miércoles, 25 de mayo de 2011

Self-destruction

Odiarse. Odiarse frente a una misma, frente a los demás, frente al espejo. Despreciar tu timidez, tu inexperiencia, tus limitaciones, aunque tengamos la certeza de conocerlas. Amar y rechazar la soledad a un mismo tiempo, porque te enfrenta a tus miedos. Convivir con una conciencia que cuestiona cada paso, que te frena. Llorar sin motivo y mortificarse para sentir un alivio efímero que vuelve a sumirte en algo similar a la tristeza. Exigirse lo máximo, marcarse metas inalcanzables que sólo logras rozar levemente en sueños, buscar la perfección o la imperfección más perfecta. Dudar, volverse sobre los pasos y retroceder. No ser capaz de ser una misma, verse encorsetada por los demás y por el efecto Pigmalión. Coartarse, no poder alcanzar la perspectiva externa necesaria para obrar lógicamente. Luchar por un cambio interior aunque esto signifique renunciar a la propia esencia. Sentir el dolor que sólo puede producir la decepción que te causas a ti misma. Soportar la tempestad de emociones que amenaza con despedazarte y, pese a lo que pase, seguir.
Odiarse. Odiarse frente a una misma, frente a los demás, frente al espejo.

domingo, 15 de mayo de 2011

La crueldad masculina

A mediados del s. XIV el escritor italiano Giovanni Boccaccio (autor del Decamerón) escribía un tratado breve pero feroz denominado Corbaccio (látigo) en el que criticaba los innumerables defectos de las mujeres a raíz de un desaire amoroso. Es bastante injusto que este escritor se cebase con el género femenino sólo a raíz del comportamiento de uno de los muchos amores que tuvo en su vida. Pero, ¿seguiría siendo igual de injusto si se invirtiese el signo? No soy feminista, pero sé cuándo y cómo es conveniente realizar un alegato. Tuve un profesor (reitero, no una profesora) que me dijo que si para lograr la igualdad era preciso ser algo feminista, él lo era. Es, cuanto menos, una postura bastante paradójica. No creo, por otra parte, que la "paridad" que está tan de actualidad sea una manera de alcanzar la igualdad. Puede que garantice una igualdad "formal" pero no "material". Es más, se me antoja una discriminación velada ya que resulta bastante triste que alguien ostente un puesto simplemente por su sexo, ya que por delante de éste deben hallarse las aptitudes y la valía de la persona. Sin embargo, hemos de admitir que el machismo (o sexismo, si me apuráis, para ser políticamente correcta) perdura, y está en los parámetros y elementos incluso más insignificantes. Nuestro lenguaje es sexista: el masculino plural se emplea de manera neutra, la palabra hombre designa lo que se podría denominar de una forma más genérica como "ser humano", hay profesiones que no admiten el femenino y el cambio debe realizarse con el artículo correspondiente e incluso existen determinadas expresiones vulgares o malsonantes que dependiendo de si aluden a los órganos genitales masculinos o femeninos pueden tener una connotación positiva o negativa. Una vez leí en un libro de Rosa Montero (la loca de la casa, muy recomendable, por cierto) que si el hombre se hubiese visto obligado a sufrir la menstruación en lugar de la mujer, nos habríamos encontrado a lo largo de la literatura con numerosas alegorías sobre la sangre y el menstruo. Es algo anecdótico y sin fundamento, pero que invita a la reflexión. Por otra parte, no hay que soslayar el papel que algunas religiones han atribuido a la mujer, como introductora del pecado original o de los males del mundo (piénsese en Eva y Pandora) de ahí que se pensase durante mucho tiempo que el dolor que la mujer sufría durante el parto era el justo castigo por el pecado original y una manera de redimirlo. Hombres y mujeres somos iguales en nuestra diferencia o diferentes en nuestra igualdad. Es cierto que los elementos fisiológicos, antropológicos y hormonales son un lastre o un condicionamiento que tenemos que asumir y del que no debemos desprendernos pero, juntos hemos de ser capaces de alcanzar la igualdad y la armonía si queremos hacer de este mundo un lugar mejor. Las mujeres somos quizá, más empáticas, intuitivas, reflexivas y tal vez por ello se nos ha tachado de débiles o incluso inocentes. Los hombres, por su parte, desde la Prehistoria asumieron la labor de la caza, la defensa etc. por ello tienen mejor orientación espacial y eso influye en sus cualidades matemáticas y científicas, por ejemplo. Estos defectos y virtudes no son exclusivos aunque sí es cierto que en cada sexo se hallan potenciados de alguna u otra manera. Independientemente de emitir juicios que nos lleven a una "guerra de sexos" de lo que se trata es de que ese conjunto de virtudes y defectos (masculinos y femeninos) sean capaces de equilibrarse con los del otro.

viernes, 13 de mayo de 2011

No hay lenguas muertas, sino hablantes inconscientes


Personalmente, siempre me ha producido un gran rechazo esa denominación que tilda de "muertas" a las lenguas clásicas, como si estas hubiesen perecido o se hubiesen disuelto con el correr de los siglos. Cualquier hablante de español debe saber que esta es, como tantas otras, una lengua romance y por tanto, hunde sus raíces en la gramática latina, que es la que le da su razón de ser. Lo mismo puede decirse de oras lenguas como el griego o el sánscrito, emparentadas entre sí y que forman parte de la familia indoeuropea. Por tanto, al hablar nuestra lengua "resucitamos" (si es que alguna vez han muerto) los étimos latinos de los que proviene. Una persona con exiguos pero suficientes conocimientos de etimología y evolución fonética (que son los que yo poseo) puede bucear en las estructuras sintácticas y léxicas de su lengua, conociéndola en profundidad y estableciendo con ella una profunda relación, de tal manera que esta pasa a formar parte de su estructura mental (no hay que olvidar que la lengua que manejamos condiciona en gran parte el discurrir de nuestras operaciones intelectuales). Por otra parte, estoy plenamente de acuerdo con la afirmación de Goethe de que, quien no conoce un idioma extranjero tampoco puede conocer el suyo. El conocimiento del latín como lengua clásica supone una gran ambivalencia, ya que se trata de una lengua que nos es cercana y consustancial pero alejada en el tiempo. Sin embargo, en la configuración eurocéntrica de la historia, cuando el Imperio romano alcanzó su máxima extensión, el latín se convirtió en una especie de esperanto (función que ahora está asumiendo la lengua de Shakespeare aunque a nivel mundial) que se esparciría determinando las posteriores lenguas europeas que surgirían. En aquella época el filohelenismo determinaba que el griego se convirtiese en una lengua propia de personas eruditas, y en muchas ocasiones en los círculos literarios, filosóficos etc se empleaba esta lengua como símbolo de distinción. El griego era la lengua de la cultura frente a un latín que se presentaba en su doble vertiente, el vulgar (empleado por la romanización al ser el hablado por los soldados) y el culto o literario, del que nos han llegado menos vestigios. Paradójicamente en la Edad Media sería el griego quien cediese el testigo al latín como lengua de la cultura y de la enseñanza. Cuando Roma conquistó Grecia esta se rindió en cuerpo, pero su alma (formada por su cultura, literatura, filosofía, lengua, arte, etc) penetró con fuerza en el sentimiento romano, arraigando y acomodándose a las exigencias de la sociedad romana. Por ello, la lengua griega permaneció embalsamada en las estructuras latinas y hasta hoy nos han llegado sus ecos: palabras que el latín tomaba intactas realizando una mera modificación fonética y que aún se mantienen como tal, otras han pasado a nuestra lengua directamente del griego también. Cultismos, semicultismos y palabras patrimoniales son la prueba viva de que el latín y el griego están muy presentes en nuestra lengua cotidiana.
Palabras como efeméride, epiglotis, anemia, talasocracia, agorafobia, biblioteca, litosfera, enología... y un sinfín más son puramente griegas. Otras como calendario, bélico, estío, hierro, agricultura, letra, caldo, abeja... provienen de un latín más o menos evolucionado. Tampoco hay que obviar las numerosas expresiones y locuciones latinas que perviven en nuestra lengua se hayan traducido o no: ipso facto, rara avis, a priori...
No podemos ocultar ni renegar de nuestros orígenes y, al fin y al cabo, somos esencialmente romanos

viernes, 6 de mayo de 2011

El Erpedio (III)

La venganza de Léin







Durante un tiempo fueron invencibles. Aquel pueblo nómada, natural de los bosques del norte arrasó como un huracán las tierras en su camino a la corte. Y como la sabia Kendra les había dicho, fueron muchos los que se les unieron, rindiéndose, soltaron las armas y se incorporaron a la Doctrina de Kendra. Y los que se atrevieron a luchar quedaron malparados.


Léin y Lerania no podían sino estremecerse ante tal matanza, y fue el propio Dios de la Luz quien dijo a su esposa: “No temas, yo solucionaré este problema, pues me siento culpable”. Lerania pensó que su esposo era el verdadero responsable, pero manteníase callada y prudente.


Para entonces los Arkelios ya estaban muy cerca, quizás demasiado, y se palpaba el Caos. Ayumi murió sin descendencia por lo que no había heredero y las intrigas se sucedían en torno a la corona, la situación les era favorable a los Arkelios.


Kendra quiso concretar aún más sus posibilidades y se apareció ante Yumi y le aconsejó lo siguiente: “Hija mía, habrás de saber que guerreando, ayudarás a tu pueblo, mas, ¿qué ocurrirá cuando ya no puedas hacerlo? Alguien deberá sustituirte.” De modo que Kendra aconsejó a su hija que se apresurase en buscar un heredero, pues ella era la verdadera princesa de los Arkelios. Yumi desoyó su consejo y continuó al frente de los ejércitos, mas Kendra no se cansó en recomendarle que encontrase a alguien con el que crear un heredero y que no se preocupase por el amor, pues no era posible tal sentimiento en épocas de guerra. Desde entonces se apagó el amor para los elegidos de Kendra, al igual que para Kendra se consumió el amor ante el rechazo de su amado Léin.


Así pues, llegaron a Senyesk, la ciudad donde estaba reunida la corte. Yumi irrumpió en el salón del trono del castillo, donde los ancianos consejeros lamentaban la muerte de la reina mientras buscaban una complicada solución. Yumi desenvainó su espada y amenazó con ella a los allí presentes: “No hay decisión que valga pues yo soy la esperanza de este país y su salvación, la legítima heredera.” Mentía, pero lo hacía con tal convicción que acataron su palabra y la creyeron. Kendra le mostraba el camino a seguir. Su expresión, los ojos desorbitados, el gesto airado, la postura imponente… la hacían invencible, y tanto se asemejaba a la desaparecida Ayumi que la vieron como una hermana esculpida en la sombra, nada más lejos de la realidad. Yumi se adentró en la sala hasta el corazón mismo, donde la esperaba el trono. Y en su delirio de poder inspirado por Kendra, sentose en él y experimentó el calor de su autoridad. Encandilaban su apostura y elegancia e imponían respeto.


Aquella Arkelia ya sentía en su paladar el dulce sabor de la gloria, casi acariciaba el armiño del manto real. Sin embargo, reparó en algo que por alto había pasado, la corona, de un oro puro con incrustaciones de piedras preciosas y quedó prendada de ella. Preguntose por el contrario, qué hacía aquel objeto tan preciado lejos de su propietaria. Dictaminó, pues, que era extraño que Ayumi no hubiese sido enterrada con aquella posesión suya tan noble y de tal valor simbólico. Creyó que quizás estuviesen velando a la antigua reina y embalsamando su cuerpo para el funeral en alguna recóndita estancia del palacio.


Mas detuvo sus reflexiones, ¿qué importaba aquello ahora? La corona era suya por entero. La tomó con manos tremulosas de pura emoción y se la colocó en la cabeza. Ya era reina de Leruey, con aquel simple pero importante gesto. Su reinado comenzaba, se abría para ellos una etapa de prosperidad, en la que ejecutarían a todos sus anteriores enemigos y lograrían el poder para Kendra.


Su reinado fue fugaz, Léin no permitió que diese una sola orden. El Dios, al ver la frialdad de Yumi al tocar la corona de su anterior elegida optó por obrar con celeridad y pagó con la misma acción a Kendra: la corona contenía un hechizo muy poderoso que acabó con Yumi de inmediato. Los que allí se hallaban viéronla caer fulminada y desprovista de sentido. Se desplomó Yumi y con ella las aspiraciones del pueblo Arkelio, los soldados de la Oscuridad penetraron en la cámara e iniciaron una sangrienta riza, acabando con los ancianos hechiceros a los que consideraban los autores de la muerte de la líder de su pueblo.


Empezó así una guerra de sucesión, la primera en la historia de Leruey, pero no la última.






La marcha de Léin






La guerra fue larga, cruenta y la victoria no parecía decidirse por ningún bando. De tanto alcance que incluso Léin y Kendra combatieron al frente de sus tropas. Lerania quiso cerrar los ojos ante aquella situación. El mundo que había creado parecía querer destruirse a sí mismo, poco a poco… finalmente y gracias a su poder Léin reprimió la insurrección Arkelia devolviéndolos a su origen en el norte. Leruey se había salvado, eso parecía, pero Lerania conservaba una enorme resignación pues no aprobaba la actuación de Léin. “Esposo, habéis de decirme, ¿por qué lo hicisteis? A tal extremo habéis llegado que no sé qué pensar de vos, jamás lo habría sospechado.”


Dejó Léin la espada y su ruda mano buscó la mejilla de Lerania, que, arisca, se retiró. “Mas, amor mío, me gustaría que supieseis que todo lo hice por vos. Mi amor no conoce límite alguno y sabed que si un laeriano mortal yo fuera, mi vida entregaría por defenderos.”


Secose Lerania una furtiva lágrima. “Ya no importa. No conocía yo la oscuridad hasta vuestra llegada, pareciera que vos la trajisteis, subordinada a vuestra Luz.”


Ofendiose Léin considerablemente, pero mantuvo la compostura. “Lerania, la Luz siempre conlleva Oscuridad, he de deciros…”


Lerania dijo: “¡Para eso preferiría no haberos conocido jamás!” Lerania lanzó al aire su melancólico llanto. En el siempre idílico Reino de la Luz Eterna, el ambiente comenzaba a crisparse y una leve neblina grisácea oscurecía el aire luminoso.


Léin trató de formular una promesa: “Oídme bien. Encontraremos otro elegido que soporte el peso de la monarquía”. Lerania murmuró: “Y morirá igualmente”. Léin sentenció: “Eso es Destino”. Lamentose Lerania: “Pues es cruel el hado”


Así se gestaría el dicho: “los elegidos de los dioses mueren jóvenes” y toda una serie de supersticiones hacia el Destino.


Lerania no podía olvidar la visión de su querido mundo asolado por la guerra y la desgracia, se sentía contrariada y lo único que podía hacer era culpar a Léin. Liberó, por tanto, sus sentimientos sin temor: “Léin, habéis de marcharos…”


Léin permaneció perplejo, recorrido por la mirada verde y pura de Lerania. Ella dijo: “No nos debemos nada el uno al otro y no os guardo rencor, si acaso lo sospecharais. Sin embargo, como sabéis este mundo es mío y ahora sé que debo controlarlo yo.”


Léin comprendió a su esposa y deseole suerte, besole la mano y marchose lejos. No retiró, en cambio, ni una sola de las muchas mercedes que a Leruey regalase en su momento, mostrando así su caballerosidad y su deseo de volver. Léin se marchó y los laerianos presintieron su falta, mas se encomendaron a su Diosa en aquella época de incierto destino.


Lerania decidió legar su poder en un consejo de ancianos y sabios, para dar sus leyes de forma segura, a fin de guiar y reconstruir la historia de Leruey.






Planto, juramento y venganza






Fue tal el desconsuelo del pueblo Arkelio, tal el desamparo por parte de su Diosa que sólo pudieron lamentarse. Dolía la pérdida y clamaba con fuerza la venganza, mientras tanto, el pueblo Arkelio se rompía y los ideales que Kendra había implantado parecían marchitarse. La elegía por Yumi subía en pesadas notas hacia la infinidad de la oscura noche, y con ella la desesperación: “Aunque la muerte cerró vuestros ojos, no apagará vuestro espíritu. Donde quede vuestra fiera estocada, permanecerá vuestra obra, para siempre recordada, oh, elegida de las Sombras. Nada llena vuestro hueco salvo la venganza, diosa que entre nosotros humanizada, voluntad de la oscuridad deificada. La gloria os espera y vuestro futuro retorno os purificará.”


Quedó tan sentido canto latiendo como una herida abierta y los Arkelios se obligaron a jurar, sólo la venganza los mantenía unidos por un hilo quebradizo, una última voluntad que su diosa les había impuesto silenciosamente.

La señal, el cuchillo o el aviso del karma

Ella observó sus manos cubiertas de espuma, se hallaba en mitad de un acto tan prosaico como el de fregar los platos tras una copiosa cena. Era algo tan rutinario y mecánico que su mente se  distanció de ella y comezó a vagar entre desvaríos. "Alguien debe sentirse muy vacío si se abandona en los brazos de la muerte.-se dijo-Si sólo ansía volar a sus brazos para dormir el dulce sueño que lo aparte de la vida. Si sólo se siente vivo paledeando los últimos instantes de su existencia, aprovechando el estertor final". Jugueteaba con un cuchillo enorme que él había usado para cortar el queso de la cena y de repente, sintió que su hoja atravesó la tierna yema del pulgar de su mano izquierda reblandecida por el agua. El cuchillo se hendía cada vez más en su carne hasta que se le escurrió de las manos y acabó danzando sobre las baldosas, empapándolas. Percibió cómo el líquido elemento penetraba en su sangre, aguándola, y notó el dolor atravesándola como un rayo que la escindiese en dos. Su respiración se volvió irregularmente frenética y las lágrimas la obligaron a ahogar un suspiro que hinchió su pecho. Si jamás se ha sentido, amor, rechazo, cariño, apego siquiera... si no se ha golpeado la retina con la belleza, si alguien no se ha indignado, o encrespado por el odio... o peor, si alguien ha sentido la penetrante falsedad que inunda a todas estas sensaciones cuando son impostadas. Alguien así no ha vivido y busca resarcirse, busca un destino, un camino, aunque un cuchillo deba marcárselo. Ella lo comprendió y desde entonces la herida la atormenta y la guía al mismo tiempo.

jueves, 5 de mayo de 2011

La idealización como bálsamo contra lo prosaico y lo ajeno

Dijo Proust (me voy a tomar la licencia de parafrasear a este genio francés) que aquello que recordábamos no era exactamente lo que había ocurrido. Lo que me parece que quería definir el autor de En busca del tiempo perdido en esta frase era la idealización. Se trata de un recurso que el ser humano emplea constantemente desde tiempos inmemoriales para aliviar el peso de su existencia. La gran mayoría de las artes se basan en este recurso, sólo basta recordar los tópicos y cánones literarios, pictóricos, arquitectónicos y musicales, porque en general cualquier representación se aleja de la realidad y la idealiza. Cada ser humano vive en su propio mundo, en su burbuja y desde ahí contempla la realidad, sin saber si esta va a entrar en colisión con la de otras personas, ya que tenemos como entidades únicas una manera propia e intransferible de entender el mundo. Lo idealizamos todo: nuestros recuerdos, nuestra identidad, nuestros conocimientos... por otra parte, las grandes pasiones como el amor y el odio también se sustentan en la idealización. Al fin y al cabo son una visión distorsionada, unilateral y extrema que nos formamos de otra persona. Considero que la idealización no es sólo un locus amoenus de belleza y perfección, puesto que bajo su prisma se pueden dar las deformaciones más grotescas en todos los sentidos. Hay quienes se refugian en lo sombrío y lo lúgubre, como ocurría durante el Romanticismo. Pero la idealización es siempre un reducto en el que sentirnos seguros pese a la intuición de que esa frágil creación nuestra es falsa. Se trata de un método de protección frente a lo ignoto y lo que se escapa del radio de acción de nuestro propio universo.

miércoles, 27 de abril de 2011

Opus nº1: "Crónicas de una nefelibata errante"

Es tarde. Es tarde y escribo. Era ya imposible controlar este monstruo que dormita en mí y que me despedaza alimentándose de mis ideas, este nudo en la garganta, este veneno que me aguijonea, el calor de las lágrimas asomándose a mis ojos... los delirios de inspiración pueden ser terribles. Entonces se abre la puerta de la vesania con un melodioso chirrido y te conviertes en tu juez y en tu verdugo. Hundirse en la noche, en tu propia pesadilla, luchando contra la incertidumbre... no. Jamás. Es por eso que prefiero ver este río de tinta fluir como sangre de mis venas, aliviando un dolor perenne. ¿esto es un monólogo interior, un experimento, una escritura automática desautomatizada? No sé. Sólo sé que escribo y escribo, perfilando con trazos mis emociones.
Es dolorosa esa sensación de vacío cuando tus alas se quiebran y te abandonan. Nacemos ángeles y nos tornamos demonios, abrazando angustiosamente la corrupción que precede cada paso en este mundo. Resistirse es en vano. La dulce y eterna promesa ¿es una idealización efímera?
Luego te entregas, como una flor a su última primavera, derramando su pureza en pétalos desordenadamente. Me ha vuelto a desdeñar la caprichosa y fragante estación con sus falsos juramentos.
Mientras tanto, te deshaces en rubíes, flotando en una catarsis de desvarío. La salvación se me escapa entre mis tremulosos dedos.
¿La has ahuyentado de nuevo?

domingo, 17 de abril de 2011

Erika, vendedora de oportunidades

Empezaba a amanecer. Los esquivos y pálidos rayos de sol reptaban por el suelo hasta escalar acariciando las sábanas del lecho. Erika despertó tras un sueño inquieto, era la condena que estaba condenada a sufrir por su ritmo de vida. Se incorporó lentamente, fue hasta el salón y observó a su alrededor: en la mesita baja descansaba un ordenador portátil aún abierto, un plato, un vaso y restos de comida, señal de que se había pasado hasta altas horas de la madrugada trabajando.



