María García es tímida, sensible e insegura. Sonríe mucho, baja la mirada y se ruboriza con frecuencia. Cuando acude a clases interviene en voz baja, como si no quisiera importunar al silencio con sus opiniones. María Elena Carpio tiene la efímera y quebradiza seguridad de quien ha pisado las tablas unas cuantas veces unida a la modestia crítica de quien sabe que no se dedicará a ello profesionalmente. Es capaz de ponerse frente a quien quiera escucharla y le es indiferente realizar una exposición acerca de la publicidad (en francés con fuerte acento parisiense) o bien un seminario acerca de las causas de justificación como elemento de exclusión de la antijuricidad en la conducta típica. María García sólo canta cuando sabe que nadie va a oírla, mientras escribe o hace las tareas domésticas, los prejuicios la frenan. María Elena disfruta cantando en cualquier lugar si se siente con fuerzas para ello. Elena adora conocer gente nueva y experimentar con ellos nuevas sensaciones, en especial si hay que subirse a un escenario, sabe que con ello crea Belleza, Arte y se siente realizada. Si María es escritora Elena Carpio se entretiene en crear personajes sobre el proscenio, meditar cada gesto y cada pausa. "Al fin y al cabo no nos diferenciamos tanto, yo también les estoy relatando una historia, les doy mi visión, sin mí el autor dramático no puede llegar a realizar su obra, soy intermediaria, pero también tengo un gran poder creador." le dice a María García. María se queda sentada mientras el resto baila, Elena se pone en pie y no le importa iniciar una conversación con quien se le aproxime e incluso improvisar algunos pasos descompasados. Cuando Elena baja junto al público, terminada la función, María le susurra sus fallos (es su más feroz crítica) ya que ha contemplado la escena desde fuera. María prefiere refugiarse en su soledad, Elena sabe que no está sola y admira la calidez de la compañía de sus compañeros de elenco. María se muestra tal y como es, Elena sólo aparece súbita y fugazmente, como los fuegos fatuos. "Elena, el día en que me esté ciñendo la toga, recordaré el eco lejano de los aplausos y la absurda nostalgia que te atenaza cuando pisas un teatro en el que actuaste tiempo atrás, hasta entonces, mientras sigas haciendo teatro, me harás feliz".
Los focos se apagan, la mentira ha terminado, ¿o quizá sólo ha empezado? Elena, vestida de campesina del siglo XVI compone una expresión pícara. "María, siempre estaremos ayudando a que la voz de los autores perdure en el tiempo, trataremos de no tergiversarla pero irremediablemente ponemos un pedacito de nuestra alma en ello y es precisamente en ese momento, cuando rozamos el deseo humano de trascender". María asiente, un escritor ha de leer, viajar, llorar, reír, ¡ha de vivir en suma si quiere dar contenido a sus escritos! todo ello enriquece su alma; al escribir colocamos algo de nosotros mismos frente a los demás, para ser juzgado, la exteriorización del actor tiene el mismo efecto, sólo que es aún más ostensible. María se ve reflejada en Elena y esa sensación le resulta confortamblemente agradable. "Vivam!" es lo único que la emoción le permite exclamar.
miércoles, 27 de julio de 2011
El Erpedio (IV)
Desorientación
Desde entonces y con el paso del tiempo, los Arkelios fueron gobernados por jefes guerreros. La estirpe de los Hashek se perdió, mas algunos quisieron recuperarla. Tenían suficientes motivos para mantener la línea divina generación tras generación, pero Kendra no quiso traicionar a la memoria de Yumi eligiendo otro Hashek.
Léin se marchó y con el paso del tiempo los Laerianos lo olvidaron. El dios guerrero quedó como una leyenda y de su paso por el país sólo permanecieron sus acciones, que mantenían vivo su recuerdo. Quizás volviese a reclamar parte de su país, de lo que era suyo por legítimo derecho. Sin embargo, esto sería interpretado como una señal, una profecía viva y reconocible ante la desaparición de Ayumi y de Yumi. Tal vez, su vuelta significase la nueva búsqueda de El Equilibrio, el nuevo duelo entre Luz y Oscuridad que nunca terminó de completarse.
Las obras de Kendra
Kendra no se resignó a aceptar la pérdida de Yumi, mas al contrario, decidió congelar el alma de su Elegida para que pudiese volver llegado el momento de la revancha. Eligió ocultarla, mantenerla en secreto con la esperanza de poder recobrarla. Aquel día Kendra se convirtió en la maldad inexpugnable. Cuentan que Kendra, antes de marcharse, dirigiose a sus hijos y dioles un consejo para evitar que luchasen entre sí y consumiesen su pueblo con intrigas y conspiraciones: “Habéis de respetar a vuestros semejantes por razones evidentes, no os enfrentéis a ellos, cumplid eso por siempre.” Y rogó encarecidamente que cumpliesen esta enseñanza suya por encima de cualquier otra.
Sin embargo, el espíritu de Yumi no vagaría errante por la eternidad sino que quedaría sellado en el arma definitiva y colosal. Un arma que conferiría un poder extraordinario y temible a quien la portase. Creó Kendra con su poder la espada de El Caos, que garantizaría la victoria a los Arkelios. La empuñadura, dividida en tres partes y esculpida en amatista fue escondida en los confines más recónditos y los elegidos deberían afrontar su búsqueda como prueba. No creó Kendra hoja para tal espada, pues pensó que cuando la ocasión lo requiriese ella la haría aparecer, quizás forjada en la lluvia, una hoja grisácea de plata pura cayendo del cielo gota a gota.
En la explanada más escondida del bosque, allí enterraron a Yumi. La planicie almacenó todo el poder que Kendra quiso darle y desde entonces y durante la eternidad se han venido celebrando allí sus ritos.
En cuanto a Kendra, muchos cuentan que se marchó lejos de Leruey, volviendo sólo en contadas ocasiones, tal vez sólo lo hizo para reencontrarse con Léin, al que seguía amando profundamente, pero Luz y Oscuridad están destinadas a enfrentarse para siempre, y eso también sucedía entre ambos.
Aún así, la guerra es la guerra y desde la muerte de Yumi Kendra se sentía vacía y deseaba venganza. Amor y odio suelen estar inspirados por el mismo objeto y entre ellos sólo media un paso.
El apellido Hashek sería defendido y honrado a sangre y fuego, e incluso mantenido a buen recaudo si la unión incluso debía producirse entre miembros de la misma estirpe. La pureza de la raza, la limpieza de la sangre, se convirtieron en la obsesión de todos los Arkelios.
Los más valorados fueron aquellos que presenciaron el nombramiento de Kendra, Arkelios puros que lucharon a las órdenes de Yumi, la primera Hashek. Mientras que los que contra ella conspiraron convirtieronse en traidores y su linaje quedó maldito para siempre.
Yumi parecía velar por todos ellos. Su cuerpo, que yacía en la llanura de Kendra ta Selster era lo único que tenían, su único vínculo con lo sagrado y divino. Yumi como enviada de Kendra, así la sentían.
Reinado tras reinado, los Arkelios esperaban el momento designado por los dioses para la gran batalla y que los nuevos elegidos afrontarían. Regresarían Léin y Kendra y la guerra se retomaría, aquel que uniese las amatistas de Kendra y esperase su tempestad apocalíptica sería el nuevo señor de Leruey. Siglos o milenios, no importaba, el rencor acumulado estallaría, heriría, desgarraría, el miedo acecharía nuevamente, pues el futuro sólo es el reflejo del pasado.
La raza de los siete clanes
En el momento en que los primeros Arkelios coronaron el monte y la cumbre de Leruey, no sólo hallábase con ellos la grandísima Hashek, sino otros linajes y estirpes divinos y sagrados, que reconocidos por la propia Kendra y amparados por su favor se hicieron intocables. Sería su obligación mantenerse puros durante la eternidad, y dar ejemplo.
Sin embargo, habían de mostrarse inferiores a los Hashek, independientes de ellos y colocarse en un estado medio en el que su vanidad no actuase por ellos, y, a su vez, que su humildad no fuese tal que no honrase a sus ancestros. Así, la Diosa distinguió siete clanes que ayudarían y asistirían a la Hashek sin sobreponerse a ella. La protegerían a toda costa con su vida, y cumplirían todo lo que ella ordenase, a sabiendas de que, a falta de Kendra, la Hashek era su única conexión con ella.
Advirtioles Kendra de que, si los Hashek perecían, como estaba dispuesto y escrito en su destino tarde o temprano, ninguno de ellos osase ocupar su cargo, pues sus méritos eran muchos, pero nunca suficientes para igualar a un Elegido, cuyo dominio sobre el mundo nacía únicamente de su poder y de su divinidad, que simbolizaba las esperanzas de todo un pueblo, y sus designios y voluntades habían de ser acatadas, al tiempo que gestaba la guerra y alumbraba victorias.
Sucedía que, aquellos siete clanes daban entre su progenie y estirpe herederos puros del título de los primeros Arkelios reconocidos por la celestial emperatriz. No así los Hashek, cuyos descendientes podían no heredar la fuerza y los poderes que les serían reclamados, pues un Hashek es una aparición espontánea y necesaria dispuesta por la línea de los acontecimientos y los deseos de nuestra Diosa Madre para salvaguardar el rumbo, mantener El Equilibrio y terminar para siempre con el sagrado y obligado enfrentamiento que sólo incumbe al Bien y al Mal.
Por ello, los verdaderos y primigenios Arkelios son los que encarnan la figura ideal de Seguidores de Kendra, quienes tuvieron la fortuna de ver sus gracias y sus bondades para con ellos, y a partir de ellos se sucede la raza Arkelia.
Entre los siete clanes están los Eifrienel, amplia representación del honor, bravos guerreros, valientes, llenos de coraje y fieles guardianes y protectores de los más débiles. Aún hay quien asegura que, pese a lo sucedido, la mejor y más provechosa unión jamás producida sería la de un Hashek y un Eifrienel, el encuentro del honor terrenal y celestial.
Los Kenarden, hechiceros que ayudaron a Kendra para que forjase la espada de El Caos, en los que la emperatriz celestial puso toda su confianza, pues poseían amplios dones para la clarividencia y la adivinación. En esta tarea los Yalatse se encargaban de ayudarlos, gran estirpe de sacerdotes al igual que los Kenarden. Los Koinel, verdaderos estrategas y grandes soldados que organizaban las huestes Arkelias para obtener la victoria. Los Nuiarale, los mejores herreros del reino de Leruey, creadores de las temibles armas que con orgullo esgrimían todos los Arkelios. Los profetas cuya misión consistía en interpretar los augurios y auspicios de los oráculos eran los Seintinel, sus predicciones llenaban de esperanza al pueblo Arkelio. Finalmente, los mejores comerciantes, diplomáticos, armados con su poderosa retórica y capaces de manipular los sentimientos y las emociones de las masas, se introducían discretamente en la corte y allí hacían prosperar la influencia Arkelia, el linaje de los Zeirenel.
Sin embargo, la armonía entre estos siete clanes no duraría para siempre.
viernes, 22 de julio de 2011
El lado oscuro del efecto Pigmalión
El efecto Pigmalión toma ese nombre del famoso mito griego por el cual el famoso escultor de dicho nombre creó una escultura de una mujer tan perfecta que se enamoró de ella. Finalmente Afrodita, apiadada y con el objetivo de que triunfase el amor le concedió a Pigmalión su deseo de que se convirtiera en una mujer real. Una vez sabido esto es sencillo comprender en qué consiste el efecto Pigmalión en el ámbito psicológico, laboral y estudiantil. A mi modo de ver no deja de ser una muestra más de determinismo, no tan radical como el de Zola, pero determinismo al fin y al cabo. Lo que viene a decir este efecto es que las expectativas u opiniones de las personas que nos rodean nos influyen precisamente en el sentido positivo o negativo en que estén formuladas. Personalmente no es algo con lo que esté de acuerdo y me parece una clara muestra de lo fácilmente influenciables que podemos llegar a ser. De hecho, un estudio reciente ha demostrado que las langostas toman decisiones a la hora de actuar de manera similar a cómo lo hacemos los humanos en el seno de las redes sociales. Si se analiza en profundidad el consabido efecto puede resultar perverso y cruel. En cierto modo no deja de ser una asunción de expectativas ajenas, lo cual supone una presión externa que resulta intolerable, ¿cuál es la frontera entre lo que uno espera de sí mismo y lo que los demás esperan de ti? es claramente una línea muy difusa. El síndrome de hikihomori por ejemplo, que sufren algunos adolescentes en Japón es un exponente representativo de lo que puede ocurrir cuando las expectativas ajenas se asumen como propias. Aunque la confianza que nuestros allegados depositen en nosotros pueda suponer una motivación, el efecto Pigmalión demuestra que a la larga puede suponer una alteración del rol que vamos a asumir en un colectivo. Por ello quizá lo más sensato sería comprobar la evolución que estudiantes, compañeros etc. tienen en su trabajo y a partir de ahí tratar de reforzar sus carencias o alabar sus aptitudes sin llegar a atosigar en exceso.
lunes, 18 de julio de 2011
Momento lúcido de una jurista en formación aún no corrompida
Dicen que la justicia española es como el humor inglés, pocos la entienden y quienes lo hacen se ríen de ella. Yo entiendo algo de ella (aún estoy en proceso) y no me río, todo depende de cómo se entienda o se quiera entender. La sociedad es una fuente del derecho (costumbres y prácticas que se elevan a normas jurídicas), pero no puede ser un lobby que trate de imponer sus preferencias indiscriminadamente; el derecho ha de avanzar al compás de esta, pero la sociedad no puede tratar de cambiar bruscamente sus reglas ni cuestionarlas sin motivo. Para que el derecho sea eficaz es necesaria una sociedad culta, participativa y respetuosa, ya que entre ambos existe una simbiosis irrompible. Por tanto, no se trata de que los juristas sean unos desalmados sin corazón, el derecho ha de ser lo suficientemente aséptico e imparcial para lograr la concordia, la armonía y la perfección social, cosa que nuestros instintos y pasiones profundamente humanos a veces nos impiden apreciar. El derecho precisamente trata de erradicar o mitigar esos institntos que afloran súbitamente en el núcleo social y dan lugar a las más deplorables atrocidades. Ante un hecho de tal calibre el instinto humano aprobaría la venganza, pero eso nos llevaría a un estado primitivo como el estado de la naturaleza de Locke, de ahí que el derecho sea necesario para lograr la libertad democrática. El derecho (o la Justicia) ha de ser un ente luminoso que recta y racionalmente guíe y ordene nuestros actos, de ahí que la pena de muerte y la cadena perpetua no sean compatibles con la Constitución. Toda condena ha de respetar la dignidad humana. Dignidad, eso que quizá nos distingue de los animales y que es un axioma inherente a la naturaleza humana, ¿qué es un ser humano despojado de su dignidad? ¿querría seguir viviendo? Lo que ocurre es que la sociedad tiende a apoyar masivamente al injuriado, al más débil y no se detiene a estudiar la posición del acusado cuya presunción de inocencia es vital. Es precisa la empatía, cualquier presunto delincuente es un ser humano por encima de las diversas circunstancias concomitantes que lo hayan llevado a delinquir. El derecho ha de estar por encima de nosotros, si olvidamos eso estaremos despreciando su verdadero valor y su concreta finalidad.
viernes, 15 de julio de 2011
Opus nº2:"Learning to hate"
Moon is a pearl in the sky
A white teardrop in the “ciel”
Oh, mother of night, keep looking at me
It´s time to hold this sweet sacrifice.
You will never love me, will you?
At least as the angels need…
You broke my wings now I´m turning into a demon
I cannot stand this painful dream
Nobody taught you the meaning of dignity
So, maybe it´s my turn
Even though pureness won´t come back
I´m gonna kill you slowly
While you are searching for the Truth
Yes, it´s hidden in the darkness of my eyes
I´m gonna kill you slowly
While I hate you this crystalline spring is blooming
Your soul is insignificant, only your blood can feed the flowers
How can my sword reach your chest?
Perhaps a last kiss would open the way, don´t stain it with dirty desire…
Ah, slept in my arms you look like a frightened kid
Lost in life, madness seems to be the salvation…
A white teardrop in the “ciel”
Oh, mother of night, keep looking at me
It´s time to hold this sweet sacrifice.
You will never love me, will you?
At least as the angels need…
You broke my wings now I´m turning into a demon
I cannot stand this painful dream
Nobody taught you the meaning of dignity
So, maybe it´s my turn
Even though pureness won´t come back
I´m gonna kill you slowly
While you are searching for the Truth
Yes, it´s hidden in the darkness of my eyes
I´m gonna kill you slowly
While I hate you this crystalline spring is blooming
Your soul is insignificant, only your blood can feed the flowers
How can my sword reach your chest?
Perhaps a last kiss would open the way, don´t stain it with dirty desire…
Ah, slept in my arms you look like a frightened kid
Lost in life, madness seems to be the salvation…
miércoles, 15 de junio de 2011
Microrelato finalista en el concurso "imagina 2109" convocado por la editorial seix-barral
Aliena se sobresaltó al oír el timbre y supo que se trataba del repartidor que venía a entregarle su robot infantil. En los últimos años la Humanidad estaba sufriendo una epidemia de esterilidad que los científicos no sabían explicar. Tal vez se debiera a los componentes de las armas químicas empleados en las sucesivas guerras o simplemente a la desesperanza de ver cómo el mundo se consumía en su desgracia. Al recibir fríamente la caja con las piezas del bebé por parte del repartidor sonrió con nostalgia. La especie se extinguiría pero el ser humano deseaba seguir jugando a ser Dios, como un fabricante de grotescas marionetas.
miércoles, 25 de mayo de 2011
Self-destruction
Odiarse. Odiarse frente a una misma, frente a los demás, frente al espejo. Despreciar tu timidez, tu inexperiencia, tus limitaciones, aunque tengamos la certeza de conocerlas. Amar y rechazar la soledad a un mismo tiempo, porque te enfrenta a tus miedos. Convivir con una conciencia que cuestiona cada paso, que te frena. Llorar sin motivo y mortificarse para sentir un alivio efímero que vuelve a sumirte en algo similar a la tristeza. Exigirse lo máximo, marcarse metas inalcanzables que sólo logras rozar levemente en sueños, buscar la perfección o la imperfección más perfecta. Dudar, volverse sobre los pasos y retroceder. No ser capaz de ser una misma, verse encorsetada por los demás y por el efecto Pigmalión. Coartarse, no poder alcanzar la perspectiva externa necesaria para obrar lógicamente. Luchar por un cambio interior aunque esto signifique renunciar a la propia esencia. Sentir el dolor que sólo puede producir la decepción que te causas a ti misma. Soportar la tempestad de emociones que amenaza con despedazarte y, pese a lo que pase, seguir.
Odiarse. Odiarse frente a una misma, frente a los demás, frente al espejo.
Odiarse. Odiarse frente a una misma, frente a los demás, frente al espejo.
domingo, 15 de mayo de 2011
La crueldad masculina
A mediados del s. XIV el escritor italiano Giovanni Boccaccio (autor del Decamerón) escribía un tratado breve pero feroz denominado Corbaccio (látigo) en el que criticaba los innumerables defectos de las mujeres a raíz de un desaire amoroso. Es bastante injusto que este escritor se cebase con el género femenino sólo a raíz del comportamiento de uno de los muchos amores que tuvo en su vida. Pero, ¿seguiría siendo igual de injusto si se invirtiese el signo? No soy feminista, pero sé cuándo y cómo es conveniente realizar un alegato. Tuve un profesor (reitero, no una profesora) que me dijo que si para lograr la igualdad era preciso ser algo feminista, él lo era. Es, cuanto menos, una postura bastante paradójica. No creo, por otra parte, que la "paridad" que está tan de actualidad sea una manera de alcanzar la igualdad. Puede que garantice una igualdad "formal" pero no "material". Es más, se me antoja una discriminación velada ya que resulta bastante triste que alguien ostente un puesto simplemente por su sexo, ya que por delante de éste deben hallarse las aptitudes y la valía de la persona. Sin embargo, hemos de admitir que el machismo (o sexismo, si me apuráis, para ser políticamente correcta) perdura, y está en los parámetros y elementos incluso más insignificantes. Nuestro lenguaje es sexista: el masculino plural se emplea de manera neutra, la palabra hombre designa lo que se podría denominar de una forma más genérica como "ser humano", hay profesiones que no admiten el femenino y el cambio debe realizarse con el artículo correspondiente e incluso existen determinadas expresiones vulgares o malsonantes que dependiendo de si aluden a los órganos genitales masculinos o femeninos pueden tener una connotación positiva o negativa. Una vez leí en un libro de Rosa Montero (la loca de la casa, muy recomendable, por cierto) que si el hombre se hubiese visto obligado a sufrir la menstruación en lugar de la mujer, nos habríamos encontrado a lo largo de la literatura con numerosas alegorías sobre la sangre y el menstruo. Es algo anecdótico y sin fundamento, pero que invita a la reflexión. Por otra parte, no hay que soslayar el papel que algunas religiones han atribuido a la mujer, como introductora del pecado original o de los males del mundo (piénsese en Eva y Pandora) de ahí que se pensase durante mucho tiempo que el dolor que la mujer sufría durante el parto era el justo castigo por el pecado original y una manera de redimirlo. Hombres y mujeres somos iguales en nuestra diferencia o diferentes en nuestra igualdad. Es cierto que los elementos fisiológicos, antropológicos y hormonales son un lastre o un condicionamiento que tenemos que asumir y del que no debemos desprendernos pero, juntos hemos de ser capaces de alcanzar la igualdad y la armonía si queremos hacer de este mundo un lugar mejor. Las mujeres somos quizá, más empáticas, intuitivas, reflexivas y tal vez por ello se nos ha tachado de débiles o incluso inocentes. Los hombres, por su parte, desde la Prehistoria asumieron la labor de la caza, la defensa etc. por ello tienen mejor orientación espacial y eso influye en sus cualidades matemáticas y científicas, por ejemplo. Estos defectos y virtudes no son exclusivos aunque sí es cierto que en cada sexo se hallan potenciados de alguna u otra manera. Independientemente de emitir juicios que nos lleven a una "guerra de sexos" de lo que se trata es de que ese conjunto de virtudes y defectos (masculinos y femeninos) sean capaces de equilibrarse con los del otro.
viernes, 13 de mayo de 2011
No hay lenguas muertas, sino hablantes inconscientes
Personalmente, siempre me ha producido un gran rechazo esa denominación que tilda de "muertas" a las lenguas clásicas, como si estas hubiesen perecido o se hubiesen disuelto con el correr de los siglos. Cualquier hablante de español debe saber que esta es, como tantas otras, una lengua romance y por tanto, hunde sus raíces en la gramática latina, que es la que le da su razón de ser. Lo mismo puede decirse de oras lenguas como el griego o el sánscrito, emparentadas entre sí y que forman parte de la familia indoeuropea. Por tanto, al hablar nuestra lengua "resucitamos" (si es que alguna vez han muerto) los étimos latinos de los que proviene. Una persona con exiguos pero suficientes conocimientos de etimología y evolución fonética (que son los que yo poseo) puede bucear en las estructuras sintácticas y léxicas de su lengua, conociéndola en profundidad y estableciendo con ella una profunda relación, de tal manera que esta pasa a formar parte de su estructura mental (no hay que olvidar que la lengua que manejamos condiciona en gran parte el discurrir de nuestras operaciones intelectuales). Por otra parte, estoy plenamente de acuerdo con la afirmación de Goethe de que, quien no conoce un idioma extranjero tampoco puede conocer el suyo. El conocimiento del latín como lengua clásica supone una gran ambivalencia, ya que se trata de una lengua que nos es cercana y consustancial pero alejada en el tiempo. Sin embargo, en la configuración eurocéntrica de la historia, cuando el Imperio romano alcanzó su máxima extensión, el latín se convirtió en una especie de esperanto (función que ahora está asumiendo la lengua de Shakespeare aunque a nivel mundial) que se esparciría determinando las posteriores lenguas europeas que surgirían. En aquella época el filohelenismo determinaba que el griego se convirtiese en una lengua propia de personas eruditas, y en muchas ocasiones en los círculos literarios, filosóficos etc se empleaba esta lengua como símbolo de distinción. El griego era la lengua de la cultura frente a un latín que se presentaba en su doble vertiente, el vulgar (empleado por la romanización al ser el hablado por los soldados) y el culto o literario, del que nos han llegado menos vestigios. Paradójicamente en la Edad Media sería el griego quien cediese el testigo al latín como lengua de la cultura y de la enseñanza. Cuando Roma conquistó Grecia esta se rindió en cuerpo, pero su alma (formada por su cultura, literatura, filosofía, lengua, arte, etc) penetró con fuerza en el sentimiento romano, arraigando y acomodándose a las exigencias de la sociedad romana. Por ello, la lengua griega permaneció embalsamada en las estructuras latinas y hasta hoy nos han llegado sus ecos: palabras que el latín tomaba intactas realizando una mera modificación fonética y que aún se mantienen como tal, otras han pasado a nuestra lengua directamente del griego también. Cultismos, semicultismos y palabras patrimoniales son la prueba viva de que el latín y el griego están muy presentes en nuestra lengua cotidiana.
Palabras como efeméride, epiglotis, anemia, talasocracia, agorafobia, biblioteca, litosfera, enología... y un sinfín más son puramente griegas. Otras como calendario, bélico, estío, hierro, agricultura, letra, caldo, abeja... provienen de un latín más o menos evolucionado. Tampoco hay que obviar las numerosas expresiones y locuciones latinas que perviven en nuestra lengua se hayan traducido o no: ipso facto, rara avis, a priori...
No podemos ocultar ni renegar de nuestros orígenes y, al fin y al cabo, somos esencialmente romanos
viernes, 6 de mayo de 2011
El Erpedio (III)
La venganza de Léin
Durante un tiempo fueron invencibles. Aquel pueblo nómada, natural de los bosques del norte arrasó como un huracán las tierras en su camino a la corte. Y como la sabia Kendra les había dicho, fueron muchos los que se les unieron, rindiéndose, soltaron las armas y se incorporaron a la Doctrina de Kendra. Y los que se atrevieron a luchar quedaron malparados.
Léin y Lerania no podían sino estremecerse ante tal matanza, y fue el propio Dios de la Luz quien dijo a su esposa: “No temas, yo solucionaré este problema, pues me siento culpable”. Lerania pensó que su esposo era el verdadero responsable, pero manteníase callada y prudente.
Para entonces los Arkelios ya estaban muy cerca, quizás demasiado, y se palpaba el Caos. Ayumi murió sin descendencia por lo que no había heredero y las intrigas se sucedían en torno a la corona, la situación les era favorable a los Arkelios.
Kendra quiso concretar aún más sus posibilidades y se apareció ante Yumi y le aconsejó lo siguiente: “Hija mía, habrás de saber que guerreando, ayudarás a tu pueblo, mas, ¿qué ocurrirá cuando ya no puedas hacerlo? Alguien deberá sustituirte.” De modo que Kendra aconsejó a su hija que se apresurase en buscar un heredero, pues ella era la verdadera princesa de los Arkelios. Yumi desoyó su consejo y continuó al frente de los ejércitos, mas Kendra no se cansó en recomendarle que encontrase a alguien con el que crear un heredero y que no se preocupase por el amor, pues no era posible tal sentimiento en épocas de guerra. Desde entonces se apagó el amor para los elegidos de Kendra, al igual que para Kendra se consumió el amor ante el rechazo de su amado Léin.
