miércoles, 10 de agosto de 2011

Barcelona y el síndrome de Stendhal

El curso pasado en una de las clases de Literatura Universal en las que analizábamos La peau de chagrin de Balzac apunté que el protagonista Rafael de Valentin podría sufrir este síndrome durante la visita al anticuario en el que encontrará el talismán de zapa que cambiará su vida. Balzac nos describe de forma prolija al estilo realista de las postrimerías del XIX todos los objetos de arte que allí se exhiben recorriendo toda la historia de la Humanidad y del Arte. Rafael al verse golpeado por tanta belleza comienza a sentir vértigo, confusión y dificultad para respirar lo cual coincide en parte con lo prescrito por dicho síndrome. No es casual que Balzac incluyese esta reacción en su novela ya que era un tópico romántico muy en boga. No hay que olvidar que el  nombre le viene del escritor francés Stendhal que fue el primero en describirlo tras una visita a Florencia, por lo que se denomina también síndrome de Florencia.
Considero que esta alteración de los sentidos se sufre siempre en mayor o menor medida cuando uno se coloca ante obras de arte de gran envergadura, ya que es esa magnificencia la que nos muestra nuestra pequeñez, nuestra cualidad de seres efímeros... sin embargo, durante estas últimas vacaciones en la ciudad condal he sentido dicha sensación de una manera mucho más patente por alguna extraña razón.
La primera ocasión fue en la visita al templo expiatorio de la Sagrada Familia. El exterior es un tanto abigarrado pero bastante hermoso y peculiar. No obstante, al acceder al interior por la fachada de la pasión elevé la vista para extasiarme con aquellas columnas arborescentes que forman una cubierta armoniosa y rica. El intrincado y laberíntico bosque de columnas me desconcertó así que me empezó a faltar el aliento y unas pocas lágrimas bañaron mis sienes. Luego me concentré en el pavimento desnudo y cuando me hube serenado pude seguir contemplando la basílica con total tranquilidad y regocijo.
En la segunda ocasión me encontraba visitando el Palau de la música catalana. Cuando accedí a la sala principal y caminé por entre el patio de butacas volví a sentir que perdía el equilibrio y me encontraba asaltada por las lágrimas, luego tomé asiento y me dediqué a contemplar las 18 musas que emergen del escenario. Pero la belleza visual se unió a la auditiva ya que la guía que nos acompañaba nos comentó que el órgano de principios del siglo pasado había sido reformado de manera que estaba automatizado y no era necesaria la presencia física del organista. Por tanto lo accionó y aquel maravilloso instrumento comenzó a destilar los acordes de Tocata y Fuga en Re menor de Bach por sus más de 4000 tubos. Es una pieza muy emblemática y muy adecuada para mostrar la acústica en aquella "cajita de cristal" que es el Palau ya que muestra crescendos, pianos, fortes y todo un repertorio de sonidos bastante representativo. Ciertamente fue un momento místico en aquel espacio modernista y plagado de motivos florales (en Italia el estilo modernista se denomina Floreale), por lo que entendí que la sala de descanso para los entreactos fuese también concebida para el descanso "visual" puesto que sus paredes carecían de ornamento alguno.
Tratamos de buscar la belleza y la perfección por todos los medios y cuando creemos hallarla esta nos atemoriza, nos parece artificial, producto de una ilusión, perversa. Supongo que todo ello es consustancial a la naturaleza caprichosa del ser humano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchísimas gracias por esta entrada. Yo aún no he visitado Barcelona pero he sentido varias veces la sensación de falta de aire, vértigo y lágrimas que explotan en mis ojos: en Roma, dentro de la basílica del Vaticano, además de en otros lugares.

La estética que desprenden algunas obras de arte, en especial la arquitectura mas en simbiosis con escultura y pintura, impregna la psique de una ascensión mística que en lo más alto, en la catársis psicológica, empuja hasta tierra nuestros sentidos y les obliga a comulgar con la espiritualidad desde ahí abajo. Es este caos ambivalente el que desconcierta y hace gritar la mente por expulsar físicamente las pulsiones estéticas que han quedado sepultadas en lo profundo.

Gaudí me impresiona demasiado con sólo ver una 2-dimensional foto de su obra; hasta tal punto me causa pudor estético que se me saltan las lágrimas al ver un simple gráfico. Tengo miedo de mi propia sugestión artística si algún día piso la basílica de la Sagrada Familia y me atrevo a contemplarla por dentro; creo que me desmayaré al instante.

Un saludo y sigue escribiendo,
María