El día, un lunes otoñal que para los locales sería gélido, a ella se le antojaba templado e incluso idílico. Se miró en el espejo contrariada, quizás era el momento de cambiar de vida, tal vez aquella locura había durado demasiado, había llegado demasiado lejos… decididamente, aquella promesa fallida revoloteaba por su mente muchas veces sin resultado, y permanecía como mera intención sin llegar a más. Sabía que aquel propósito era renunciar a su identidad, que, por otro lado, había forjado personalmente con trabajo y empeño.


Se contempló atentamente y llegó a la conclusión de que tenía bastantes cualidades como para desear y conseguir lo que quisiese. Sus profundos rasgos germánicos resplandecían con aún más fuerza en su juventud: alta, atlética, con una melena del rubio más blanquecino y ojos de una transparencia felina. No podía negar su origen alemán. Le era imposible ocultar sus maneras elegantes y aristocráticas. Su familia, una antigua estirpe de burgueses berlineses, había mantenido un modo de vida y de ser anacrónico desde que Erika podía hacer uso de memoria. Había sido educada para limar todas las asperezas y crear una personalidad perfecta. Un diamante prístino y resplandeciente. Había adquirido una sobrada cultura, y conocía todos los secretos de la esgrima, del tiro al plato e incluso de la equitación. Se había criado como la heredera de una familia dispuesta a mantener firmemente sus decisiones ocurriese lo que ocurriese.


Sus abuelos, según Erika había podido constatar, habían apoyado el régimen de Hitler durante la segunda guerra mundial y eso les dio aún más poder como familia. Durante la decadencia muchos de ellos sufrieron las represalias, se exiliaron e incluso alguno acabó en los juicios de Nuremberg. Ella era la oveja negra. Desde que nació la disciplina le parecía demasiado dura. Su futuro y su lugar no estaban allí. Erika no los añoraba. Sus padres y sus hermanos menores jamás se habían interesado en algo más que en vivir conforme a sus dictámenes, así que no recordaba haber recibido de ellos sino gritos y golpes. Se sentía extrañamente lejana y fría, como en otro planeta, al pasar por el calendario algunas fechas señaladas como aniversarios, cumpleaños… pero aquel amago de melancolía pasaba pronto, ella no permitía que se extendiese.


Había huido despavorida del núcleo familiar en el que su anhelo de libertad personal era menospreciado. Tras bastantes luchas y muchas discusiones, sus padres la autorizaron para marcharse a estudiar a España. Aquel país era el más alejado de Alemania en Europa que le atraía. Eligió la carrera de derecho. Su intención, según había explicado a sus padres, era la de formarse en varios países para adquirir una perspectiva adecuada del derecho europeo. Pero nunca llegó a terminar sus estudios. La universidad se convirtió en uno de sus últimos intereses casi al poco de llegar, creía que eso la frenaba en la construcción de su nueva vida. Realmente se sentía plenamente preparada para afrontar el cambio, pero no hallaba un trabajo en el que poder destacar y sentirse realizada.


La respuesta le llegó de improviso. Andando por el centro de Sevilla, su hogar, durante la noche, un ladrón se le acercó para robarle el bolso. Llevaba un cuchillo pero Erika no se amedrentó al verlo. Le plantó cara y lo redujo sin mucho esfuerzo. Finalmente lo dejó ir cuando éste le hubo entregado el arma y prometido que no volvería a robar. Nunca lo denunció. En aquel momento Erika se sintió poderosa y con afán justiciero. Sus conocimientos de defensa personal y su sangre fría la habían salvado así que, ¿Por qué no usarlos para vivir? Entonces lo vio claro, se haría asesina a sueldo. Un trabajo como otro cualquiera, pensó, pero con más adrenalina.


Se anunciaba en Internet con el nombre en clave de “White Queen”, la reina blanca. Su simbología nacía del ajedrez. La dama es la pieza más importante del juego, o al menos la que más movilidad tiene y las blancas siempre mueven primero, con lo que tienen ventaja. Tenía bastantes recursos como para salir victoriosa de las peligrosas misiones en las que se embarcaba: bastante puntería con armas de fuego y tampoco tenían secretos para ella las armas blancas. Además sus exiguos pero suficientes conocimientos sobre química le permitían usar sustancias como venenos y somníferos con gran eficacia.


Y le iba bien. Sólo aceptaba los “casos” que realmente la interesaban, aquellos en los que en la muerte del objetivo hubiese algún trasfondo moral correcto. Su fama alcanzó pronto las altas esferas de la mafia y de la delincuencia y su nombre se susurraba con admiración y temor. La policía estaba desbordada y se veía incapaz de atrapar a un asesino con tal grado de planeamiento. Las escenas del crimen estaban impolutas, no había trazas de ADN, ni huellas, ni casquillos, nada.


Erika era metódica, la disciplina que le habían inculcado le había enseñado el camino a la perfección, o a la imperfección más perfecta, pero en noticiarios y periódicos, sus crímenes aparecían como perfectos. Su modus operandi era algo cambiante, pero su firma era su sello de identidad. Siempre dejaba junto al cuerpo una reina blanca del ajedrez y una tarjeta con las palabras: jaque mate. Era su forma de darse a conocer e inspirar aún más miedo en sus posibles enemigos.


Siempre salía airosa. Su filosofía le decía que no se trataba sólo de eliminar al objetivo sino de hacerlo con la mayor rapidez, precisión, pulcritud, sin dejar pistas ni testigos y sin sufrir un solo rasguño. Su entrega y su forma de ser y actuar la habían hecho reinventarse, era totalmente diferente y nueva y no podía renunciar a ello. White Queen y ella eran la misma persona, pero Erika perdía paulatinamente fuerza e iba siendo absorbida por WQ, como también la nombraban. Muchas veces pensaba que Erika era solo un espectro de una época que merecía la pena olvidar. Recapacitaba en cambiarse la nacionalidad para romper con todo, pero por alguna razón aquello se le antojaba demasiado arriesgado, tampoco quería borrar a Erika así.


En los últimos años su vida había sido un caos. Llamadas intempestivas, extrañas visitas que alertaban a los vecinos, amenazas… se había limitado a sobrevivir pese a que su situación económica le habría permitido retirarse holgadamente, pero algo la ataba a aquel nuevo oficio. Tenía tantos enemigos como colaboradores. Pero los primeros, sicarios como ella, tenían más peso en su vida diaria. Se disputaban el trabajo y la competencia era feroz. Había tomado por costumbre revisar los bajos de su coche antes de montarse porque nunca se sabía quien podría querer verla muerta y aunque se aseguraba de que nadie la seguía después de cumplir con sus encargos jamás se sentiría segura del todo. “Supongo que ahora comprendo a Kant-se dijo-necesito una paz perpetua”.


Erika sintió todo el peso de aquel lunes rutinario sobre sus hombros, pero no le importó. Tras consultar la hora concluyó que no llegaría a tiempo a su trabajo, por lo que no trató de apresurarse. Había logrado un empleo en una floristería cercana cuyo salario apenas le permitía cubrir los gastos. Sin embargo, era un modo de guardar las apariencias, no era su “verdadero oficio”, aunque trabajar entre violetas y orquídeas la tranquilizaba. Irónicamente cuidaba con mimo y solícita atención todas aquellas plantas, incluso experimentaba una leve desazón existencial si las veía marchitarse, pero no se amedrentaba a la hora de apretar el gatillo. “La belleza de las flores es sincera-se repitió mentalmente-la belleza de las personas es la que suele ajarse”.


Tras esa reflexión procedió a tomar una ducha con la que sacudirse el cansancio. Envuelta en una toalla blanca, sintiendo la frialdad del mármol y de la constelación de minúsculas gotas de agua que serpenteaban caprichosamente por su espalda avanzó hasta el salón y se sentó frente a su ordenador. Meditaba si acudiría a su trabajo aquella mañana, un probable despido no la preocupaba, aunque ante la posibilidad de abandonar a sus flores sintió cierto amago de desdicha.


Erika tomó de la mesita la más reciente de las varias tarjetas de cartulina que había recibido en su buzón. No tenían firma, estaban manuscritas y contenían mensajes enigmáticos, lo que le indicaba que quizá se trataba del intento de un “cliente” por contactar con ella. La persona que realizaba los envíos debía personarse para introducirlos en el buzón de Erika, por lo que conocía su dirección. Ignoraba cómo alguien podía haberla encontrado con tanta facilidad. El apartamento en que vivía era el quinto en que lo había hecho desde que llegase al país. Por otra parte, el hecho de que su anónimo cliente (o rival) las escribiese de su puño y letra denotaba un interés personal y firme por llamar su atención. Además de un rasgo de inexperiencia. La letra es una manera muy sutil de darse a conocer cuya importancia suele ser ignorada por la gran mayoría de la gente.


Aquel misterio estimulaba su curiosidad y la incitaba a resolverlo. A pesar del peligro al que podía exponerse tomó la determinación desentrañar el asunto por completo. Colocó las tarjetas por orden cronológico y las analizó detenidamente, la caligrafía era puramente femenina, aunque con trazos infantiles y erráticos. Los mensajes se habían hecho cada vez más complejos y elaborados, al menos hasta la última tarjeta, que había aparecido en su buzón una semana atrás. Su lacónico y amenazante contenido rezaba: “si realmente te interesa salvarla, ven a verme” a modo de ultimátum e incluía una dirección, un día y una hora para celebrar un encuentro. No sabía a qué se refería y no se había molestado en pensar en ello hasta precisamente aquel lunes de fines de octubre, fecha en la que, si acudía, tendría la ocasión de encontrarse con aquel anónimo remitente.


Optó por asistir a la cita, si se trataba de una amenaza debía combatirla frontalmente. Se vistió enseguida y se maquilló lo suficiente como para disimular la mella que las pocas horas de sueño y descanso habían dejado en ella. Le quedaba bastante tiempo hasta la hora convenida, sin embargo, como para mentalizarse se enfundó unos guantes de piel negros y cargó su Walther P99, su leal compañera de fatigas. Luego tomó la dama blanca modelo Staunton que tenía preparada para su próxima misión, junto con la tarjeta en que se podía leer “jaque mate” y lo introdujo todo en su bolso.