Así pues, llegaron a Senyesk, la ciudad donde estaba reunida la corte. Yumi irrumpió en el salón del trono del castillo, donde los ancianos consejeros lamentaban la muerte de la reina mientras buscaban una complicada solución. Yumi desenvainó su espada y amenazó con ella a los allí presentes: “No hay decisión que valga pues yo soy la esperanza de este país y su salvación, la legítima heredera.” Mentía, pero lo hacía con tal convicción que acataron su palabra y la creyeron. Kendra le mostraba el camino a seguir. Su expresión, los ojos desorbitados, el gesto airado, la postura imponente… la hacían invencible, y tanto se asemejaba a la desaparecida Ayumi que la vieron como una hermana esculpida en la sombra, nada más lejos de la realidad. Yumi se adentró en la sala hasta el corazón mismo, donde la esperaba el trono. Y en su delirio de poder inspirado por Kendra, sentose en él y experimentó el calor de su autoridad. Encandilaban su apostura y elegancia e imponían respeto.
Aquella Arkelia ya sentía en su paladar el dulce sabor de la gloria, casi acariciaba el armiño del manto real. Sin embargo, reparó en algo que por alto había pasado, la corona, de un oro puro con incrustaciones de piedras preciosas y quedó prendada de ella. Preguntose por el contrario, qué hacía aquel objeto tan preciado lejos de su propietaria. Dictaminó, pues, que era extraño que Ayumi no hubiese sido enterrada con aquella posesión suya tan noble y de tal valor simbólico. Creyó que quizás estuviesen velando a la antigua reina y embalsamando su cuerpo para el funeral en alguna recóndita estancia del palacio.
Mas detuvo sus reflexiones, ¿qué importaba aquello ahora? La corona era suya por entero. La tomó con manos tremulosas de pura emoción y se la colocó en la cabeza. Ya era reina de Leruey, con aquel simple pero importante gesto. Su reinado comenzaba, se abría para ellos una etapa de prosperidad, en la que ejecutarían a todos sus anteriores enemigos y lograrían el poder para Kendra.
Su reinado fue fugaz, Léin no permitió que diese una sola orden. El Dios, al ver la frialdad de Yumi al tocar la corona de su anterior elegida optó por obrar con celeridad y pagó con la misma acción a Kendra: la corona contenía un hechizo muy poderoso que acabó con Yumi de inmediato. Los que allí se hallaban viéronla caer fulminada y desprovista de sentido. Se desplomó Yumi y con ella las aspiraciones del pueblo Arkelio, los soldados de la Oscuridad penetraron en la cámara e iniciaron una sangrienta riza, acabando con los ancianos hechiceros a los que consideraban los autores de la muerte de la líder de su pueblo.
Empezó así una guerra de sucesión, la primera en la historia de Leruey, pero no la última.
La marcha de Léin
La guerra fue larga, cruenta y la victoria no parecía decidirse por ningún bando. De tanto alcance que incluso Léin y Kendra combatieron al frente de sus tropas. Lerania quiso cerrar los ojos ante aquella situación. El mundo que había creado parecía querer destruirse a sí mismo, poco a poco… finalmente y gracias a su poder Léin reprimió la insurrección Arkelia devolviéndolos a su origen en el norte. Leruey se había salvado, eso parecía, pero Lerania conservaba una enorme resignación pues no aprobaba la actuación de Léin. “Esposo, habéis de decirme, ¿por qué lo hicisteis? A tal extremo habéis llegado que no sé qué pensar de vos, jamás lo habría sospechado.”
Dejó Léin la espada y su ruda mano buscó la mejilla de Lerania, que, arisca, se retiró. “Mas, amor mío, me gustaría que supieseis que todo lo hice por vos. Mi amor no conoce límite alguno y sabed que si un laeriano mortal yo fuera, mi vida entregaría por defenderos.”
Secose Lerania una furtiva lágrima. “Ya no importa. No conocía yo la oscuridad hasta vuestra llegada, pareciera que vos la trajisteis, subordinada a vuestra Luz.”
Ofendiose Léin considerablemente, pero mantuvo la compostura. “Lerania, la Luz siempre conlleva Oscuridad, he de deciros…”
Lerania dijo: “¡Para eso preferiría no haberos conocido jamás!” Lerania lanzó al aire su melancólico llanto. En el siempre idílico Reino de la Luz Eterna, el ambiente comenzaba a crisparse y una leve neblina grisácea oscurecía el aire luminoso.
Léin trató de formular una promesa: “Oídme bien. Encontraremos otro elegido que soporte el peso de la monarquía”. Lerania murmuró: “Y morirá igualmente”. Léin sentenció: “Eso es Destino”. Lamentose Lerania: “Pues es cruel el hado”
Así se gestaría el dicho: “los elegidos de los dioses mueren jóvenes” y toda una serie de supersticiones hacia el Destino.
Lerania no podía olvidar la visión de su querido mundo asolado por la guerra y la desgracia, se sentía contrariada y lo único que podía hacer era culpar a Léin. Liberó, por tanto, sus sentimientos sin temor: “Léin, habéis de marcharos…”
Léin permaneció perplejo, recorrido por la mirada verde y pura de Lerania. Ella dijo: “No nos debemos nada el uno al otro y no os guardo rencor, si acaso lo sospecharais. Sin embargo, como sabéis este mundo es mío y ahora sé que debo controlarlo yo.”
Léin comprendió a su esposa y deseole suerte, besole la mano y marchose lejos. No retiró, en cambio, ni una sola de las muchas mercedes que a Leruey regalase en su momento, mostrando así su caballerosidad y su deseo de volver. Léin se marchó y los laerianos presintieron su falta, mas se encomendaron a su Diosa en aquella época de incierto destino.
Lerania decidió legar su poder en un consejo de ancianos y sabios, para dar sus leyes de forma segura, a fin de guiar y reconstruir la historia de Leruey.
Planto, juramento y venganza
Fue tal el desconsuelo del pueblo Arkelio, tal el desamparo por parte de su Diosa que sólo pudieron lamentarse. Dolía la pérdida y clamaba con fuerza la venganza, mientras tanto, el pueblo Arkelio se rompía y los ideales que Kendra había implantado parecían marchitarse. La elegía por Yumi subía en pesadas notas hacia la infinidad de la oscura noche, y con ella la desesperación: “Aunque la muerte cerró vuestros ojos, no apagará vuestro espíritu. Donde quede vuestra fiera estocada, permanecerá vuestra obra, para siempre recordada, oh, elegida de las Sombras. Nada llena vuestro hueco salvo la venganza, diosa que entre nosotros humanizada, voluntad de la oscuridad deificada. La gloria os espera y vuestro futuro retorno os purificará.”
Quedó tan sentido canto latiendo como una herida abierta y los Arkelios se obligaron a jurar, sólo la venganza los mantenía unidos por un hilo quebradizo, una última voluntad que su diosa les había impuesto silenciosamente.
Durante un tiempo fueron invencibles. Aquel pueblo nómada, natural de los bosques del norte arrasó como un huracán las tierras en su camino a la corte. Y como la sabia Kendra les había dicho, fueron muchos los que se les unieron, rindiéndose, soltaron las armas y se incorporaron a la Doctrina de Kendra. Y los que se atrevieron a luchar quedaron malparados.
Léin y Lerania no podían sino estremecerse ante tal matanza, y fue el propio Dios de la Luz quien dijo a su esposa: “No temas, yo solucionaré este problema, pues me siento culpable”. Lerania pensó que su esposo era el verdadero responsable, pero manteníase callada y prudente.
