sábado, 9 de octubre de 2010

Una historia con personajes prestados...

Sucede que a veces codiciamos lo ajeno y en tal estado de enajenación nos hallamos que creemos que esa posesión externa nos pertenece legítimamente, sólo porque la anhelamos de una forma más vehemente en que lo hace su propio poseedor, ignorando si la aprecia o no. El caso es que un muy querido amigo mío, Roberto, está escribiendo una historia de corte fantástico a la que soy totalmente adicta, sus personajes tienen una profundidad psicológica y un vigor increíbles, y me atraen sobremanera. Me prometió que uno de los personajes femeninos principales respondería a mi vivo reflejo, y debo decir que está haciendo un gran trabajo. Yo le propuse, siguiendo su línea argumental, que me "prestase" a mi personaje y me permitiese escribir, al menos, un capítulo sobre ella, realmente se trataba de algo que llevaba maquinando desde hacía tiempo. Le dije que si le gustaba podía disponer de él cómo quisiese, aunque estuviese en otra perspectiva que la del resto de su relato. En fin, este artículo va dedicado a mi amigo, Roberto, y le agradezco que me dejase realizar este sueño literario. He aquí el texto:

CAPÍTULO: AMOR Y ESPIONAJE


Recuerdo que caminaba sin rumbo fijo por entre las tiendas del campamento de la Resistencia, quizás lo único que necesitaba era poner en orden aquella maraña de sentimientos que dominaba mi mente. Entonces, Royan se vino a mí haciéndose el encontradizo y me comunicó con una seria sonrisa que quería que fuese a verle a su tienda aquella misma noche, según él tenía algo muy importante que pedirme.


Me incomodaba tanto secretismo y desconocía sus intenciones, la curiosidad hacía mella en mí, sin embargo, la noche llegó, para mi alivio. Me presenté en su tienda aparentando tranquilidad, distraídamente, no quería hacerle ver mi nerviosismo ni mis dudas.


-Shirey,-comenzó sin contemplaciones-tengo una misión para ti. Una tarea que sólo puedo encomendar a una muchacha con tus aptitudes.


-¿Hablas en serio?-repliqué menospreciando su halago y apartando su mano de mi hombro, temía que algo así sucediese.


-Sí. Sólo podía confiar en ti.-continuó pese a mi disgusto-Necesito que te infiltres en el campamento de las tropas imperiales y consigas información para la Resistencia. Debes acercarte al jefe de los ejércitos, Norman.


Me puse a juguetear con mi pelo sólo para simular la mayor indiferencia frente a sus palabras.


-Dime, Royan,-quise mostrarle mi rechazo absoluto-¿este disparate se te ha ocurrido a ti solito?


-Partirás mañana al amanecer.-insistió Royan impasible.


-Está bien.-accedí acorralada-¿Lo sabe alguien más?


-No, y nadie más puede saberlo.-sentenció con un tono grave-Es una misión secreta, ¿comprendes?


-Pero, ¿qué le digo ahora a Sífer…?-pregunté con mirada suplicante.


-Cualquier cosa, lo que se te ocurra, me da igual.-comentó bruscamente mientras me conducía hasta la puerta dándome a entender que la conversación había finalizado-Por cierto, Shirey,-añadió con una pícara expresión-no te olvides de usar tus encantos. Ya sabes…


Cuando salí de allí estaba tan confusa que comencé a llorar presa de la impotencia. Ahora sé que mi intuición trataba de advertirme, aquella misión de espionaje haría tambalear los cimientos de mi vida.


Casi inconscientemente logré llegar hasta mi tienda. Sífer se percató de mi llanto y se quedó petrificado, me dolía engañarlo y preocuparlo innecesariamente, pero Royan ya me había advertido. Yo decidí aprovechar aquella erupción de lágrimas para tratar de “explicarle” el motivo de mi marcha.


-¡Oh, Sífer, es terrible!-exclamé arrojándome a sus brazos.


El correspondió a mi abrazo y hundió su mano en mi pelo, podía sentir su desconcierto.


-¿Qué ha sucedido?


-Royan acaba de decirme…-sollocé para darme tiempo, inventar mi excusa y creer aquella mentira que estaba construyendo-¡mi padre ha muerto!


Él volvió a rodearme con sus brazos más fuertemente que antes.


-Mañana mismo salgo para tratar de reconfortar a mi madre…


-Te acompañaré.-afirmó con seguridad sujetando mis manos.


-Gracias, pero… la Resistencia te necesita. Estaré bien, no te preocupes.-lo disuadí.