***


La cafetería, de estilo inglés, se encontraba en una céntrica zona de la ciudad. Erika entró y paseó su mirada distraídamente por el lugar, fingía desinterés, su cliente ya la habría localizado y contactaría con ella, no debía apresurarse. Se dirigió a la barra aspirando el fuerte aroma a café y comprobó que se hallaba casi vacía, puesto que era bastante temprano. Pidió un té verde y abonó el importe. Junto a ella se sentó una joven morena de pelo corto y rizado, que la observaba sin afán de disimular, dominada por la inquietud. Erika se sonrió, jamás se había enfrentado a una situación tan curiosa.


-Tú debes ser…-comenzó su interlocutora con un hilo de voz.


-Sentémonos allí,-sugirió Erika señalando una mesa apartada, bajo el hueco de la escalera que subía hacia el comedor-¿Te parece?


No quería que ningún camarero o cliente pudiese captar parte de su conversación, cosa que aquella inexperta joven parecía no considerar. Avanzaron hasta la mesa y tomaron asiento la una frente a la otra. Erika bebió un sorbo de té sintiendo su amarga calidez unida al penetrante frescor de la menta y la hierbabuena. Luego observó a la joven que tenía delante, el rostro demudado por la preocupación. Era bastante joven, posiblemente aún fuese menor de edad, sus enormes ojos de un tono ambarino parecían cuestionarla por las razones que tenía para dedicarse a un oficio tan extraño y arriesgado.


-Mi nombre es…-empezó aquella chica.


-No digas algo de lo que puedas arrepentirte.-la interrumpió Erika de nuevo con una sonrisa cómplice-Evidentemente no tienes ni idea del peligro al que te expones.


La joven sopesó la advertencia y asintió en silencio. Erika se sintió aliviada, no parecía que aquella chica constituyese una amenaza, pero no debía confiarse.


-Escúchame, no quiero saber nada de ti, los únicos datos que me interesan son los de tu objetivo a eliminar, el resto es irrelevante.-sentenció Erika con la firme cadencia de su acento germano-Cuanto menos sepamos la una de la otra será mejor para ambas, ni siquiera deseo saber cómo has llegado a saber de mi existencia, aunque confieso que me intriga, ¿comprendes?-explicó Erika.


Apreció el entendimiento en la expresión de su cliente e hizo una pausa para valorar las circunstancias, la posible misión se le antojaba interesante y divertida.


-¿Quieres tomar algo?-inquirió Erika cortésmente, ante la negativa prosiguió:-Mira, acostumbro a utilizar nombres en clave con mis clientes para evitar problemas y reforzar la confidencialidad, a partir de ahora te llamaré “Black Hair” y tú sólo me conocerás como “White Queen”, ¿tienes algún inconveniente?


-No, obviamente es lo más sensato.-accedió Black Hair con voz aún temblorosa, aunque Erika percibió que se encontraba más serena e incluso algo entusiasmada.


-Bien, pues, ¿Cuál es la jugada?-cuestionó sacando la dama blanca y colocándola sobre la mesa-Cuéntame todos los detalles y los motivos que te llevan a matar a tu objetivo, solamente lo aceptaré si creo que mi intervención actúa a favor del restablecimiento de la Justicia, esa es la única condición.


Black Hair suspendió su mirada sobre el trebejo que Erika había apresado con su mano izquierda, perfilado sobre el negro cuero de los guantes que ésta lucía. Luego inspiró profundamente mientras pensaba de qué manera podía relatarle su historia a White Queen para que aceptase su caso. La observó con gesto suplicante no exento de admiración y pavor a un mismo tiempo.


-Se trata de un chico que vive en el mismo bloque que yo. Vivo en un piso de estudiantes, él vive con su abuela pero tiene serios problemas de adicción y bueno…-su voz se quebró y Erika percibió un audaz destello en sus ojos que presagiaba la presencia de una lluvia de lágrimas-se comporta muy mal con ella. Sus padres murieron en un accidente y la pobre señora se hizo cargo de él desde entonces, aunque no la deja vivir. Hemos denunciado pero… ¡Tienes que hacer algo!


Erika apuró la taza de té y consideró la propuesta, no era un encargo convencional pero había algo que la hacía dudar.


-Tú no quieres matarlo,-apuntó Erika con una sonrisa de suficiencia-de lo contrario me lo habrías dejado claro. Nunca he aceptado este tipo de trabajos que me ofreces, si te soy sincera. Es muy honesto, muy justo lo que me planteas pero, ¿tienes idea de lo que me supondría dejar un testigo vivo?


Black Hair bajó la mirada ante la reprimenda casi maternal de White Queen, sin embargo, en su fuero interno admitía que estaba en lo cierto.


-Tengo mis convicciones y mi metodología: “veni, vidi, vinci”. Apunto, disparo y me voy, no me ocupo de filosofar o disertar sobre cuestiones morales con el objetivo con el fin de que mude su conducta, eso no me corresponde.-precisó White Queen.


El plan de Black Hair tenía numerosas fisuras, su historia la había absorbido por completo pero era una locura. Nunca se había replanteado las consecuencias de sus actos, eso la habría llevado a abandonar, sólo le interesaba que sus clientes estuviesen seguros de su decisión.


-Mira,-White Queen se sentía bastante incómoda y algo culpable, pero no podía inmolarse de aquel modo-sigue ahorrando y espera a que me licencie en Derecho, si algún día lo hago, ¿de acuerdo?


Black Hair comenzó a sollozar en silencio presa de la rabia, entonces Erika supo que le quedaba la última alternativa.


-Black Hair, ¿estás dispuesta a llegar hasta el final, a acarrear con el sentimiento de culpa y a asumir las consecuencias?-cuestionó con voz queda y colocando una mano sobre su hombro-Te advierto que puede destruirte, condicionaría toda la hermosa vida que te queda por delante. Yo aprieto el gatillo y me desentiendo, pero ¿y tú?


Black Hair la miró directamente por primera vez y su penetrante mirada destilaba una seguridad aplastante, era todo lo que Erika necesitaba para seguir adelante.


-Este sábado acompañaré a su abuela a hacer las compras necesarias. La ayudo siempre que me es posible, se ha convertido en mi segunda madre.-expuso con una nostalgia que demostraba el afecto que sentía hacia ella y su interés en protegerla-Tú aprovecharás y entrarás en la casa, el resto, ya lo sabes.






***






Aquel sábado Erika se levantó temprano, la adrenalina previa al cumplimiento de una misión la había mantenido durante la noche sumida en un duermevela disperso, a pesar de que todo lo tenía planeado. Era un sábado soleado y luminoso, presidido por un cielo diáfano, radiante. Erika se duchó y se vistió con un traje de chaqueta granate, además se caló una peluca rojiza y se colocó unas lentillas marrones, para evitar ser reconocida.


Black Hair le había dado autorización para decidir sobre la vida del objetivo, algo que la convertía en una juez suprema, nunca había tenido tal potestad. Por todo ello, Erika intuía que aquella misión tenía suma importancia, era el encargo definitivo, con él tendría la posibilidad de decidir con todas las garantías si continuaba o abandonaba la profesión, algo que era materialmente imposible pero en lo que, llegado el caso, pondría todo su empeño.


Entró en su coche y condujo hasta el lugar indicado, un modesto barrio situado cerca de un polígono industrial. Aparcó cerca del portal y esperó dentro del vehículo hasta que vio salir a Black Hair del brazo de una señora de avanzada edad, cuando ambas se hubieron alejado, salió de él.


Se adentró en el edificio, olía a humedad y la pintura cubría a retazos las paredes, la estrechez de la escalera le mostró que no había ascensor y los diminutos ventanales apenas aportaban luz natural a aquella negrura polvorienta. Llegó hasta el primer piso y comprobó que no había nadie que pudiese verla, después llamó al timbre.


Abrió un hombre que rondaba la treintena, desaliñado, enjuto, con la barba rala en la que las canas formaban extrañas agrupaciones, como dibujando formas caprichosas. Posó sus diminutos y hundidos ojos desprovistos de brillo en Erika, sin entender.


-Buenos días, ¿es usted el señor de la casa?-cuestionó Erika afable sacando una carpeta de su bolso-Me gustaría hacerle una oferta que podría interesarle…


-No me interesa.-espetó con aspereza.


Erika le impidió que cerrase la puerta colocando el pie como tope. Sacó su arma y apuntó al estómago de su objetivo.


-Insisto, déjame pasar.-musitó Erika con dureza.


Entró en la casa e inmediatamente desconectó la luz desde el cuadro de mandos, ya tendría ocasión de hacer lo mismo con la línea telefónica. Aquel hombre estaba desconcertado, pero disimulaba el miedo, no apartaba la vista de la boca de la P99 que no le había dado tregua desde que Erika entrase.


-¿Quién eres tú?-quiso saber mientras se alejaba de ella y miraba a su alrededor buscando alguna escapatoria inexistente.


-La que ahora mismo está en posesión de tu insignificante y mísera vida.-respondió Erika clavando sus ojos en él, instándole a detenerse.






***


Black Hair tuvo que lidiar con los constantes comentarios de Esperanza señalando que aquella mañana “estaba muy rara”. Esperanza, hermoso nombre para aquella mujer que no había perdido aquella virtud que nunca escapó de la caja de Pandora. No obstante, mientras Black Hair acarreaba con las bolsas repletas de fruta, pan y otros comestibles no podía dejar de sentirse culpable. Ahí estaba la culpabilidad de la que White Queen le había advertido encarecidamente.


Recordó que había visitado a White Queen aquella semana. Sus pasos la llevaron de manera casi inconsciente hasta el céntrico barrio de callejuelas estrechas en el que la joven y temible asesina habitaba, a pesar de que la distancia que mediaba entre su hogar y el de la Reina Blanca era bastante considerable. Sin embargo, aquel camino se había convertido en una rutina obligada durante los meses en que se esforzó con sus anónimos en tratar de atraerse su atención.


Aquel martes en concreto, a pesar de saber que White Queen le había dado su palabra de tomar el caso, se encontró frente a su puerta como en una ensoñación y sintió un imperioso impulso de volver a hablar con aquel enigmático personaje. Aquel barrio fresco, de calles angostas estaba imbuido en la sombra y le parecía un entorno demasiado idílico, demasiado lejano, demasiado ajeno, como la mujer a la que se disponía a visitar. El plañir de una campana marcaba la cotidianeidad y las horas, como si se tratase del pulso de un espíritu invisible que todo lo dominase de manera imperceptible.