Para entonces los Arkelios ya estaban muy cerca, quizás demasiado, y se palpaba el Caos. Ayumi murió sin descendencia por lo que no había heredero y las intrigas se sucedían en torno a la corona, la situación les era favorable a los Arkelios.
Kendra quiso concretar aún más sus posibilidades y se apareció ante Yumi y le aconsejó lo siguiente: “Hija mía, habrás de saber que guerreando, ayudarás a tu pueblo, mas, ¿qué ocurrirá cuando ya no puedas hacerlo? Alguien deberá sustituirte.” De modo que Kendra aconsejó a su hija que se apresurase en buscar un heredero, pues ella era la verdadera princesa de los Arkelios. Yumi desoyó su consejo y continuó al frente de los ejércitos, mas Kendra no se cansó en recomendarle que encontrase a alguien con el que crear un heredero y que no se preocupase por el amor, pues no era posible tal sentimiento en épocas de guerra. Desde entonces se apagó el amor para los elegidos de Kendra, al igual que para Kendra se consumió el amor ante el rechazo de su amado Léin.
Así pues, llegaron a Senyesk, la ciudad donde estaba reunida la corte. Yumi irrumpió en el salón del trono del castillo, donde los ancianos consejeros lamentaban la muerte de la reina mientras buscaban una complicada solución. Yumi desenvainó su espada y amenazó con ella a los allí presentes: “No hay decisión que valga pues yo soy la esperanza de este país y su salvación, la legítima heredera.” Mentía, pero lo hacía con tal convicción que acataron su palabra y la creyeron. Kendra le mostraba el camino a seguir. Su expresión, los ojos desorbitados, el gesto airado, la postura imponente… la hacían invencible, y tanto se asemejaba a la desaparecida Ayumi que la vieron como una hermana esculpida en la sombra, nada más lejos de la realidad. Yumi se adentró en la sala hasta el corazón mismo, donde la esperaba el trono. Y en su delirio de poder inspirado por Kendra, sentose en él y experimentó el calor de su autoridad. Encandilaban su apostura y elegancia e imponían respeto.
Aquella Arkelia ya sentía en su paladar el dulce sabor de la gloria, casi acariciaba el armiño del manto real. Sin embargo, reparó en algo que por alto había pasado, la corona, de un oro puro con incrustaciones de piedras preciosas y quedó prendada de ella. Preguntose por el contrario, qué hacía aquel objeto tan preciado lejos de su propietaria. Dictaminó, pues, que era extraño que Ayumi no hubiese sido enterrada con aquella posesión suya tan noble y de tal valor simbólico. Creyó que quizás estuviesen velando a la antigua reina y embalsamando su cuerpo para el funeral en alguna recóndita estancia del palacio.
Mas detuvo sus reflexiones, ¿qué importaba aquello ahora? La corona era suya por entero. La tomó con manos tremulosas de pura emoción y se la colocó en la cabeza. Ya era reina de Leruey, con aquel simple pero importante gesto. Su reinado comenzaba, se abría para ellos una etapa de prosperidad, en la que ejecutarían a todos sus anteriores enemigos y lograrían el poder para Kendra.
Su reinado fue fugaz, Léin no permitió que diese una sola orden. El Dios, al ver la frialdad de Yumi al tocar la corona de su anterior elegida optó por obrar con celeridad y pagó con la misma acción a Kendra: la corona contenía un hechizo muy poderoso que acabó con Yumi de inmediato. Los que allí se hallaban viéronla caer fulminada y desprovista de sentido. Se desplomó Yumi y con ella las aspiraciones del pueblo Arkelio, los soldados de la Oscuridad penetraron en la cámara e iniciaron una sangrienta riza, acabando con los ancianos hechiceros a los que consideraban los autores de la muerte de la líder de su pueblo.
Empezó así una guerra de sucesión, la primera en la historia de Leruey, pero no la última.
La marcha de Léin
La guerra fue larga, cruenta y la victoria no parecía decidirse por ningún bando. De tanto alcance que incluso Léin y Kendra combatieron al frente de sus tropas. Lerania quiso cerrar los ojos ante aquella situación. El mundo que había creado parecía querer destruirse a sí mismo, poco a poco… finalmente y gracias a su poder Léin reprimió la insurrección Arkelia devolviéndolos a su origen en el norte. Leruey se había salvado, eso parecía, pero Lerania conservaba una enorme resignación pues no aprobaba la actuación de Léin. “Esposo, habéis de decirme, ¿por qué lo hicisteis? A tal extremo habéis llegado que no sé qué pensar de vos, jamás lo habría sospechado.”
Dejó Léin la espada y su ruda mano buscó la mejilla de Lerania, que, arisca, se retiró. “Mas, amor mío, me gustaría que supieseis que todo lo hice por vos. Mi amor no conoce límite alguno y sabed que si un laeriano mortal yo fuera, mi vida entregaría por defenderos.”
Secose Lerania una furtiva lágrima. “Ya no importa. No conocía yo la oscuridad hasta vuestra llegada, pareciera que vos la trajisteis, subordinada a vuestra Luz.”
Ofendiose Léin considerablemente, pero mantuvo la compostura. “Lerania, la Luz siempre conlleva Oscuridad, he de deciros…”
Lerania dijo: “¡Para eso preferiría no haberos conocido jamás!” Lerania lanzó al aire su melancólico llanto. En el siempre idílico Reino de la Luz Eterna, el ambiente comenzaba a crisparse y una leve neblina grisácea oscurecía el aire luminoso.
Léin trató de formular una promesa: “Oídme bien. Encontraremos otro elegido que soporte el peso de la monarquía”. Lerania murmuró: “Y morirá igualmente”. Léin sentenció: “Eso es Destino”. Lamentose Lerania: “Pues es cruel el hado”
Así se gestaría el dicho: “los elegidos de los dioses mueren jóvenes” y toda una serie de supersticiones hacia el Destino.
Lerania no podía olvidar la visión de su querido mundo asolado por la guerra y la desgracia, se sentía contrariada y lo único que podía hacer era culpar a Léin. Liberó, por tanto, sus sentimientos sin temor: “Léin, habéis de marcharos…”
Léin permaneció perplejo, recorrido por la mirada verde y pura de Lerania. Ella dijo: “No nos debemos nada el uno al otro y no os guardo rencor, si acaso lo sospecharais. Sin embargo, como sabéis este mundo es mío y ahora sé que debo controlarlo yo.”
Léin comprendió a su esposa y deseole suerte, besole la mano y marchose lejos. No retiró, en cambio, ni una sola de las muchas mercedes que a Leruey regalase en su momento, mostrando así su caballerosidad y su deseo de volver. Léin se marchó y los laerianos presintieron su falta, mas se encomendaron a su Diosa en aquella época de incierto destino.
Lerania decidió legar su poder en un consejo de ancianos y sabios, para dar sus leyes de forma segura, a fin de guiar y reconstruir la historia de Leruey.