Sífer me miró con tristeza y cierta suspicacia, pero se resignó a aceptar la aparente veracidad de mis palabras.


Preparé mi equipaje y me deslicé hasta el lecho cuidadosamente. El amanecer llegó en un suspiro. Wtu coloreaba la aurora con una rosácea claridad. Coloqué en las alforjas de mi caballo todo lo necesario, monté y salí del campamento tratando de ahuyentar cualquier amago de añoranza. Llegué al campamento enemigo y contuve mi rabia y mis ansias por volver. Pero la Resistencia me necesitaba, necesitaba toda la información que yo pudiese recabar. Las empalizadas de madera amurallaban una enorme extensión de terreno y estaban decoradas con estandartes y banderas que lucían la heráldica del Imperio.


Me coloqué frente a las puertas y los dos guardias que oteaban el horizonte desde las torres de vigía me contemplaron sin ocultar su sorpresa.


-¿Qué es lo que buscas?-me espetó uno de los dos hoscamente-No queremos curiosos por aquí…


Sólo se oía la leve voz del viento, no tenía una respuesta y ambos soldados parecían impacientarse.


-Quiero alistarme en el ejército imperial.-comenté al fin como si alguien me hubiese dictado la contestación adecuada, yo sólo estaba interpretando.


Las pesadas puertas se abrieron con un desvencijado crujido al cabo de un instante. Me adentré en el campamento y me condujeron hasta un lugar en el que podría registrar mi nombre como nueva miembro del ejército imperial. Firmé en un pergamino con una oscura pluma de cuervo y luego me dispuse a dejar a mi corcel en las caballerizas.


Al abandonar los establos pude oír unas risas burlonas a mis espaldas. Seguí caminando sin darles mayor importancia, pero los cuchicheos que intencionadamente no eran convenientemente silenciados lograron que me enervase.


-¡Eh, tú, preciosa!-comentó uno de los más atrevidos-¿Qué estás haciendo en un sitio como este? ¿Has venido a alegrarnos mientras estemos de campaña?


Aquel desafortunado comentario provocó la carcajada general. Supe que tenía que tratar de pasar desapercibida pero yo no era inmune a la ofensa.


-Me temo que no.-contesté cuando se apaciguaron los ánimos-Sólo estoy aquí para cerrarles la boca a los imbéciles como tú.


El grupo de buitres que rodeaba a mi interlocutor lo azuzaba para que reparase su herido orgullo.


-¿Pero es que acaso sabes luchar, dulzura?-cuestionó en tono socarrón.


-Pues mira, creo que se me da mejor luchar que a ti declamar. Aunque eso es fácil.-solté despectivamente.


Sin esperar su inteligente objeción desenvainé mi espada y me abalancé sobre él, me tomé aquello como una especie de prueba para mostrarles a aquel hatajo de necios mi valía. Logró parar el golpe, pero yo lo asediaba con estocadas rápidas e impredecibles, que a duras penas conseguía detener. Yo lo aventajaba en agilidad por lo que en uno de sus amagos lo así del brazo y lo despojé de su arma. Sabía luchar con dos espadas porque Firo me había enseñado. No obstante, no iba a atacarle cuando estaba desarmado, simplemente le asesté un tajo cruzado a su frágil escudo de madera, lo único que le quedaba, que se quebró en cuatro trozos perfectos.


El estupor se generalizó. Miré a mi oponente con aire de suficiencia, él contemplaba los fragmentos de su escudo con una estúpida expresión en su rostro, finalmente había conseguido labrarme una reputación que me mantendría a salvo.


-Bueno, supongo que me merezco un puesto en este ejército…-medité en voz alta-Por cierto, me parece que esto te pertenece.-le tendí su espada.


Decidí que al atardecer me acercaría a Norman y tomaría contacto con él, sólo esperaba que no me resultase difícil. Había oído hablar mucho acerca de él, se había creado toda una leyenda en torno a su figura, ahora me disponía a averiguar qué había de cierto en todo aquello. Norman, el hermano de Firo, príncipe de Sinestesia, era un témpano de hielo. Según había oído nada lograba conmoverle, no obstante nunca había tenido la ocasión de encontrarme con él.


Cuando los declinantes rayos de Wtu caían sobre el campamento, recorrí todo el intrincado laberinto de tiendas hasta llegar a la más grande y lujosa que se hallaba en el centro. En la puerta había un par de guardias y varias antorchas que sumaban su dorada luz a la del crepúsculo.