Accedió al antiguo edificio, su vista se dirigió de nuevo al conglomerado de buzones y colocó la mano sobre el que pertenecía al tercer piso, no había nombre del inquilino. Suspiró contrariada mientras trataba de interrogarse sobre su presencia en aquel lugar en el que no terminaba de encajar. Escuchó unos pasos que consiguieron hacer gemir la desvencijada madera de la escalera y quedó petrificada sin saber cómo reaccionar.


-No me lo digas, reflexionaste y has cambiado de opinión…-la cantarina voz de White Queen la hizo sobresaltarse.


Se volvió hacia ella, se hallaba en la parte más alta de la escalera y esbozaba una sonrisa con la que mostraba su sorpresa. Tras un breve silencio en el que Black Hair dudó entre huir y tratar de componer una respuesta, White Queen volvió a hablar:


-Sube. Supongo que necesitas decirme algo y yo estoy segura de que necesito alguien que me escuche. Nuestros intereses materiales coinciden, así que…


Sin insistir en su hospitalaria invitación White Queen comenzó a subir las escaleras de nuevo haciendo tintinear un manojo de llaves. Black Hair comenzó su ascenso poco después y al llegar halló la puerta de madera blanca y lacada entreabierta, en un derroche de confianza de la propietaria y entró. Era mejor mantener toda conversación que pudiese surgir entre ambas en un lugar apartado.


White Queen regresó al salón y acondicionó la mesa para que su invitada pudiese tomar asiento fácilmente apartando todo el caos de papeles y libros que la dominaba casi por completo. La asesina sonrió otra vez tratando de obtener una disculpa por aquel desorden pues obviamente no acostumbraba a recibir visitas, finalmente le indicó a Black Hair que se sentase, aunque ella permaneció en pie, apoyada sobre el respaldo de una silla, contemplando el suelo con una divertida expresión en su rostro, como una niña que se empeña en resolver un complejo acertijo de un juego de pistas.


Black Hair la observó, llevaba unos vaqueros oscuros, un jersey de lana rojo cereza y una boina negra, indudablemente cuando la había encontrado bajando se disponía a dar un paseo o simplemente a realizar algunas compras de poca importancia.


-Está bien.-susurró al fin-Una partida.


Para asombro de Black Hair tomó un diminuto tablero de ajedrez y se lo colocó justo delante, haciendo girar la superficie de cristal del mismo con el objetivo de determinar qué color manejaría cada contendiente.


-Sólo una partida.-repitió en tono grave-Cuando hayamos acabado te marcharás y no me volverás a ver, ni siquiera el sábado. A ninguna nos conviene que nos relacionen, especialmente a ti.


Black Hair asintió aliviada y comprobó que las negras le habían tocado en suerte, la Reina Blanca jugaba en su territorio.


-Voy a preparar algo, pero esta vez no me niegues la invitación, por favor.-suplicó su anfitriona de manera solícita.


-Tomaré lo que tú.-accedió Black Hair.


Era tarde y comenzaría a anochecer en apenas un par de horas, por lo que se preguntó qué sería lo que le ofrecería WQ. La oyó trajinar en la cocina con lo que se levantó y se tomó la licencia de inspeccionar el apartamento: cajas a medio desembalar, archivadores, libros, una nutrida colección de discos de música y vinilos junto a un gran aparato para reproducirlos en un rincón y en especial muchas flores, en jarrones o simples vasos además de en el grupo de maceteros que presidía el balcón que se asomaba al patio interior del edificio. Había violetas, orquídeas, lirios, crisantemos, malvas y algún que otro geranio. Jamás pensó que alguien como White Queen se interesase por la jardinería, aunque la delicadeza de las flores quizá la hacía abstraerse de la aparente crueldad de su rutina. Observó luego los libros apilados sin orden ni concierto y se maravilló de la exquisitez de aquella biblioteca. Clásicos como Goethe, Kant, Aristóteles, Tolstoi, Balzac, Dante o Shakespeare formaban un grupo variopinto que relataba una visión caleidoscópica de la vida y la Historia de la Humanidad. Sin duda, aquellos autores entablaban con su lectora interesantes debates, el único hálito de ánimo al que White Queen podría aferrarse.


Su anfitriona colocó sobre la mesa una bandeja con tarta de queso, dos diminutas tazas de té de fina porcelana y un recipiente metálico repleto de terrones de azúcar. La Reina Blanca comenzó a servir con parsimonia el té en ambas tazas y Black Hair se apresuró a regresar a su sitio. Tomó asiento y esperó a que su anfitriona terminase para probar aquella amarga infusión, mezcla de té negro y verde, con trazas de hierbabuena y menta.


White Queen se cruzó de brazos y reflexionó unos segundos hasta adelantar dos casillas el peón de reina. El juego había comenzado y la conversación también, aunque a ambos les esperaba el mismo final.


-Tiene que haber una razón…-se encontró murmurando Black Hair al tiempo que su mano sobrevolaba el ejército de trebejos planeando su jugada.


-Sí.-respondió White Queen tras captar el trasfondo de las palabras de su invitada-Tiene que haberla, pero lo único que he podido averiguar es que el ser humano no puede ser un esclavo de su pasado, si no quiere avanzar a ciegas por el futuro. Sin embargo, las razones pueden ser útiles y congruentes en un momento determinado, aunque eso no quiere decir que su validez se mantenga eternamente.-compuso una sonrisa quebrada, nostálgica y estoica que apagó el brillo azul de sus ojos.


-¿Te arrepientes, entonces?-cuestionó inesperadamente Black Hair, no quería tratar de que aquella asesina cambiase su idiosincrasia, pero la pregunta brotó sin que pudiese remediarlo.


-Lo único que sé, es que todo esto ya me supera.-apuntó.


Black Hair apreció la violenta crisis emocional que sacudía a la Reina Blanca y quiso decirle que se olvidase de su misión, que desistiese, pues le inspiraba lástima. No obstante, supuso que aquella sensación de hallarse al borde del abismo debía ser consustancial a su propia naturaleza.


Black Hair comprobó que había sufrido muchas bajas en la partida, las piezas de cristal oscuro derramaban sobre la superficie de la mesa sombras profundas como lagos de petróleo. Su enemiga iba tomando posiciones en el tablero con lentitud y seguridad mientras que ella sólo podía replegarse. Su tiempo se acababa pero White Queen parecía obrar con condescendencia, otorgándole un lapso mayor, aunque sabía que el rey negro sufriría una lenta agonía.


-¿Nunca te has sentido culpable? ¿Nunca te has odiado por hacer lo que haces?-indagó Black Hair.


White Queen terminó de ingerir el resto del té y dejó vagar sus ojos sin rumbo fijo buscando desprenderse de toda emoción para responder:


-Rousseau nunca tuvo razón. Cuanto más inmersa me veía en mi oficio más fácil me ha resultado comprobar que el hombre es un lobo para el hombre, como decía Hobbes citando a Plauto. Ciertamente, nuestra especie ha canalizado gran parte de su ingenio a autodestruirse, por desgracia. Sin embargo, me he mantenido anclada en mis convicciones para evitar hundirme en una espiral de desprecio hacia mí misma.


Black Hair observó con una mezcla de horror y contrariedad cómo una torre blanca alcanzaba sin problemas el final del tablero, poniendo en serio peligro al rey. White Queen jugaba de manera mecánica, limpia y precisa, seguramente de la misma manera en que llevaba a cabo sus encargos. No obstante, aquellas respuestas no la satisfacían.


-Estoy de acuerdo contigo, de veras, pero aún así… no lo entiendo.-manifestó Black Hair tratando de hurgar en la enrevesada madeja de sentimientos de la Reina Blanca.


-Simplemente tienes que coger un arma por primera vez-comenzó White Queen colocando su mano sobre la muñeca de su sorprendida invitada-una vez que posas tus manos sobre una pistola y accionas el gatillo no hay vuelta atrás. La descarga de emociones que sacude tu cuerpo y tu mente es irrefrenable: en parte repugnancia, sí. Pero también una placentera sensación de poder y superioridad. He tratado de eliminar toda carga moral de mis actos, porque no todo lo lícito es honesto como dijo Paulo, de ahí se puede desprender que lo honesto, lo justo, no se consigue muchas veces a través de la licitud.


Black Hair sintió la mano de la Reina Blanca y su gélido tacto la hizo estremecerse a pesar de que debía tratarse de un gesto de acercamiento y cariño. White Queen ladeó la cabeza y dijo en tono grave dulcificado con una sonrisa:


-El rey está muerto.-ante la perplejidad de Black Hair continuó:-Eso es lo que significa la expresión jaque mate en su lengua originaria, el árabe.


Se levantó y recogió la pieza del rey negro con firme delicadeza, temiendo hacerla añicos pero al mismo tiempo con la seguridad y suficiencia con la que un cazador se hace con su presa. White Queen dio unas cuantas zancadas en el salón y emitió un profuso suspiro, finalmente se apostó junto a la puerta.


-Por favor, te ruego que te vayas.-suplicó la Reina Blanca en un mandato velado.


Black Hair se puso en pie con celeridad y se dispuso a obedecer, la mano de White Queen descansaba sobre la manija.


-Te pido que no vuelvas.-insistió-No quiero que todo esto se complique.


La Reina Blanca la abrazó inesperadamente, pero era como entrar en contacto con un témpano de hielo. Black Hair apreció un inusual brillo en sus ojos que presagiaba la pronta llegada de un torrente de lágrimas, por lo que optó por marcharse sin dilatar más su despedida. Cuando salió a la calle llovía copiosamente y tuvo que correr hundiéndose en los charcos. Mientras sentía el frío cortante de la lluvia deslizándose por su cuello y sus cabellos comprendió que se veía obligada a quebrantar la orden de White Queen.


De hecho, la visitó durante toda la semana y la encontró cada vez más enigmática, distante y abstraída. Sus ojos se iban cubriendo de una capa vidriosa al tiempo que sus gestos y su comportamiento se hacían cada vez más extraños, imprevisible, erráticos y mecánicos. Temía el rumbo por el que pudiera decidirse y era consciente de que la estaba sometiendo a una prueba de gran dificultad. Bajo aquella presión sólo podría escapar o continuar, pero continuar quizá implicase entregarse a una etapa aún más incierta que la anterior.






***






Ángel estaba tan aturdido que no podía siquiera pensar. Sentía un vértigo doloroso cada vez que sus ojos reparaban en aquel pozo sin fondo, el cañón del arma que le apuntaba. Su corazón latía peligrosamente rápido y la sequedad de su boca le impedía respirar con normalidad. No podía entender su situación por más que trataba de hallar una explicación racional, por tanto, sólo le quedaba la posibilidad de desandar lo andado en retrospectiva.


