miércoles, 27 de julio de 2011

El Erpedio (IV)


Desorientación

  Desde entonces y con el paso del tiempo, los Arkelios fueron gobernados por jefes guerreros. La estirpe de los Hashek se perdió, mas algunos quisieron recuperarla. Tenían suficientes motivos para mantener la línea divina generación tras generación, pero Kendra no quiso traicionar a la memoria de Yumi eligiendo otro Hashek.
  Léin se marchó y con el paso del tiempo los Laerianos lo olvidaron. El dios guerrero quedó como una leyenda y de su paso por el país sólo permanecieron sus acciones, que mantenían vivo su recuerdo. Quizás volviese a reclamar parte de su país, de lo que era suyo por legítimo derecho. Sin embargo, esto sería interpretado como una señal, una profecía viva y reconocible ante la desaparición de Ayumi y de Yumi. Tal vez, su vuelta significase la nueva búsqueda de El Equilibrio, el nuevo duelo entre Luz y Oscuridad que nunca terminó de completarse.

Las obras de Kendra

  Kendra no se resignó a aceptar la pérdida de Yumi, mas al contrario, decidió congelar el alma de su Elegida para que pudiese volver llegado el momento de la revancha. Eligió ocultarla, mantenerla en secreto con la esperanza de poder recobrarla. Aquel día Kendra se convirtió en la maldad inexpugnable. Cuentan que Kendra, antes de marcharse, dirigiose a sus hijos y dioles un consejo para evitar que luchasen entre sí y consumiesen su pueblo con intrigas y conspiraciones: “Habéis de respetar a vuestros semejantes por razones evidentes, no os enfrentéis a ellos, cumplid eso por siempre.” Y rogó encarecidamente que cumpliesen esta enseñanza suya por encima de cualquier otra.
  Sin embargo, el espíritu de Yumi no vagaría errante por la eternidad sino que quedaría sellado en el arma definitiva y colosal. Un arma que conferiría un poder extraordinario y temible a quien la portase. Creó Kendra con su poder la espada de El Caos, que garantizaría la victoria a los Arkelios. La empuñadura, dividida en tres partes y esculpida en amatista fue escondida en los confines más recónditos y los elegidos deberían afrontar su búsqueda como prueba. No creó Kendra hoja para tal espada, pues pensó que cuando la ocasión lo requiriese ella la haría aparecer, quizás forjada en la lluvia, una hoja grisácea de plata pura cayendo del cielo gota a gota.
  En la explanada más escondida del bosque, allí enterraron a Yumi. La planicie almacenó todo el poder que Kendra quiso darle y desde entonces y durante la eternidad se han venido celebrando allí sus ritos.
  En cuanto a Kendra, muchos cuentan que se marchó lejos de Leruey, volviendo sólo en contadas ocasiones, tal vez sólo lo hizo para reencontrarse con Léin, al que seguía amando profundamente, pero Luz y Oscuridad están destinadas a enfrentarse para siempre, y eso también sucedía entre ambos.
  Aún así, la guerra es la guerra y desde la muerte de Yumi Kendra se sentía vacía y deseaba venganza. Amor y odio suelen estar inspirados por el mismo objeto y entre ellos sólo media un paso.
  El apellido Hashek sería defendido y honrado a sangre y fuego, e incluso mantenido a buen recaudo si la unión incluso debía producirse entre miembros de la misma estirpe. La pureza de la raza, la limpieza de la sangre, se convirtieron en la obsesión de todos los Arkelios.
  Los más valorados fueron aquellos que presenciaron el nombramiento de Kendra, Arkelios puros que lucharon a las órdenes de Yumi, la primera Hashek. Mientras que los que contra ella conspiraron convirtieronse en traidores y su linaje quedó maldito para siempre.
  Yumi parecía velar por todos ellos. Su cuerpo, que yacía en la llanura de Kendra ta Selster era lo único que tenían, su único vínculo con lo sagrado y divino. Yumi como enviada de Kendra, así la sentían.
  Reinado tras reinado, los Arkelios esperaban el momento designado por los dioses para la gran batalla y que los nuevos elegidos afrontarían. Regresarían Léin y Kendra y la guerra se retomaría, aquel que uniese las amatistas de Kendra y esperase su tempestad apocalíptica sería el nuevo señor de Leruey. Siglos o milenios, no importaba, el rencor acumulado estallaría, heriría, desgarraría, el miedo acecharía nuevamente, pues el futuro sólo es el reflejo del pasado.

