miércoles, 27 de julio de 2011

Delirios vesánicos de una joven que, de cuando en cuando, se entretiene fingiendo ser actriz

María García es tímida, sensible e insegura. Sonríe mucho, baja la mirada y se ruboriza con frecuencia. Cuando acude a clases interviene en voz baja, como si no quisiera importunar al silencio con sus opiniones. María Elena Carpio tiene la efímera y quebradiza seguridad de quien ha pisado las tablas unas cuantas veces unida a la modestia crítica de quien sabe que no se dedicará a ello profesionalmente. Es capaz de ponerse frente a quien quiera escucharla y le es indiferente realizar una exposición acerca de la publicidad (en francés con fuerte acento parisiense) o bien un seminario acerca de las causas de justificación como elemento de exclusión de la antijuricidad en la conducta típica. María García sólo canta cuando sabe que nadie va a oírla, mientras escribe o hace las tareas domésticas, los prejuicios la frenan. María Elena disfruta cantando en cualquier lugar si se siente con fuerzas para ello. Elena adora conocer gente nueva y experimentar con ellos nuevas sensaciones, en especial si hay que subirse a un escenario, sabe que con ello crea Belleza, Arte y se siente realizada. Si María es escritora Elena Carpio se entretiene en crear personajes sobre el proscenio, meditar cada gesto y cada pausa. "Al fin y al cabo no nos diferenciamos tanto, yo también les estoy relatando una historia, les doy mi visión, sin mí el autor dramático no puede llegar a realizar su obra, soy intermediaria, pero también tengo un gran poder creador." le dice a María García. María se queda sentada mientras el resto baila, Elena se pone en pie y no le importa iniciar una conversación con quien se le aproxime e incluso improvisar algunos pasos descompasados. Cuando Elena baja junto al público, terminada la función, María le susurra sus fallos (es su más feroz crítica) ya que ha contemplado la escena desde fuera. María prefiere refugiarse en su soledad, Elena sabe que no está sola y admira la calidez de la compañía de sus compañeros de elenco. María se muestra tal y como es, Elena sólo aparece súbita y fugazmente, como los fuegos fatuos. "Elena, el día en que me esté ciñendo la toga, recordaré el eco lejano de los aplausos y la absurda nostalgia que te atenaza cuando pisas un teatro en el que actuaste tiempo atrás, hasta entonces, mientras sigas haciendo teatro, me harás feliz". 
Los focos se apagan, la mentira ha terminado, ¿o quizá sólo ha empezado? Elena, vestida de campesina del siglo XVI compone una expresión pícara. "María, siempre estaremos ayudando a que la voz de los autores perdure en el tiempo, trataremos de no tergiversarla pero irremediablemente ponemos un pedacito de nuestra alma en ello y es precisamente en ese momento, cuando rozamos el deseo humano de trascender". María asiente, un escritor ha de leer, viajar, llorar, reír, ¡ha de vivir en suma si quiere dar contenido a sus escritos! todo ello enriquece su alma; al escribir colocamos algo de nosotros mismos frente a los demás, para ser juzgado, la exteriorización del actor tiene el mismo efecto, sólo que es aún más ostensible. María se ve reflejada en Elena y esa sensación le resulta confortamblemente agradable. "Vivam!" es lo único que la emoción le permite exclamar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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