Recordaba los primeros años de su vida precipitándose en cascada: una sucesión de fragmentos de su memoria que se desperdigaban de manera inconexa. Su mente, obviamente siempre había tratado de borrar los recuerdos más horribles, pero ahora renacían con más fuerza, quizás porque no tenía nada más a lo que asirse. Su infancia había sido un laberinto en el que había tenido que aprender a desenvolverse en solitario. Sus padres no le prestaban demasiada atención y él nunca había tratado de granjeársela, simplemente quería pasar desapercibido, había aprendido que la soledad a veces, era mejor que el sufrimiento. Se había criado en medio de un caos en el que la ley del más fuerte imperaba sobre la ternura o la dignidad.


Ahora se cuestionaba todo su pasado, quizás no podía haberlo evitado porque al fin y al cabo las circunstancias habían forjado su personalidad, pero algo lo hacía dudar. Nada encajaba, pensó siempre que si la vida se le había escapado de forma que transcurría ajena a sus planes tal vez podía planear el fin de su camino, aunque nunca hubiese tenido el valor suficiente como para avanzar hacia el callejón sin salida. Ahora le parecía que tendría que adentrarse por aquella senda guiado por aquella mujer de cabellos rojizos. No podía concebir que sus insignificantes rencillas con los otros delincuentes por el control del tráfico de estupefacientes a pequeña escala mereciesen tal respuesta, nunca los había considerado enemigos.


No podía moverse, estaba atado a una silla, confinado en la estancia más recóndita de la casa, cuya ventana se asomaba a un minúsculo patio interior. Inspiró hondo y notó cómo su cuerpo se destensaba, lo único que podía hacer era afrontar su destino, fuese cual fuese.






***






Erika paseó por la habitación reordenando sus pensamientos. Había sólo dos balas en la recámara de su P99. Dos. Eran exactamente las justas y necesarias para cumplir con su cometido, nunca llevaba más munición que la que sabía que iba a emplear. Con una sola, si apuntaba bien y el disparo era a la distancia correcta su objetivo caería fulminado, la otra la reservaba para algo más urgente.


-Tiene gracia-apuntó Erika ocultando su odio tras una fina ironía-Cuando llegué y me abriste la puerta supusiste que era una vendedora ambulante. Creo que no ibas desencaminado al fin y al cabo te estoy ofreciendo la oportunidad de cambiar tu vida o de despedirte de ella para siempre.


Aquel hombrecillo la miró impertérrito, no se apreciaba señal alguna de arrepentimiento en su rostro.


-Kant dijo en pleno siglo XVIII-continuó Erika ante el silencio de su objetivo-que los juristas no habían encontrado una definición para el concepto del Derecho. Él se atrevió a definirlo como el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la de todos. A veces no sé si debo estar de acuerdo o no con el gran Inmanuel.-sonrió Erika, se hallaba sorprendentemente cómoda y ni siquiera había amartillado su arma-Lo que sí tengo claro es que Derecho no es igual a Justicia. La Justicia es algo tan simple y tan complejo como dar a cada uno lo que se merece.


-Oye, no sé de qué me estás hablando.-afirmó su objetivo con voz ronca-Al fin y al cabo no me vas a dar una sola oportunidad, ¿cierto?


Erika dio la espalda a su objetivo paladeando la imprudencia cometida y notando cómo su pulso se aceleraba, aquella sensación de embriaguez que sólo le proporcionaba el riesgo. Amartilló su pistola e inspiró hondo a la vez que su cuerpo se tensaba, como si todos sus miembros fuesen cables de acero. Esperaba una confesión de su objetivo, un gesto de culpa, algo que le permitiese continuar poniendo en práctica su plan. El hombre se revolvió en su asiento al igual que un pez recién sacado del agua, pugnando horrorizado para que su vida no se le escapase.


“Todos somos iguales-se dijo Erika-enfrenta al más desdichado de los seres humanos a la cercanía de la muerte y aunque se repugne a sí mismo tratará de seguir luchando por otra bocanada de oxígeno. El egoísmo del hombre, siempre ansiamos lo que hemos perdido, pero nunca queremos perder lo que tengamos, aunque no lo estimemos en absoluto. Gran contradicción.”


-¡Yo no he hecho nada! ¡Lo prometo! Por favor, dime qué quieres saber…-clamó aquel hombre al borde de la desesperación.


Erika se volvió hacia aquel hombre, sintió la tibieza de sus propias lágrimas horadando sus mejillas y se sorprendió de su propia reacción. Trató de reponerse pero sólo logró murmurar con voz fría y vacilante:


-Excusatio non petita, accusatio manifesta.






***






Black Hair tomó todos los bártulos que habían comprado Esperanza y ella y subió con ellos hasta la casa sintiéndose sumamente ligera mientras que una angustiante sensación de opresión crecía en su pecho, como si una loza le aplastase los pulmones: la zozobra. Depositó las bolsas de forma caótica y descuidada en el suelo de la cocina. Una enorme y jugosa manzana, un orbe de rubí, se deslizó fuera de la bolsa y rodó sobre las baldosas. Con un movimiento eléctrico se percató de la razón que la había llevado hasta allí y salió disparada internándose en la vivienda.


Comenzó a andar por el pasillo, la puerta del fondo estaba cerrada. El tiempo parecía dilatarse a cada paso hasta que oyó un disparo acompañado de su explosión luminosa. Aquello la petrificó y los acontecimientos se precipitaron, en unos segundos se abalanzó sobre la manija de la puerta, aunque no llegó siquiera a rozarla. Su aliento se heló al oír otro disparo. Temblorosa, se aferró al picaporte tratando de recobrar la entereza.


Aquello sólo podía significar una cosa: jaque mate.

domingo, 31 de octubre de 2010

Redescubriendo frases: Dust in the Wind y otras...

Soy consciente de que este artículo es uno de esos cuyo detonante es imprevisto y algo absurdo. Además es uno de esos escritos a los que se van agregando ideas fácilmente. Todo se debe a que mientras escuchaba una canción tan mítica como "Dust in the wind" después de un período largo sin deleitarme con ella, me llamó la atención en particular una frase de la letra: "Don´t hang on, nothing lasts forever though the Earth and sky". He ahí el valor de una frase. Yo podría vivir intelectualmente alimentándome sólo de citas trascendentales. Los grandes genios saben hacer que una frase se convierta en un imperativo, en una sentencia. Estas pequeñas perlas lingüísticas, más allá de su valor estético encierran un significado profundo que hay que desentrañar, y al que se le puede sacar mucho provecho. En concreto esta frase del tema de Kansas (literalmente: "no te aferres, nada dura para siempre excepto la Tierra y el cielo) nos muestra lo efímero de nuestra existencia, una existencia tan mínima a la que no debemos aferrarnos. Sin embargo, esa elipsis intencionada en la primera parte nos lleva a plantearnos una duda, ¿acaso podemos aferrarnos a algo, sean principios religiosos, morales, culturales etc, o todo perece y sólo el entorno que nos rodea puede ser el testigo mudo de nuestros vanos intentos por perdurar en el tiempo? Frases. Frases que nos acompañan, aconsejan y encandilan. Nunca o casi nunca soy capaz de recordar el autor de una cita, quizá porque lo importante es lo dicho (y todo lo que ello implica) y no quien lo dice. En esta línea sitúo una cita de Bob Marley (cuando la leí jamás pensé que él la hubiera dicho, parecía más propia de Sartre u otro autor así): "no vivas para que tu presencia se note, sino para que tu ausencia se sienta", tan afanados como estamos en destacar y adquirir notoriedad, quizás deberíamos aprender a ser consecuentes con nuestros actos y buscar el equilibrio. Otra lección de humildad: "la belleza es un reinado corto" (Sócrates), nada más lejos de la realidad, todo lo bello es efímero y esto nos hace comprender la fragilidad existente en la naturaleza. El lenguaje humano es el instrumento imperfecto que logra alcanzar mayor perfección. No me refiero a la belleza lírica o formal, sino a las múltiples variantes e interpretaciones que puede suscitar una frase, la riqueza de planteamientos y de ideas en este mundo es asombrosa. Para terminar dos frases que me encantan y que más allá de su hermosa poesía encierran un alto grado de veracidad. Ambas pertenecen a sendas canciones del grupo ALI PROJECT, la primera de ellas incluida en Kotodama ("el espíritu de las palabras" ) dice así: "hay personas que no se percatan de los lotos blancos que florecen en la oscuridad, sin embargo, los recuerdos nos visitan desde el futuro". Es cierto. A veces no nos paramos a observar esos "lotos blancos" que nos rodean porque nos preocupamos de cosas absurdas, demasiado por el presente aquí y ahora y no sabemos encontrar nuestro lugar, remontarnos al pasado o labrarnos un futuro, es preciso establecer prioridades. La segunda pertenece a la canción Ara waga ("piel áspera") y reza: "y así, el rey logró sobrevivir en los colores prohibidos de la luz". Este "poema musical" se merece un artículo propio que voy a publicar muy pronto, pues está plagado de simbolismo y la frase aislada carece de todo lo que le aporta ese maravilloso contexto ambiental.

jueves, 28 de octubre de 2010

Halloween y papá Noel

Hoy he tenido oportunidad de leer una carta al director de un lector indignado en uno de ésos periódicos de tirada gratuita. El lector se quejaba de que algo como "jalogüin", castellanizado a propósito, (que según él empezó como reclamo "discotequero", opinión que secundo) se estaba convirtiendo en una práctica habitual entre los jóvenes españoles. Personalmente pienso que las recientes declaraciones de la Iglesia en relación con la consabida fiesta están totalmente fuera de lugar. La solución no está en "sacralizar" la fiesta sino simplemente en no adoptarla. En España tenemos los huesos de santo y las visitas (obligadas o no) a las tumbas de familiares y seres queridos el día de todos los santos. Estas tradiciones pueden ser más o menos de nuestro agrado, pero tampoco tenemos por qué seguirlas o modificarlas. La globalización también tiene sus efectos negativos, y normalmente este proceso integrador mundial está liderado por los países con más proyección internacional, es decir, por las potencias como EEUU (de donde se ha exportado en masa esta tradición, aunque originariamente provenga de las islas británicas). Que yo sepa nadie se pregunta qué se hace en Ruanda, Malasia o Serbia por estas fechas, sino que centramos toda nuestra atención sobre determinados Estados que eclipsan al resto. Yo no me identifico con este nuevo invento que nos han encasillado, probablemente porque soy de otra generación. El problema es que los más pequeños en guarderías, colegios, institutos etc, bajo el pretexto de que es necesario conocer la cultura anglosajona (algo a lo que no me opongo) están asumiendo con el paso de los años esta celebración como propia. Los niños, seducidos ante esta tradición se disfrazan y buscan los caramelos, mientras que los comercios se frotan las manos y hacen su particular agosto con los disfraces, así que todo está conectado. Es una pena que nadie recuerde (o quiera recordar) que este mes es el propio de las representaciones del Don Juan y del Burlador de Sevilla, mientras que gran parte se prepara para salir perfectamente "ataviado" a divertirse la noche del 31 de octubre o para ver películas de miedo, cosa que no es poco habitual, aunque, eso sí, aprovechando siempre el pretexto de Halloween. Lo mismo ocurre con la tradición navideña de Papá Noel, aunque esta tiene un mayor "arraigo" en nuestra sociedad, quién sabe si Halloween lleva el mismo camino. Mientras tanto yo seguiré escribiendo la carta a los Reyes Magos y considerando el 31 de octubre un día como otro cualquiera en el calendario.