-Quisiera hablar con Norman, por favor.-pedí.


Los guardias cruzaron una mirada de asombro y luego me escrutaron de arriba abajo, yo ya sabía que la respuesta sería negativa.


-En estos momentos está ocupado y no recibe a nadie.-expuso uno de ellos lacónicamente.


Suspiré, traté de buscar una manera de insistir que resultase convincente. Sin embargo, una voz proveniente de la tienda, cuyas órdenes no pude entender, lo cambió todo. Los soldados se apartaron y me hicieron una señal para que pasase al interior.


Norman estaba sentado en un escritorio delante de un pergamino, sin duda se hallaba en la tarea de escribir una misiva para alguno de sus hombres. Era tan distinto a Firo… poseía un aura melancólica y misteriosa y tenía, decididamente, el porte gallardo y apuesto de un príncipe. Levantó fugazmente la mirada de la carta y sus ojos oscuros repararon en mí, unos ojos de los que era imposible huir, como si atravesasen el alma y le arrebatasen todas sus emociones. Se levantó con suma delicadeza y en el corto trayecto que nos separaba su capa siguió sus movimientos con pulcritud, ondeando al compás de sus pasos.


-Lamento el trato que has recibido por parte de algunos de mis soldados, jovencita.-se excusó, tomó mi mano y me la besó gentil e inesperadamente.-Ciertamente, me has sorprendido con tu comportamiento. De hecho, iba a mandarte llamar, pero veo que te me has adelantado.


Sonrió mecánicamente, su amabilidad y su cortesía eran simplemente una coraza. Aquella sonrisa era una mueca, no reflejaba nada.


-Por cierto, ¿Cómo te llamas?-inquirió.


-Mi nombre es Shirey.-dije, pugnando para que el rubor no conquistase mis mejillas.


-Así que, Shirey…-murmuró para sí con una encantadora dulzura que jamás habría sospechado por su parte-si estás aquí, intuyo que querrás decirme algo. Pero, permíteme que resuelva algunas de mis dudas primero.


Asentí en silencio, camuflaba sus mandatos tras una expresión de inocente condescendencia.


-¿De dónde eres? ¿Por qué estás aquí? ¿Dónde y cómo has aprendido a luchar así? Por último y lo más importante, ¿Sabes usar magia?


Ante aquel cuestionario supuse que recelaba de mi misteriosa presencia en el campamento y quería asegurarse. Inspiré hondo mientras componía la explicación que Norman deseaba oír.


-Veréis, Alteza, soy de Isla Menor. Estoy aquí porque los habitantes de mi pueblo apoyaban ciegamente a la Resistencia, al contrario que yo. Huí y he llegado hasta aquí. En mi opinión el Imperio reconducirá a Trantich a su antigua época de esplendor. Por todo ello, ahora me alegro profundamente pues puedo serviros a vos y al Imperio, como siempre he anhelado.-leí en su expresión una alegre admiración, pero Norman simplemente mostraba lo que no sentía y viceversa.-En cuanto a lo de cómo y dónde he aprendido a luchar… no sé qué contestaros, verdaderamente.-comencé a hacerme tirabuzones en el pelo, no podía evitarlo-Supongo que en la escuela de la adversidad…


Norman rió ante mi ocurrencia, me sentía más tranquila, parecía haber recuperado la seguridad y la confianza en mí misma de las que la primera mirada de Norman me había desprovisto. Pensé que probablemente había conseguido resultarle convincente, pero aquello era algo imposible de averiguar.


-Dime, Shirey, ¿Se aprende magia en esa escuela de la adversidad de que me hablas?-bromeó.


-Por supuesto que sí, Alteza, eso es algo imprescindible.-afirmé siguiendo su mordaz comentario.


Desde entonces, Norman me mantuvo junto a él sin que ni siquiera yo se lo hubiese pedido. Me pedía opinión para planificar las estrategias de combate del ejército, por lo que pude acceder fácilmente a unos datos que serían de vital importancia para la Resistencia: armas, número de efectivos y caballería, formaciones y colocación en orden de batalla… podía decirse que no sospechaba de mí en absoluto y si acaso lo hacía se estaba comportando de una forma muy atrevida. Yo no le era de mucha ayuda porque no quería hacer algo que pudiese perjudicar a la Resistencia.


