidad.