jueves, 5 de mayo de 2011

La idealización como bálsamo contra lo prosaico y lo ajeno

Dijo Proust (me voy a tomar la licencia de parafrasear a este genio francés) que aquello que recordábamos no era exactamente lo que había ocurrido. Lo que me parece que quería definir el autor de En busca del tiempo perdido en esta frase era la idealización. Se trata de un recurso que el ser humano emplea constantemente desde tiempos inmemoriales para aliviar el peso de su existencia. La gran mayoría de las artes se basan en este recurso, sólo basta recordar los tópicos y cánones literarios, pictóricos, arquitectónicos y musicales, porque en general cualquier representación se aleja de la realidad y la idealiza. Cada ser humano vive en su propio mundo, en su burbuja y desde ahí contempla la realidad, sin saber si esta va a entrar en colisión con la de otras personas, ya que tenemos como entidades únicas una manera propia e intransferible de entender el mundo. Lo idealizamos todo: nuestros recuerdos, nuestra identidad, nuestros conocimientos... por otra parte, las grandes pasiones como el amor y el odio también se sustentan en la idealización. Al fin y al cabo son una visión distorsionada, unilateral y extrema que nos formamos de otra persona. Considero que la idealización no es sólo un locus amoenus de belleza y perfección, puesto que bajo su prisma se pueden dar las deformaciones más grotescas en todos los sentidos. Hay quienes se refugian en lo sombrío y lo lúgubre, como ocurría durante el Romanticismo. Pero la idealización es siempre un reducto en el que sentirnos seguros pese a la intuición de que esa frágil creación nuestra es falsa. Se trata de un método de protección frente a lo ignoto y lo que se escapa del radio de acción de nuestro propio universo.

No hay comentarios: