domingo, 3 de octubre de 2010

El Erpedio (I)

En el proceso de creación literaria que estoy llevando a cabo para escribir El secreto de Leruey he tenido que remontarme en el tiempo hasta los inicios de este país imaginario y reconstruir su pasado. Por ello tuve que escribir una historia paralela que explicase las razones que provocan los enfrentamientos entre el Bien y el Mal en este país. Esta historia está recogida en El Erpedio, un libro religioso-moral que expone el pasado de una de las razas más importantes del país, de vital importancia para comprender el posterior desarrollo de los acontecimientos. Voy a comenzar a publicarlo aquí por entregas, si tiene éxito, puesto que no encuentro exactamente dónde colocarlo, espero que sea de vuestro agrado.

Aquellos que escribieron su historia en letras doradas… nos obligaron a escribir la nuestra con letras de sangre.

La falsa e idílica historia por siempre repetida 

  Cuando no existía el tiempo y todo lo real se circunscribía a una bruma incierta, la que creíamos nuestra Diosa Madre, hastiada ya, decidió crear un mundo que le honrase tributo. Así, concentró todos sus poderes en una esfera de apariencia cristalina entre sus manos y la hizo añicos después. En esa explosión se creó Leruey, y con esfuerzo creó la Diosa todo lo que vemos: los ríos, las montañas, el sol, la luna, las estrellas, los bosques… pero era el viento lo que ella dominaba mejor entre todas las cosas. Por tanto comandaba ella a los fríos vientos del norte y a los cálidos aires del sur, que eran un hálito de vida para aquella tierra incipiente, despertando así a los seres mágicos hijos de su poder. Antes de marcharse, formó la Diosa a unos seres que a su semejanza habrían de encontrar la forma de dominar la magia, los primeros Leruyanos. Estos débiles seres, al unirse a las otras criaturas que ya se habían posicionado en la tierra originarían las razas que hoy conocemos: Nérfilos, Denios, Arilsekielos, Korielfos, Forelelfos, Larkisos… hecho esto, la Diosa, agotada, se retiró a descansar.



Luego también se presentó la Diosa a sus hijos como su Madre Creadora, diciendo: “yo soy Lerania, vuestra Madre y este es vuestro hogar y el poder que puse en él. Ahora debéis marchar y hacerme sentir orgullosa y satisfecha.”Comenzó así un reinado justo por parte de Lerania.


Poco después avistó Leruey un Dios ambicioso y guerrero. Se maravilló de la perfección de aquel país y del fuerte poder que emanaba. No pudo por menos que preguntar a los lugareños de quién eran aquellas tierras. Los laerianos, pues, contestaban humildemente: “señor, estas tierras son de nuestra madre, Lerania, Diosa de los Vientos, la Sabia Creadora y de buenos consejos” Aquel Dios, que llamábase Léin, convino en que debía encontrar entonces a la autora de tal prodigio. Tras muchas andaduras la halló serena sobre una colina desde la cual soltaba sus poderes del viento como si diese al vuelo encantadoras aves. Léin quedose prendado de la Diosa y lo mismo le sucedió a Lerania. Así pues, ambos optaron por unirse y Léin se comportó como un padre para los laerianos. Les enseñó las artes de la lucha e incluso forjó para ellos armas y escudos. Usó su poder de la Luz para fortalecer la magia interna del joven Leruey e hizo un Reino Eterno de Luz en el cual se depositaría toda la magia y en el que las almas de aquellos que perdiesen la vida podrían renacer, reposar y desde ahí velar por sus seres queridos.


Así, pasó el tiempo y todo era paz, puesto que la única fuerza que controlaba el país era la Luz, pero aquello no tardó en cambiar, puesto que El Equilibrio completo del cosmos también necesitaba de otras fuerzas.


Nació entonces una hermosa Arilsekiela a la que pusieron por nombre Ayumi y que albergaba en su ser todos los dones imaginables. Así pues, ella y un numeroso grupo de seguidores comenzaron a interesarse por una serie de energías desconocidas hasta entonces, eran muy poderosas, pero dañinas y peligrosas, a estos sortilegios los llamaron Magia Negra. Cada vez Ayumi se hacía más poderosa y desequilibró los poderes de los Dioses principales. Léin la amenazó con desterrarla y ella lloró de pena y arrepentimiento pues se sentía incapaz de controlar sus poderes. Léin, entonces, le habló envolviéndola en los rayos dorados del sol con su voz paternal y consoladora: “Ayumi, no dejes reinar a la oscuridad, ni reines sobre ella porque reinarás sobre la Luz y la dejarás reinar” Decidieron, pues, los dioses delegar su reinado, pues era ya hora de que los laerianos asumieran ya sus responsabilidades y reinaran de forma justa y respetable. Así fue cómo Ayumi se convirtió en la primera reina de Leruey, elegida por el Dios Léin.

La otra Ayumi

Pero mientras Ayumi lloraba desconsolada ante Léin era su alma la que buscaba la verdadera Magia, por eso la esencia de su personalidad se separó de ella formando el resto de la energía maligna, lo necesario para El Equilibrio. Puesto que era Ayumi la perfecta balanza entre el Bien y el Mal.