sábado, 23 de octubre de 2010

Yuki Kajiura, la compositora que no importuna al silencio

Voy a permitirme otra licencia musical para recomendar a una compositora que me encanta. Su nombre es Yuki Kajiura y también viene de la tierra del sol naciente. No sabría explicar por qué me gusta tanto la música japonesa, supongo que porque encuentro que el idioma tiene una cadencia especial, muy melodiosa, y además la música tradicional nipona está siempre latente. Kajiura nació en japón pero ha vivido parte de su vida en alemania, con lo que su música está muy occidentalizada y abierta a nuevos enfoques. Se graduó como programadora informática, pero se dedicó a la música a instancias de su padre. No obstante, Kajiura fue una niña precoz y compuso su primera canción al piano con 7 años de edad, que dedicó a su abuela. Desde el 92 debutó como teclista, arreglista y letrista en un grupo llamado See-saw, que actualmente está disuelto. Otros proyectos musicales son FictionJunction, un  grupo que está conformado en parte por vocalistas de See-saw y en el que Yuki compone y escribe las letras y Kalafina, con idéntica descripción. Ha sabido imprimir a su música un carácter propio y fácilmente identificable. Se inclina por los instrumentos de cuerda y viento y las voces operísticas. Su creatividad la ha llevado a "inventar" un idioma denominado "kajiurago" (go es un sufijo japonés que significa, lengua) que no tiene significación alguna (algo similar a lo que le sucede al "loxian" creado por Enya) sino que simplemente sirve para expresar una emoción, dando un toque lírico a sus composiciones y permitiendo que las letras se ajusten perfectamente a la métrica. Sus participaciones en la elaboración de bandas sonoras para animes han sido muy valoradas y han dado piezas míticas. Todos los fans coinciden en que sin la música de Kajiura esos animes habrían sido radicalmente distintos. Ha brillado con luz propia al componer la música para la "trilogía" de los estudios Bee Train. En realidad no es una trilogía, sino animes en los que subyacen elementos comunes. Yo la conocí a raíz de ver el anime "Noir" en el que nos encontramos a una Yuki Kajiura que crea una música innovadora, ecléptica, que mezcla lo clásico con lo moderno. Las melodías son profundamente centroeuropeas (especialmente francesas e italianas, países en los que se desarrolla el anime) llegando a usar el latín o el italiano antiguo para las letras. En los célebres y extensos silencios de este conocido anime, la música de Kajiura transmitía lo que las palabras callaban. En la segunda "entrega" titulada Madlax, me defraudó, puesto que su música no sigue una línea, sino que incluye piezas bastante desiguales y aunque trata de recuperar las innovaciones de Noir no logra conseguirlas. En el último anime "el cazador de la bruja" Kajiura retoma el espíritu monográfico y se centra en sudamérica, donde se desarrolla la historia, gracias a que realizó un viaje a Perú para inspirarse. La vocalista norteamericana, Emily Bindiger, ha colaborado activamente con ella, después de que Kajiura se prendase de su voz, lo que ha originado una profunda y fecunda relación profesional (a la manera de la que hubo entre Schiller y Goethe), la profunda voz de Bindiger termina de encumbrar composiciones genuinas como: "Forest", "Every time you kissed me" etc. Sin embargo, debo señalar que a veces comete excesos y el abuso de elementos electrónicos "deconstruye" en ocasiones sus melodías y que no consigue hacer un uso afortunado de algunos instrumentos, en especial el saxofón. Ahora es cuando os dejo juzgar a vosotros: 


Este es el tema de una de las protagonistas del anime Madlax, se titula Margaret. Se trata de un leivmotiv con personalidad propia y ritmo de vals, la letra está en kajiurago.

miércoles, 20 de octubre de 2010

El Erpedio (II)

El reinado del odio







Herida, desorientada, Yumi tuvo que acarrear con las culpas sin derrumbarse. Su orgullo estaba dolorido y su prestigio a punto de ser olvidado. No le importó que dudasen de ella, seguiría sola, mataría a Ayumi con sus propias manos y entonces sería la única reina del país. Se debía una venganza, porque las venganzas son un bálsamo para el honor.


Yumi trató de derribar aquellos dorados barrotes pero era imposible controlar aquella magia primigenia, aquel poder oscuro y desconocido. Necesitaba serenarse. Yumi tendría que buscarse de nuevo en aquella oscuridad impuesta. “Hemos de adjudicarnos lo que nos fue arrebatado” proclamaba periódicamente. Y lo que le habían arrebatado era el honor, la posibilidad de controlar El Equilibrio.


Yumi y sus esbirros coincidían en que ni Léin ni Lerania eran sus padres, no les debían nada. Aún peor, aquellos seres que se hacían llamar Dioses los habían condenado injustamente y eso era inadmisible. Así que, prófugos, se obligaron a seguir adelante. “Lo único que nos queda es el odio y el rencor, y no permitiremos que nada enternezca nuestra existencia. No hay vuelta atrás y el futuro no será posible hasta que salgamos de aquí. Hasta ese día, viviremos en el pasado y en el olvido”


Yumi siempre era escuchada atentamente. Sus palabras eran verdades y sus deseos promesas. Su verbo, claro, directo, la hacía triunfar. De lo único que se lamentaba Yumi era de no poder atraer a nadie más a su lado. Aquel exilio los apartaba, los había convertido en alimañas peligrosas a ojos de los demás. Pero Yumi no iba a permitir aquello.


Ahora la única duda que rondaba por la enfebrecida mente de Yumi era si estarían desahuciados por mucho tiempo más. Si Léin y Lerania no iban a aceptarlos, alguien tendría que hacerlo. Confiaba aquella guerrera de la oscuridad en que pronto alguien los acogería con los poderes que ellos tenían, que no rechazarían la pureza de su magia. Por el momento ella era lo más cercano a la divinidad que conocían, quien manejaba las fuerzas de las tinieblas a su antojo. Su carisma y confianza la apoyaban y estaba cargando a sus espaldas con todo un pueblo.


“Si nos atrevemos a dudar, estaremos perdidos” Yumi no desistía. Sus manos buscaban abrir la brecha de la liberación en aquel muro de luz, pero era imposible. Yumi no se daba un solo descanso y noche a noche enloquecía de rabia. Si dudaba no podría seguir adelante. Sorbía sus lágrimas de enojo y se obligaba a continuar.


Pero aquellos tristes amagos de valentía eran fugaces e insuficientes. Algo atravesó la mente de Yumi, haciéndole comprender que sólo la acompañaba la soledad. Quien se encuentre solo, nadie debe preguntarse por qué, nunca, pues eso significa el fin, la condena eterna. Pero Yumi lo hizo, se encontró preguntándose acusadoramente el por qué de aquella situación cuando las fuerzas casi ni podían sostenerla. Abrazada a un árbol, sintiendo sus latidos unidos a los de la naturaleza, se encontró, pues, lazando la pregunta al aire como quien dispara una flecha envenenada, pero antes de que pudiese olvidarla, evitarla, tropezó con una verdad absoluta: “porque es mi deseo”. Se detuvo un segundo mientras su mente seguía ahondando en la razón de su soledad. “No necesito a nadie y la confianza de tantos otros no es más que un mero ornamento”. Y dejose caer una vez más mientras que con la daga hendió profundamente la corteza de aquel árbol para buscar alimento en su amarga savia.


Pero la confianza no es más que un peligro encubierto, se adhiere a nuestras conciencias y pesa, hundiéndonos instante a instante en lo más profundo de la tierra y el olvido. La confianza es el eco, la voz muerta de una promesa que grita para ser escuchada. Esto Yumi lo sabía de sobra o lo había averiguado padeciendo sufrimientos.


Ya había habido varios rebeldes que buscaban el protagonismo y que insistían en que el propio peligro era Yumi, la habían intentado embaucar para reconocer sus aparentes errores y en los casos más extremos habíanse enfrentado a ella con la intención de matarla. Yumi los había aniquilado con facilidad. Su fortaleza la protegía frente a los demás que acataban sus órdenes con la sumisión del miedo al más fuerte. En su fuero interno sabían que Yumi era la culpable. Habían fantaseado con sacrificarla ante los ojos de Léin, disculparse con la mirada baja, las falsas lágrimas que buscaban una ternura y un arrepentimiento difíciles de mostrar. “Yumi está acabada, oh señor de la Luz, y perdonad nuestra mezquina duda, nuestro miserable comportamiento”. Y Léin, el Padre, los perdonaría como a ovejas descarriadas. Pero si perdían a Yumi lo perdían todo y Léin también podría traicionarlos como ellos lo traicionasen en su día. De modo que no se podía ser neutral: la victoria y la esperanza estaban en Yumi o fuera de ella, una guerra se gestaba.


Así que lo único firme que le quedaba a Yumi era su odio. El odio puro, frío, y prístino prepara a una mente ante la adversidad. Yumi odiaba, era su única forma de sentir… el resto de los sentimientos eran innecesarios y superfluos. De modo que Yumi lo tomó como algo real y tangible. Y todas las noches, es decir, siempre en aquella oscura y nocturna prisión, amenazaba a Ayumi en la distancia. “Sentid, pues, mi odio, que fluye en mi interior por cada fibra de mi cuerpo, sentidlo pues, oh Ayumi, y el dolor os hará estremecer, y poco a poco, no tendrá sentido tomar otra bocanada de aire entregada por Lerania, y os desvaneceréis para siempre” Yumi se esforzaba en canalizar su poder, su energía, su odio, tal y como su doctrina le indicaba. Era todo un reto, lo único que podía hacer.


Yumi sabía con certeza que si conseguía su propósito sería porque así debía ser, y su poder se consagraría como verdadero. Yumi seguía poniendo todo su empeño, aunque su esperanza menguaba, mas ¿Qué importaba? ¡Cuán cercana estaba su salvación y cuán lejana parecía!