Planto, juramento y venganza
Fue tal el desconsuelo del pueblo Arkelio, tal el desamparo por parte de su Diosa que sólo pudieron lamentarse. Dolía la pérdida y clamaba con fuerza la venganza, mientras tanto, el pueblo Arkelio se rompía y los ideales que Kendra había implantado parecían marchitarse. La elegía por Yumi subía en pesadas notas hacia la infinidad de la oscura noche, y con ella la desesperación: “Aunque la muerte cerró vuestros ojos, no apagará vuestro espíritu. Donde quede vuestra fiera estocada, permanecerá vuestra obra, para siempre recordada, oh, elegida de las Sombras. Nada llena vuestro hueco salvo la venganza, diosa que entre nosotros humanizada, voluntad de la oscuridad deificada. La gloria os espera y vuestro futuro retorno os purificará.”
Quedó tan sentido canto latiendo como una herida abierta y los Arkelios se obligaron a jurar, sólo la venganza los mantenía unidos por un hilo quebradizo, una última voluntad que su diosa les había impuesto silenciosamente.
La señal, el cuchillo o el aviso del karma
Ella observó sus manos cubiertas de espuma, se hallaba en mitad de un acto tan prosaico como el de fregar los platos tras una copiosa cena. Era algo tan rutinario y mecánico que su mente se distanció de ella y comezó a vagar entre desvaríos. "Alguien debe sentirse muy vacío si se abandona en los brazos de la muerte.-se dijo-Si sólo ansía volar a sus brazos para dormir el dulce sueño que lo aparte de la vida. Si sólo se siente vivo paledeando los últimos instantes de su existencia, aprovechando el estertor final". Jugueteaba con un cuchillo enorme que él había usado para cortar el queso de la cena y de repente, sintió que su hoja atravesó la tierna yema del pulgar de su mano izquierda reblandecida por el agua. El cuchillo se hendía cada vez más en su carne hasta que se le escurrió de las manos y acabó danzando sobre las baldosas, empapándolas. Percibió cómo el líquido elemento penetraba en su sangre, aguándola, y notó el dolor atravesándola como un rayo que la escindiese en dos. Su respiración se volvió irregularmente frenética y las lágrimas la obligaron a ahogar un suspiro que hinchió su pecho. Si jamás se ha sentido, amor, rechazo, cariño, apego siquiera... si no se ha golpeado la retina con la belleza, si alguien no se ha indignado, o encrespado por el odio... o peor, si alguien ha sentido la penetrante falsedad que inunda a todas estas sensaciones cuando son impostadas. Alguien así no ha vivido y busca resarcirse, busca un destino, un camino, aunque un cuchillo deba marcárselo. Ella lo comprendió y desde entonces la herida la atormenta y la guía al mismo tiempo.
jueves, 5 de mayo de 2011
La idealización como bálsamo contra lo prosaico y lo ajeno
Dijo Proust (me voy a tomar la licencia de parafrasear a este genio francés) que aquello que recordábamos no era exactamente lo que había ocurrido. Lo que me parece que quería definir el autor de En busca del tiempo perdido en esta frase era la idealización. Se trata de un recurso que el ser humano emplea constantemente desde tiempos inmemoriales para aliviar el peso de su existencia. La gran mayoría de las artes se basan en este recurso, sólo basta recordar los tópicos y cánones literarios, pictóricos, arquitectónicos y musicales, porque en general cualquier representación se aleja de la realidad y la idealiza. Cada ser humano vive en su propio mundo, en su burbuja y desde ahí contempla la realidad, sin saber si esta va a entrar en colisión con la de otras personas, ya que tenemos como entidades únicas una manera propia e intransferible de entender el mundo. Lo idealizamos todo: nuestros recuerdos, nuestra identidad, nuestros conocimientos... por otra parte, las grandes pasiones como el amor y el odio también se sustentan en la idealización. Al fin y al cabo son una visión distorsionada, unilateral y extrema que nos formamos de otra persona. Considero que la idealización no es sólo un locus amoenus de belleza y perfección, puesto que bajo su prisma se pueden dar las deformaciones más grotescas en todos los sentidos. Hay quienes se refugian en lo sombrío y lo lúgubre, como ocurría durante el Romanticismo. Pero la idealización es siempre un reducto en el que sentirnos seguros pese a la intuición de que esa frágil creación nuestra es falsa. Se trata de un método de protección frente a lo ignoto y lo que se escapa del radio de acción de nuestro propio universo.
miércoles, 27 de abril de 2011
Opus nº1: "Crónicas de una nefelibata errante"
Es tarde. Es tarde y escribo. Era ya imposible controlar este monstruo que dormita en mí y que me despedaza alimentándose de mis ideas, este nudo en la garganta, este veneno que me aguijonea, el calor de las lágrimas asomándose a mis ojos... los delirios de inspiración pueden ser terribles. Entonces se abre la puerta de la vesania con un melodioso chirrido y te conviertes en tu juez y en tu verdugo. Hundirse en la noche, en tu propia pesadilla, luchando contra la incertidumbre... no. Jamás. Es por eso que prefiero ver este río de tinta fluir como sangre de mis venas, aliviando un dolor perenne. ¿esto es un monólogo interior, un experimento, una escritura automática desautomatizada? No sé. Sólo sé que escribo y escribo, perfilando con trazos mis emociones.
Es dolorosa esa sensación de vacío cuando tus alas se quiebran y te abandonan. Nacemos ángeles y nos tornamos demonios, abrazando angustiosamente la corrupción que precede cada paso en este mundo. Resistirse es en vano. La dulce y eterna promesa ¿es una idealización efímera?
Luego te entregas, como una flor a su última primavera, derramando su pureza en pétalos desordenadamente. Me ha vuelto a desdeñar la caprichosa y fragante estación con sus falsos juramentos.
Mientras tanto, te deshaces en rubíes, flotando en una catarsis de desvarío. La salvación se me escapa entre mis tremulosos dedos.
¿La has ahuyentado de nuevo?
Es dolorosa esa sensación de vacío cuando tus alas se quiebran y te abandonan. Nacemos ángeles y nos tornamos demonios, abrazando angustiosamente la corrupción que precede cada paso en este mundo. Resistirse es en vano. La dulce y eterna promesa ¿es una idealización efímera?
Luego te entregas, como una flor a su última primavera, derramando su pureza en pétalos desordenadamente. Me ha vuelto a desdeñar la caprichosa y fragante estación con sus falsos juramentos.
Mientras tanto, te deshaces en rubíes, flotando en una catarsis de desvarío. La salvación se me escapa entre mis tremulosos dedos.
¿La has ahuyentado de nuevo?
domingo, 17 de abril de 2011
Erika, vendedora de oportunidades
Empezaba a amanecer. Los esquivos y pálidos rayos de sol reptaban por el suelo hasta escalar acariciando las sábanas del lecho. Erika despertó tras un sueño inquieto, era la condena que estaba condenada a sufrir por su ritmo de vida. Se incorporó lentamente, fue hasta el salón y observó a su alrededor: en la mesita baja descansaba un ordenador portátil aún abierto, un plato, un vaso y restos de comida, señal de que se había pasado hasta altas horas de la madrugada trabajando.
El día, un lunes otoñal que para los locales sería gélido, a ella se le antojaba templado e incluso idílico. Se miró en el espejo contrariada, quizás era el momento de cambiar de vida, tal vez aquella locura había durado demasiado, había llegado demasiado lejos… decididamente, aquella promesa fallida revoloteaba por su mente muchas veces sin resultado, y permanecía como mera intención sin llegar a más. Sabía que aquel propósito era renunciar a su identidad, que, por otro lado, había forjado personalmente con trabajo y empeño.