Él se sentía cómodo en mi presencia, al igual que yo. Sin embargo, no daba muestras de intentar revelarme su verdadera personalidad. Algo me estaba ocurriendo. Si bien tenía motivos suficientes como para dar mi misión por terminada, algo me impedía abandonar el campamento. ¿Qué me retenía allí? Aunque intentaba engañarme yo sabía que Norman era la respuesta a ésa y a las muchas preguntas que me estaba planteando a raíz de mi estancia con el enemigo.


Quizá lo que yo pretendía era destruir la envoltura de Norman. ¿Qué había detrás de su elegancia? ¿Su pétreo corazón latía o había sentido alguna vez el amor, la compasión… o simplemente se nutría de indiferencia? Me exponía a muchos riesgos, pero algo me obnubilaba. Pese a que no estaba entre mis metas me propuse como objetivo desenmascarar a Norman. Él me atraía, suspendía todos mis sentidos de una manera tan sutil como mágica.


Una tarde en la que compartíamos confidencias en su tienda me atreví a preguntarle:


-¿Quién eres, Norman?-me había autorizado para que lo tratase con familiaridad y yo había accedido rápidamente.


Norman sopesó la pregunta y paseó su mirada vacía por la estancia. Adivinó mis intenciones y se limitó a sonreír con nostalgia sin ocultar su incomodidad, dejó que el tiempo transcurriese y que el silencio nos envolviese.


-Un corazón adiestrado para ser inmune al sufrimiento.-se definió al fin, no pudo permanecer impertérrito ante tal pregunta.


Aquel comentario suyo no me satisfacía, pero se aproximaba bastante a lo que yo había imaginado. No obstante, tras una pausa de reflexión, continuó:


-Eso era lo que yo creía ser, al menos hasta tu llegada… desde ese momento me lo he replanteado todo… Shirey,-se aferró a mi mano, que reposaba sobre la mesa-puede que tú y yo no seamos tan distintos, al fin y al cabo… has abandonado a tu familia, renegado de tus raíces, y ahora estás aquí conmigo… puede que tú…-el envés de su mano acarició mi mejilla-tú puedes hacer lo que nadie ha conseguido. Shirey, ¿serás capaz? ¿Querrás derretir la helada cubierta de mi yerto corazón?


-Pero, Norman, yo no…-me silenció con un beso.


Me había besado. Me había besado y aquel fugaz contacto entre nuestros labios había hecho que mi mundo conocido se escindiera irremediablemente. Debía sentirme feliz, pero aquel caos indeseado sólo hizo que de mis ojos brotasen lágrimas. La incertidumbre seguía asaltándome; ¿Qué sentía realmente Norman? ¿Qué sentimientos me daba a ver? ¿Qué era el amor? ¿Qué había sentido por Sífer? “Lo que te unía a Sífer era simplemente amistad, un esbozo de amor latente.” Me dije. Pero las preguntas eran simplemente tan contradictorias como sus respectivas respuestas.


Me había cazado. Estaba atrapada ente el amor y el deber, el Imperio y la Resistencia… y toda esa interminable y paradójica amalgama de contrarios que rige nuestras vidas sin que podamos luchar contra ello, eso a lo que llamamos Destino. Pero Norman me hacía sentir como la emperatriz de un Imperio incipiente, y había algo tentador en sus ojos, algo por lo que sucumbir se convertiría en un acertado error. ¿Por qué es tan despiadado el amor si se cruza en el camino del honor?


¿Qué debía hacer y qué era lo que realmente deseaba? ¿Desertar? Pero, ¿qué significaba eso? Mi ausencia se prolongaba ya demasiado y en la Resistencia muchos podían sospechar de mi deserción. Sin embargo, estaba en la frontera, no pertenecía a ningún bando, por lo que aquello carecía de sentido. Sólo podía dejarme guiar por mis sentimientos.


Una tarde en la que el ocaso presagiaba una despedida, me hallaba sobre la colina que dominaba el campamento. Sentía la caricia de una diáfana brisa que olía a tierra húmeda y observaba el conjunto de tiendas, no sentía siquiera indiferencia. Eso me asustó.


-No hay atardecer que no me entristezca. La noche triunfa y nos hace ver nuestra pequeñez, es desesperanzador.-reflexionó Norman con voz atribulada.


Había ascendido la loma sigilosamente y sin esfuerzo, aunque su presencia no me resultó extraña. Llegó hasta mí y me cogió la mano. Disfrutamos de la elocuencia de nuestro silencio, ambos sabíamos que empezaba a gestarse entre nosotros una distancia ineludible.


-¿En qué piensas, Norman?-cuestioné temerosa de su respuesta, pero aliviada al ver que había logrado descubrir su verdadero ser.


