viernes, 12 de agosto de 2011

El amor de los amantes: de locura y disparate

El Siglo de Oro español (s. XVII) ha dado lo mejor de sí en cuanto a literatura se refiere. Todos los géneros florecieron en esta época y el teatro no iba a ser una excepción. Es en este tiempo cuando aparecen los tópicos, personajes, obras y autores que darían reconocimiento y brillo a las letras españolas para la posteridad.
  Con respecto a la “obra” objeto de representación cabe decir que no es una obra propiamente dicha, sino un conjunto de textos y entremeses (pequeñas obras cortas que se representaban en los entreactos de otras mayores) hilvanados por ciertos aspectos comunes.
  Nos trasladamos a un corral de comedias del siglo XVII. Los corrales de comedias eran teatros al aire libre (normalmente en el patio interior de alguna casa) en los que las representaciones se sucedían durante todo el día. El teatro era, por entonces, un medio de entretenimiento pero también una forma de denuncia y de transmisión de valores fundamental para una población en su mayoría iletrada.
  Los comediantes (o farsantes, según el término de la época) se introducen por entre el público entonando cánticos que denotan su jolgorio. Seguidamente suben a escena y entre todos recitan una loa. Esta loa no es más que un prólogo con el que captar la atención del público al que tratan de explicar los antecedentes de su oficio, ensalzando el arte del teatro y su función en esta época. El texto escogido es un monólogo de Crispín perteneciente a la obra Los intereses creados de Jacinto Benavente.
  Seguidamente cada uno de los cómicos recita un fragmento de un monólogo en verso. Los textos escogidos son muy representativos de las grandes obras de este momento, entre ellos nos encontramos con autores como Calderón de la Barca o Lope de Vega, entre otros. Los textos nos muestran la condición de la mujer. La mujer era la depositaria de la honra que debía mantener a toda costa. En estos monólogos observamos cómo la mujer es deshonrada de forma frecuente e impune, siendo por ello objeto de la humillación y del rechazo social, con lo que tendrán que tratar de restaurar su honra bien en solitario o con la ayuda de sus familiares.
  Tras esto comienza el primer entremés de los dos que conforman la composición. En este entremés de Cervantes asistimos al hilarante enfrentamiento entre los dos pretendientes que buscan el amor de Cristinica, una sirvienta (o “fregona”) de una noble familia. Lo que Cervantes trata de denunciar con esta obra es el hecho de que la mujer no tenga potestad para escoger un marido que le viene impuesto (de manera similar a como lo hiciera Fernández de Moratín con El sí de las niñas). Finalmente Cristina será capaz de elegir entre ambos a su futuro esposo. Con ello, comprobamos que la imagen que se nos ofrecía de la mujer en esta época al principio de la obra, cambia. Nos encontramos por  tanto, con una mujer con libertad para tomar sus propias decisiones y marcarse su destino. Toda la obra trata de demostrarnos precisamente esa ambivalencia y la reivindicación de Cervantes es totalmente rompedora.
  Con el discurrir de la primera obra ya ha atardecido y con la llegada de la noche nos hallamos frente a otra óptica, otra picaresca diferente. El segundo entremés de Quiñones de Benavente nos muestra a dos cortesanas que, en medio de una plaza gritan a los cuatro vientos sus respectivos encantos tratando de embaucar a un hombre para que les proporcione su sustento. Son personajes grotescos, deformados, como marionetas con ciertas reminiscencias de la comedia del arte italiano o del teatro de Valle-Inclán. Cuando se presenta el candidato, que presume de ser un hombre adinerado, se ve cortejado por distintas mujeres de diversa casta. De modo que el señor don Vinoso pide que cada una alegue sus gracias para que  pueda escoger en consonancia. Finalmente elegirá sabiamente a quien asegura que su don es “no pedir”. Maravillado por tal virtud don Vinoso cae rendido a los pies de dicha cortesana. Esta obra también trata de desmontar otro tópico, el de la mujer excesivamente derrochadora e interesada, quizá fomentado por una sociedad en la que la mujer siempre debía vivir a expensas de un hombre, bajo su tutela y protección (paternal o marital) si pretendía ser decente.
  De modo que con esta visión triple de la mujer: deshonrada (transmitida usualmente por las fuentes), pero al mismo tiempo libre y desinteresada finaliza la obra, dando pie a que el espectador reflexione y saque sus propias conclusiones, ya que ese es ciertamente uno de los principales objetivos del teatro.

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