La raza de los siete clanes

 En el momento en que los primeros Arkelios coronaron el monte y la cumbre de Leruey, no sólo hallábase con ellos la grandísima Hashek, sino otros linajes y estirpes divinos y sagrados, que reconocidos por la propia Kendra y amparados por su favor se hicieron intocables. Sería su obligación mantenerse puros durante la eternidad, y dar ejemplo.
  Sin embargo, habían de mostrarse inferiores a los Hashek, independientes de ellos y colocarse en un estado medio en el que su vanidad no actuase por ellos, y, a su vez, que su humildad no fuese tal que no honrase a sus ancestros. Así, la Diosa distinguió siete clanes que ayudarían y asistirían a la Hashek sin sobreponerse a ella. La protegerían a toda costa con su vida, y cumplirían todo lo que ella ordenase, a sabiendas de que, a falta de Kendra, la Hashek era su única conexión con ella.
  Advirtioles Kendra de que, si los Hashek perecían, como estaba dispuesto y escrito en su destino tarde o temprano, ninguno de ellos osase ocupar su cargo, pues sus méritos eran muchos, pero nunca suficientes para igualar a un Elegido, cuyo dominio sobre el mundo nacía únicamente de su poder y de su divinidad, que simbolizaba las esperanzas de todo un pueblo, y sus designios y voluntades habían de ser acatadas, al tiempo que gestaba la guerra y alumbraba victorias.
  Sucedía que, aquellos siete clanes daban entre su progenie y estirpe herederos puros del título de los primeros Arkelios reconocidos por la celestial emperatriz. No así los Hashek, cuyos descendientes podían no heredar la fuerza y los poderes que les serían reclamados, pues un Hashek es una aparición espontánea y necesaria dispuesta por la línea de los acontecimientos y los deseos de nuestra Diosa Madre para salvaguardar el rumbo, mantener El Equilibrio y terminar para siempre con el sagrado y obligado enfrentamiento que sólo incumbe al Bien y al Mal.
  Por ello, los verdaderos y primigenios Arkelios son los que encarnan la figura ideal de Seguidores de Kendra, quienes tuvieron la fortuna de ver sus gracias y sus bondades para con ellos, y a partir de ellos se sucede la raza Arkelia.
  Entre los siete clanes están los Eifrienel, amplia representación del honor, bravos guerreros, valientes, llenos de coraje y fieles guardianes y protectores de los más débiles. Aún hay quien asegura que, pese a lo sucedido, la mejor y más provechosa unión jamás producida sería la de un Hashek y un Eifrienel, el encuentro del honor terrenal y celestial.
   Los Kenarden, hechiceros que ayudaron a Kendra para que forjase la espada de El Caos, en los que la emperatriz celestial puso toda su confianza, pues poseían amplios dones para la clarividencia y la adivinación. En esta tarea los Yalatse se encargaban de ayudarlos, gran estirpe de sacerdotes al igual que los Kenarden. Los Koinel, verdaderos estrategas y grandes soldados que organizaban las huestes Arkelias para obtener la victoria. Los Nuiarale, los mejores herreros del reino de Leruey, creadores de las temibles armas que con orgullo esgrimían todos los Arkelios. Los profetas cuya misión consistía en interpretar los augurios y auspicios de los oráculos eran los Seintinel, sus predicciones llenaban de esperanza al pueblo Arkelio. Finalmente, los mejores comerciantes, diplomáticos, armados con su poderosa retórica y capaces de manipular los sentimientos y las emociones de las masas, se introducían discretamente en la corte y allí hacían prosperar la influencia Arkelia, el linaje de los Zeirenel.
  Sin embargo, la armonía entre estos siete clanes no duraría para siempre.

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