viernes, 9 de diciembre de 2011

Antígona es la tragedia, Sófocles el trágico

En abril de este año tuve la oportunidad de asistir a una representación de Antígona en las ruinas romanas de Itálica. El espíritu clásico flotaba en el ambiente pese a que la representación no se realizó en el teatro, sino en un escenario portátil situado en las propias ruinas. Antígona siempre ha sido mi obra teatral de referencia, la tragedia más perfecta en la que el equilibrio dramático se mantiene a lo largo de toda su trama culminando en la catarsis final. La protagonista es un personaje estereotipo que simboliza la juventud, la lucha contra lo establecido, el inconformismo, y pese a ello posee una personalidad arrolladora que controla toda la obra pese a no encontrarse presente, es decir, domina la acción incluso in absentia. Sólo Sófocles podría haber introducido tales innovaciones y haber hecho gala de un control de los elementos dramáticos tan preciso. Llama bastante la atención el extenso prólogo que Sófocles realiza y que concreta la acción y la trama, sin él la obra perdería parte de su sentido, ya que, además, enlaza con el trágico destino anterior de Edipo, padre de Antígona e Ismene. Además, cabe señalar la hermosa historia de amor entre Hemón (hijo del tirano Creonte) y la propia Antígona. El amor tiene dedicado un himeneo, un epitalamio hermosísimo en el que Antígona se lamenta al ser enviada a una tumba en vida. Ese amor es el que llevará a Hemón a despertar de su letargo y a posicionarse a favor de Antígona, contagiándose de su carácter rebelde e incisivo. La obra tiene numerosas interpretaciones y una de ellas es la lucha entre derecho natural (como ley innata y superior a los hombres) y derecho positivo (leyes impuestas por los gobernantes). Ambas son realidades en permanente enfrentamiento en la filosofía jurídica de todos los tiempos, pero lo que Sófocles pretende es establecer un límite nítido de modo que allí donde el derecho natural impera el derecho positivo no puede tratar de ocupar su sitio. Todo ello se puede basar en cuestiones morales y elevadas como las que no presenta la tragedia, dar sepultura a los difuntos es algo plenamente importante en todas las culturas y va acompañado de ritos bastante específicos, pero en la griega dicho ritual intensifica su importancia y significado (al igual que en la egipcia) recuérdese por ejemplo el episodio de la guerra de Troya con el cuerpo de Héctor. Sin embargo, en términos menos trascendentales el derecho positivo simplemente no puede (o no debe) tratar de regular todos los aspectos de la vida en sociedad, hay determinados asuntos, en especial del derecho privado que deben quedar bajo la libertad de los particulares (autonomía de la voluntad) frente a las cuestiones de derecho público que disciplinan la convivencia. De ahí que el cumplimiento en el derecho privado se diluya en ciertos términos y sea menos férreo, de lo contrario nos encontraríamos en un Estado Hegeliano en que el ciudadano es un simple medio para la subsistencia de éste y que debe ser sacrificado cuando sea precise para lograr que este se mantenga. No obstante la lectura o interpretación que se haga de la obra se trata de una joya literaria que es lectura obligada como clásico, en especial para los juristas (en formación o no).

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