Se aferró a mi mano con mayor fuerza al tiempo que su mirada se perdía tratando de discernir su futuro más allá del horizonte. “¿Por qué eres tan diferente a lo que siempre me hicieron pensar sobre tu persona? Si fueses tan sólo como el retrato que todos se han empeñado en ilustrarme todo sería más fácil ahora. Mi alma no estaría fragmentada en añicos y seguiría anclada en ese falso pero idílico espejismo de felicidad que yo misma me creé”, medité ante una respuesta suya que no llegaba.


-Yo te amo, Shirey.-declaró arropándome en un cálido abrazo, intuía sus lágrimas y él presentía mi huida, sólo parecía querer retenerme junto a él.


-Yo también.-confesé sin poder evitar que la tristeza me recorriera, una pena compartida por los dos.


-Si es así, ¿Por qué vas a dejarme?-me preguntó con voz trémula.


Se separó de mí y el brillo de sus ojos era un furioso destello de angustia. Aunque me hubiese empeñado no podría habérselo ocultado por más tiempo, si me había protegido y no me había delatado pese a conocer mis intenciones… ¿acaso eran honestos sus sentimientos?


-Sé que te marcharás y conozco tus circunstancias.-su tono no era amenazante-Pero no me importan en absoluto, Shirey. Admiro tu arrojo y los riesgos que has asumido, porque para mí ha sido todo un placer.


-Norman, lo siento, todavía no sé qué pensar, estoy confusa, no sé si este es mi lugar…-acerté a murmurar con un hilo de voz.


-¡No trates de justificarte!-bramó Norman presa de una pena rugiente-Shirey, eres una magnífica guerrera, podrías formar parte de mi guardia personal, ¿qué piensas? No me abandones.-sus elogios ocultaban una súplica desesperada.


-No quiero, pero debo hacerlo. Norman, yo tengo honor…-me disculpé, una constelación de lágrimas se agolpaba al borde de mis ojos.


-¿Honor? Creía que me amabas, Shirey…-musitó decepcionado.


-¡Y lo hago!-me aferré a sus manos y nuestras frentes se tocaron-Te juro que has sido el único motivo por el que he permanecido aquí, la única razón por la que me he arriesgado…


-Shirey, te prometo…-Norman luchaba por retener un llanto de despedida-podemos ser muy felices, ¡Felices! ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Yo desconocía la felicidad, pero tú, como una misericordiosa enviada celestial, me la has ofrecido. No quiero rechazarla, Shirey, por favor. Conviértete en mi emperatriz.


La emoción lo embargaba, desprendía lástima, estaba frágil. Traté de calmarlo con un beso para que no se envenenase con promesas imposibles.


-¿Por qué?-clamé entre sollozos-¿Cómo puedo odiar al Imperio y amar a su emperador, Norman? Lamento no poder convertirme en tu emperatriz…


Su expresión se endureció ante mi negativa, se limitó a besarme por última vez y lloró sin contemplaciones. Todavía hoy recuerdo sus lágrimas, las lágrimas de un emperador.


-Vete.-me ordenó con la rudeza con la que trataba a sus enemigos-No te atrevas a volver. Si te encuentro en el campamento mañana al amanecer te aseguro que te arrepentirás. Te acusaré de espionaje, Shirey, y no te valdrá ningún ruego.


Ahí estaba el Norman inclemente y despiadado que todos conocían, la otra cara de la moneda. Comenzó a descender la colina y me lanzó una mirada llena de compasión.


-Márchate.-me imploró esta vez en un suave susurro-No quiero verme obligado a cumplir mi juramento.


La luna se encaramaba sobre la llanura como si adornase el cielo, una gran perla bordada sobre seda azul. Norman me tendió la mano pero yo no había reconsiderado mi decisión, a pesar del dolor que me producía.


-Me iré, no quiero hacerte sufrir. Pero recuerda que si algún día dejamos de ser enemigos, nos encontraremos otra vez.


Salí huyendo sin dejarle tiempo a reaccionar, regalando al viento mis lágrimas. No quería oír sus intentos para persuadirme. Ensillé a mi corcel y cabalgué velozmente para alejarme del campamento y del recuerdo de Norman. La incertidumbre que había sembrado aquella misión en mi interior sólo podía ser resuelta en un campo de batalla, pero desde aquel entonces, nuestro absurdo enfrentamiento dejó de tener sentido para mí, ya no entendía por qué motivo luchaba.

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