De cómo nació nuestra salvadora y madre






En este sentido, Yumi desconocía la verdad, pues mientras estaba a punto de perecer, consumida en su odio y por el sentimiento de venganza, ambos tan similares, algo se agitaba en el cosmos, fuera y lejos de Leruey. Era una Diosa, una divinidad que había estado actuando discretamente y que esperaba entrar en escena muy pronto.


Conviene saber, entonces, que desde el principio de los tiempos Luz y Oscuridad han coexistido juntas. Desde que existe la Luz, la Oscuridad siempre estuvo para apagarla, y la Luz para volver a combatirla. La existencia y El Equilibrio son imposibles sin ellas dos como elementos creadores. Por ello, era justo, normal y necesario que Yumi naciera. Lo cierto es que, parte de los pedazos de aquel vidrio sobrenatural de la esfera primigenia y creadora engendrada por Lerania, al desprenderse hirieron a la diosa y de su sangre y su dolor surgió otra diosa, que se alimentaba de ellos como de dulce néctar.


Aquella diosa fue creciendo en soledad e incluso se enamoró del joven y apuesto Léin, que la rechazó. Despechada y dolida, aquella Diosa comenzó a tramar su propia venganza, y entraría al juego en cuanto las circunstancias le fuesen favorables. Se adentró en Leruey e insufló a Ayumi la atracción y la curiosidad por la magia negra, y después, creó a Yumi. Por tanto, Yumi era la hija de una diosa y lo más cercano a la divinidad para los hechiceros de la noche. Yumi era una parte mortal y tangible de aquella diosa que presentía su momento muy cerca. “Yumi está ya preparada-se dijo-y ahora yo he de usar mis poderes” Y en efecto, actuó con su poder nunca usado durante milenios… y cumplió el dicho: sólo un dios puede contradecir a otro y revocar sus obras.






La elección de la oscuridad deificada






Ocurrió que la barrera que aprisionaba a Yumi y los suyos se quebró en pedazos de luz. Estalló de forma colosal y un amago de amanecer inundó el bosque. Los tímidos rayos del astro de Léin apenas parecían querer importunar o atravesar el denso forraje, pero amanecía.


Yumi se sintió feliz en mucho tiempo, todo lo feliz que puede ser un corazón contaminado de odio… convocó a todos los demás que se agruparon como una horda exterminadora y salieron al exterior. La suerte parecía aliarse con aquel pueblo, puesto que supieron enseguida que Ayumi había muerto. Yumi se regocijó enormemente: “Oídme bien compañeros, y sabed bien que mis ruegos han sido escuchados, y ahora que sé que todo esto es un bien dispuesto por alguna autoridad celestial, habréis de saber que sólo se trata de una avanzadilla para la verdadera prueba que se nos depara” Por lo que decidieron prepararse.


La cima más alta de Leruey, el Arkia, albergaba, según los más sabios un poder infinito a aquel que la conquistase. Era por ello por lo que fue escondido en un lugar tan inaccesible, donde las ventiscas arrecian sin piedad. Y fue Lerania quien actuó con sensatez y desafió a sus propios hijos a desobedecerla mostrando una manifestación natural de poder tan enorme. Tamaña muestra de arrogancia invitaba a ser desobedecida y aquel fue el designio primero de Yumi y sus seguidores. No tenían miedo al saber que tantos habían dado su vida por la empresa, sino lo contrario, se veían capaces de llegar a cualquier parte con Yumi entre ellos.


Así fue como se prepararon por largo tiempo para escalar aquel escarpado pico, para sobrevivir y hacer historia. “Temblará este país, lo haremos palidecer de pánico”. Yumi exclamaba presa de un delirio de poder incontrolable y su pueblo la aclamaba como a una diosa. Así que, pertrechados, comenzaron la ascensión, que fue larga y penosa. Los Denios, que en su camino se cruzaron, no tuvieron otra cosa que hacer sino dejarles marchar. Aquellas criaturas hijas del fuego y de la roca se sintieron presionadas por la crueldad de Yumi que heló sus ardorosos corazones.


Aunque tiene el Arkia un corazón hirviente, las nieves perpetuas asolan su cima, y el hielo crea una capa cristalina pero impenetrable. Muchos perecieron en la subida, pero aquello sólo contribuía a aumentar el honor de los supervivientes. La cima cada vez estaba más cerca, casi al alcance de la mano, pero comprobaron que apenas quedaban provisiones y que sus fuerzas estaban tan congeladas como la ventisca.


Así pues, Yumi imploraba como nunca lo había hecho, su propia ambición los llevaría a la muerte. Caerían y entregarían su vida a la gélida montaña, como tantos otros. ¡Oh, cuánto se lamentó Yumi! Se sentía como una asesina y tan injusto era pues les debía tanto a sus seguidores, y todo por aquella maldita confianza que pusieron en ella… todos estaban condenados. Yumi tendría que haber emprendido la escalada sola y no haber arrastrado tantas vidas a su costa.


Yumi comenzó a llorar, y las lágrimas se petrificaron al instante en hielo puro hiriendo sus suaves mejillas. La preocupación de Yumi se incrementaba y tanto se arrepintió, tanto suplicó el perdón y se dio a ver como culpable, que habría conmovido hasta a las rocas. Yumi sacó de sí los sentimientos que nadie creía que tuviese, ante la cercanía de la muerte.


Fue entonces cuando lo oyeron, el aullido estremecedor de un lobo. Yumi se puso alerta mientras la sangre corría por sus venas más aprisa. Mientras tanto, agudizó el oído y se preguntó acerca de la existencia de aquellos animales en un lugar tan inhóspito como aquel, frío y a tanta altitud. “¡Sacad las armas! Les haremos frente sean cuántos sean.” No obstante no parecía plausible que una manada habitase en el risco. De modo que quizás era un lobo solitario del que no había que preocuparse. Escucharon como una fiera bestia se les acercaba resollando con fuerza, furiosa. Pero lo más extraño era que en tanto que creían tenerlo justo a sus pies el sonido desaparecía para oírse un poco más lejos.


Yumi creía que aquello era un castigo divino, una mala pasada, una visión… la ventisca se disipó de repente y la luna aclaró todo el paisaje, pero el frío aún cortaba la piel, lo que les hacía mantener el contacto con aquella realidad distorsionada. Cuando se percataron de la figura recortada, perfilada contra la luna llena, se maravillaron. Era una loba, una loba que había aullado su voluntad de encontrarlos. Mas su porte era gallardo y distinguido. Su pelaje, negro azabache, parecía veteado de plata, sus ojos eran de un gris profundo y su cola era una serpiente, una serpiente cuya cabeza los observaba con su mirada punzante de reptil. Tenía, además, unas oscuras alas de murciélago. Aquella criatura sobrenatural parecía juzgarles.


“¡Arrodillaos en este instante! Hemos encontrado la razón por la que escalamos esta hostil montaña…” Tanta fe puso Yumi en sus palabras que se hizo un respetuoso silencio. De modo que era eso lo que ocultaba la cima del Arkia… era un descubrimiento interesante. Yumi se acercó con sigilo pues no quería asustar a la fiera, ni siquiera hizo el gesto de desnudar la espada. La loba se levantó lentamente, mientras parecía estirarse, aumentar su tamaño. La loba volvió a aullar, pero fue un aullido aún más largo y contenido, quizás entremezclado con un grito femenino… aquella loba se transformó en una mujer.


En aquel momento Yumi se arrodilló y la fría nieve acuchilló su piel por debajo de sus gruesos ropajes. Yumi supo que aquella criatura era su salvación, lo supo, lo comprendió y lo aceptó íntegramente. La desconocida era de una piel extremadamente pálida, reforzaba aquella sensación el reflejo de la luna en el hielo, sus ojos lobunos eran grises como la plata pero conservaban algunos ribetes negros. Su pelo era largo, espeso y se rizaba salvajemente azotado por la brisa invernal.


El silencio se heló, sin embargo Yumi supo que la espera no sería muy larga y que resultaría fructífera. La desconocida los miró con algo de orgullo y preocupación. “¡Hijos de mi poder y de mi magia! Sabed pues que vuestras desgracias ya han terminado”


Alzó Yumi la mirada, ya reconfortada. “mas, ¿Quién sois vos?” La diosa saltó a donde estaba Yumi y la hizo levantarse. “Yumi, has de saber que mi nombre es Kendra y soy la diosa de la Oscuridad, y, a partir de ahora vuestra Madre. Velaré por vuestra seguridad, pues os he elegido como pueblo.”


El honor que sintió Yumi era tan ardiente que podría haber fundido toda la nieve del Arkia. Kendra se acercó y atusó el pelo de Yumi, luego la abrazó, aunque sus gestos distaban mucho de ser dulces y maternales. “Eres mi hija, Yumi. Te creé de la mente de Ayumi y he sido yo misma quien ha acabado con la vida de esa falsa elegida de Léin” Kendra pronunció aquella frase amargamente, con resignación, como si removiese hechos del pasado que convenía olvidar. Yumi se sintió indefensa ante aquella deidad, tan fría, tan impasible. Pero poco a poco descubriría que las tinieblas transforman radicalmente.


Yumi experimentó algo de miedo pues es de sobra conocido que los dioses son caprichosos y que su poder los hace aún más indecisos. Temía, pues, que en cuanto Kendra así lo estimase oportuno todo terminaría para ellos.


“Hija mía, aún más, Elegida mía, serás mi Hashek” Y es que en aquel lenguaje apenas recordado sonaba de nuevo en los oídos de Yumi, por ello tomó el sobrenombre de Hashek y convirtiose por tanto en Yumi Hashek, guerrera de las sombras, elegida de la oscuridad, emperatriz de la noche y tantos epítetos heroicos recordados con nostalgia. “Y ahora, escúchame. Os conduciré a la gloria pues ahora que Ayumi yace en el Reino Eterno de la Luz es mi voluntad que tú seas la reina de este país y que lo hagas mío.” Yumi advirtió el egoísmo puro de las palabras de la Diosa pero se contuvo pues pensó que Kendra les recompensaría llegado el momento.


Así fue como el pueblo de Yumi se convirtió en el pueblo Arkelio, debido a su intento de alcanzar la cima del monte Arkia.


“No olvides que lo que has de hacer ahora es captar nuevos adeptos. Entiende pues que el horror ante el ataque del más fuerte hará que más de uno se pase a nuestro bando”. Y desapareció.


Encontráronse de nuevo al pie de la montaña y recelaron. Sospecharon de Léin, todo podía ser una estratagema. Sin embargo, fue Yumi quien de nuevo alentó al resto de Arkelios: “¡Vayamos al sur! Busquemos la corte de Leruey y confiemos en Kendra, pues si su palabra es sincera contamos con ventaja.”


Y construyendo su sueño en una nube de humo, sobre una mera esperanza se marcharon a la conquista del trono de Leruey.