La otra parte de Ayumi se llamaba Yumi, cuyo significado era Guerrera de las Sombras. Aquella joven buscó a sus desmoralizados seguidores y les prometió el poder absoluto destronando a Ayumi. Yumi y sus seguidores consideraban al resto de habitantes de Leruey como indeseables que no aceptaban su Doctrina. Así pues, se enfrentaron en una cruenta lucha.


La lluvia caía como lágrimas celestiales, la noche se cernía, acercándose, con sus pasos oscuros y temibles. Ambas guerreras acusaban el cansancio de una batalla que se prolongaba desde el amanecer. Restallaba el metal, encendiendo con sus chispas la negrura del crepúsculo. Los seguidores de Yumi observaban atentos, su Maestra no les había dado parte en la lucha pero esperaban el momento en el que se lanzarían sobre la elegida de Léin, como una manada de lobos hambrientos. A veces era Ayumi quien se acercaba a la victoria, otras era Yumi quien acariciaba la gloria pero ninguna de las dos se rendía. El agua las empapaba, dificultaba sus movimientos, pero ninguna de las dos desfallecía.


La agonía de ambas contendientes se alargaba penosamente. Ayumi sufría ante sus Dioses y quienes la apoyaban y la habían escogido por sus habilidades. Yumi luchaba sola, con la única convicción de su poder, con su sola fuerza interior, su descaro, su insolencia. Habíase atrevido a desafiar a sus Dioses Creadores, a los padres a los que tanto debía y era plenamente consciente de ello. Su egoísmo era lo único que la mantenía viva, sus falsas promesas. No necesitaba a nadie, pero sola no era tomada su presencia muy en cuenta. Se había rodeado de aquel hatajo de imbéciles sólo para sembrar el pánico, para darse a conocer, para que la respetasen.


Ayumi buscaba explicaciones pero no las hallaba. Quería acabar con ese engendro que había surgido de su interior, tanta maldad acumulada y quería que todo volviese a su ser, y de nuevo honrar a sus Dioses y suplicarles un perdón que no se merecía, quería volver a El Equilibrio. Pero aquella lucha eterna la hacía temblar, era un castigo .Lerania y Léin les habían negado su favor y ahora estaba arriesgando su propia vida, era un sacrificio justo.


Y conforme avanzaba la batalla Yumi parecía hacerse más fuerte. Aún así, Ayumi se hinchió de orgullo, era la elegida de la Luz y tenía que demostrarlo, daría todo lo que había en su interior para lograrlo. Se acercó a Yumi, la respiración agitada, notaba cómo se mezclaban sus ardientes lágrimas con la gélida lluvia, lloraba de impotencia, pero ahora se sobreponía. Lanzó una estocada fugaz que hirió a Yumi levemente. Esta vio cómo su espada salía despedida, volando, alejándose y finalmente cayó al suelo, exhausta. Su grupo de incondicionales lanzó un rugido ensordecedor, las espadas afilaban el aire al ser desenvainadas. Yumi se incorporó a duras penas, temblando. Una sonrisa maliciosa poblaba sus labios: “¡Ni se os ocurra acercaros! Esta batalla es mía y si alguien ha de caer primero, esa soy yo.”


Buscó su espada y la clavó en aquel lodazal para apoyarse, para ponerse en pie, pero le era imposible. Arrodillada allí las fuerzas le fallaban, sus ropas pesaban el doble mojadas, no podía seguir. Ayumi avanzó. Yumi la observaba con cautela y la mirada baja, hasta que notó la punta de una espada en su garganta, algo que la obligaba a mirar hacia el cielo. La noche caía a plomo, Ayumi se disponía a disolver aquella pesadilla. Yumi suspiró y el odio encendió sus ojos: “Te llaman la Luz de la Justicia, la elegida de Léin. Pero, ¿De qué te sirve si vas a cometer la infamia de acabar con tu hermana?” Ayumi levantó la espada y golpeó con ella de plano en la mejilla de Yumi, que desvió la mirada asimilando aquella humillación. “¡Callaos! Vos no sois mi hermana, sois algo que jamás debió pasar, algo que no debí dejar correr, algo que no tendría que haber hecho, un error.” La voz crispada de Ayumi retumbaba entre la lluvia pero sabía que todo aquello terminaría.


Ayumi envainó la espada, tragó saliva y se preparó para un conjuro cuyas consecuencias serían fatales. “Se acabó para vos y para los vuestros, oh guerrera de las sombras, si tan segura estáis de poseer la verdadera magia, os condenaré a vagar por los bosques en una noche eterna y sin el amparo de la luz de la luna” El desprecio de su voz, la mirada asesina, hicieron que Yumi buscase resarcirse, intentó levantarse sin éxito mientras un torbellino de luz y viento la desplazaba lejos de allí.


Se encontraron, pues, tal y como Ayumi vaticinó en un bosque infinito en el que el amanecer no llegaría. Un bosque delimitado por una barrera luminosa. “¡Yo te maldigo, Ayumi! Cuando salga de aquí me aseguraré de que no quede de ti ni el aliento…”

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