domingo, 15 de mayo de 2011

La crueldad masculina

A mediados del s. XIV el escritor italiano Giovanni Boccaccio (autor del Decamerón) escribía un tratado breve pero feroz denominado Corbaccio (látigo) en el que criticaba los innumerables defectos de las mujeres a raíz de un desaire amoroso. Es bastante injusto que este escritor se cebase con el género femenino sólo a raíz del comportamiento de uno de los muchos amores que tuvo en su vida. Pero, ¿seguiría siendo igual de injusto si se invirtiese el signo? No soy feminista, pero sé cuándo y cómo es conveniente realizar un alegato. Tuve un profesor (reitero, no una profesora) que me dijo que si para lograr la igualdad era preciso ser algo feminista, él lo era. Es, cuanto menos, una postura bastante paradójica. No creo, por otra parte, que la "paridad" que está tan de actualidad sea una manera de alcanzar la igualdad. Puede que garantice una igualdad "formal" pero no "material". Es más, se me antoja una discriminación velada ya que resulta bastante triste que alguien ostente un puesto simplemente por su sexo, ya que por delante de éste deben hallarse las aptitudes y la valía de la persona. Sin embargo, hemos de admitir que el machismo (o sexismo, si me apuráis, para ser políticamente correcta) perdura, y está en los parámetros y elementos incluso más insignificantes. Nuestro lenguaje es sexista: el masculino plural se emplea de manera neutra, la palabra hombre designa lo que se podría denominar de una forma más genérica como "ser humano", hay profesiones que no admiten el femenino y el cambio debe realizarse con el artículo correspondiente e incluso existen determinadas expresiones vulgares o malsonantes que dependiendo de si aluden a los órganos genitales masculinos o femeninos pueden tener una connotación positiva o negativa. Una vez leí en un libro de Rosa Montero (la loca de la casa, muy recomendable, por cierto) que si el hombre se hubiese visto obligado a sufrir la menstruación en lugar de la mujer, nos habríamos encontrado a lo largo de la literatura con numerosas alegorías sobre la sangre y el menstruo. Es algo anecdótico y sin fundamento, pero que invita a la reflexión. Por otra parte, no hay que soslayar el papel que algunas religiones han atribuido a la mujer, como introductora del pecado original o de los males del mundo (piénsese en Eva y Pandora) de ahí que se pensase durante mucho tiempo que el dolor que la mujer sufría durante el parto era el justo castigo por el pecado original y una manera de redimirlo. Hombres y mujeres somos iguales en nuestra diferencia o diferentes en nuestra igualdad. Es cierto que los elementos fisiológicos, antropológicos y hormonales son un lastre o un condicionamiento que tenemos que asumir y del que no debemos desprendernos pero, juntos hemos de ser capaces de alcanzar la igualdad y la armonía si queremos hacer de este mundo un lugar mejor. Las mujeres somos quizá, más empáticas, intuitivas, reflexivas y tal vez por ello se nos ha tachado de débiles o incluso inocentes. Los hombres, por su parte, desde la Prehistoria asumieron la labor de la caza, la defensa etc. por ello tienen mejor orientación espacial y eso influye en sus cualidades matemáticas y científicas, por ejemplo. Estos defectos y virtudes no son exclusivos aunque sí es cierto que en cada sexo se hallan potenciados de alguna u otra manera. Independientemente de emitir juicios que nos lleven a una "guerra de sexos" de lo que se trata es de que ese conjunto de virtudes y defectos (masculinos y femeninos) sean capaces de equilibrarse con los del otro.

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