Se contempló atentamente y llegó a la conclusión de que tenía bastantes cualidades como para desear y conseguir lo que quisiese. Sus profundos rasgos germánicos resplandecían con aún más fuerza en su juventud: alta, atlética, con una melena del rubio más blanquecino y ojos de una transparencia felina. No podía negar su origen alemán. Le era imposible ocultar sus maneras elegantes y aristocráticas. Su familia, una antigua estirpe de burgueses berlineses, había mantenido un modo de vida y de ser anacrónico desde que Erika podía hacer uso de memoria. Había sido educada para limar todas las asperezas y crear una personalidad perfecta. Un diamante prístino y resplandeciente. Había adquirido una sobrada cultura, y conocía todos los secretos de la esgrima, del tiro al plato e incluso de la equitación. Se había criado como la heredera de una familia dispuesta a mantener firmemente sus decisiones ocurriese lo que ocurriese.
Sus abuelos, según Erika había podido constatar, habían apoyado el régimen de Hitler durante la segunda guerra mundial y eso les dio aún más poder como familia. Durante la decadencia muchos de ellos sufrieron las represalias, se exiliaron e incluso alguno acabó en los juicios de Nuremberg. Ella era la oveja negra. Desde que nació la disciplina le parecía demasiado dura. Su futuro y su lugar no estaban allí. Erika no los añoraba. Sus padres y sus hermanos menores jamás se habían interesado en algo más que en vivir conforme a sus dictámenes, así que no recordaba haber recibido de ellos sino gritos y golpes. Se sentía extrañamente lejana y fría, como en otro planeta, al pasar por el calendario algunas fechas señaladas como aniversarios, cumpleaños… pero aquel amago de melancolía pasaba pronto, ella no permitía que se extendiese.
Había huido despavorida del núcleo familiar en el que su anhelo de libertad personal era menospreciado. Tras bastantes luchas y muchas discusiones, sus padres la autorizaron para marcharse a estudiar a España. Aquel país era el más alejado de Alemania en Europa que le atraía. Eligió la carrera de derecho. Su intención, según había explicado a sus padres, era la de formarse en varios países para adquirir una perspectiva adecuada del derecho europeo. Pero nunca llegó a terminar sus estudios. La universidad se convirtió en uno de sus últimos intereses casi al poco de llegar, creía que eso la frenaba en la construcción de su nueva vida. Realmente se sentía plenamente preparada para afrontar el cambio, pero no hallaba un trabajo en el que poder destacar y sentirse realizada.
La respuesta le llegó de improviso. Andando por el centro de Sevilla, su hogar, durante la noche, un ladrón se le acercó para robarle el bolso. Llevaba un cuchillo pero Erika no se amedrentó al verlo. Le plantó cara y lo redujo sin mucho esfuerzo. Finalmente lo dejó ir cuando éste le hubo entregado el arma y prometido que no volvería a robar. Nunca lo denunció. En aquel momento Erika se sintió poderosa y con afán justiciero. Sus conocimientos de defensa personal y su sangre fría la habían salvado así que, ¿Por qué no usarlos para vivir? Entonces lo vio claro, se haría asesina a sueldo. Un trabajo como otro cualquiera, pensó, pero con más adrenalina.
Se anunciaba en Internet con el nombre en clave de “White Queen”, la reina blanca. Su simbología nacía del ajedrez. La dama es la pieza más importante del juego, o al menos la que más movilidad tiene y las blancas siempre mueven primero, con lo que tienen ventaja. Tenía bastantes recursos como para salir victoriosa de las peligrosas misiones en las que se embarcaba: bastante puntería con armas de fuego y tampoco tenían secretos para ella las armas blancas. Además sus exiguos pero suficientes conocimientos sobre química le permitían usar sustancias como venenos y somníferos con gran eficacia.
Y le iba bien. Sólo aceptaba los “casos” que realmente la interesaban, aquellos en los que en la muerte del objetivo hubiese algún trasfondo moral correcto. Su fama alcanzó pronto las altas esferas de la mafia y de la delincuencia y su nombre se susurraba con admiración y temor. La policía estaba desbordada y se veía incapaz de atrapar a un asesino con tal grado de planeamiento. Las escenas del crimen estaban impolutas, no había trazas de ADN, ni huellas, ni casquillos, nada.
Erika era metódica, la disciplina que le habían inculcado le había enseñado el camino a la perfección, o a la imperfección más perfecta, pero en noticiarios y periódicos, sus crímenes aparecían como perfectos. Su modus operandi era algo cambiante, pero su firma era su sello de identidad. Siempre dejaba junto al cuerpo una reina blanca del ajedrez y una tarjeta con las palabras: jaque mate. Era su forma de darse a conocer e inspirar aún más miedo en sus posibles enemigos.
Siempre salía airosa. Su filosofía le decía que no se trataba sólo de eliminar al objetivo sino de hacerlo con la mayor rapidez, precisión, pulcritud, sin dejar pistas ni testigos y sin sufrir un solo rasguño. Su entrega y su forma de ser y actuar la habían hecho reinventarse, era totalmente diferente y nueva y no podía renunciar a ello. White Queen y ella eran la misma persona, pero Erika perdía paulatinamente fuerza e iba siendo absorbida por WQ, como también la nombraban. Muchas veces pensaba que Erika era solo un espectro de una época que merecía la pena olvidar. Recapacitaba en cambiarse la nacionalidad para romper con todo, pero por alguna razón aquello se le antojaba demasiado arriesgado, tampoco quería borrar a Erika así.
En los últimos años su vida había sido un caos. Llamadas intempestivas, extrañas visitas que alertaban a los vecinos, amenazas… se había limitado a sobrevivir pese a que su situación económica le habría permitido retirarse holgadamente, pero algo la ataba a aquel nuevo oficio. Tenía tantos enemigos como colaboradores. Pero los primeros, sicarios como ella, tenían más peso en su vida diaria. Se disputaban el trabajo y la competencia era feroz. Había tomado por costumbre revisar los bajos de su coche antes de montarse porque nunca se sabía quien podría querer verla muerta y aunque se aseguraba de que nadie la seguía después de cumplir con sus encargos jamás se sentiría segura del todo. “Supongo que ahora comprendo a Kant-se dijo-necesito una paz perpetua”.
Erika sintió todo el peso de aquel lunes rutinario sobre sus hombros, pero no le importó. Tras consultar la hora concluyó que no llegaría a tiempo a su trabajo, por lo que no trató de apresurarse. Había logrado un empleo en una floristería cercana cuyo salario apenas le permitía cubrir los gastos. Sin embargo, era un modo de guardar las apariencias, no era su “verdadero oficio”, aunque trabajar entre violetas y orquídeas la tranquilizaba. Irónicamente cuidaba con mimo y solícita atención todas aquellas plantas, incluso experimentaba una leve desazón existencial si las veía marchitarse, pero no se amedrentaba a la hora de apretar el gatillo. “La belleza de las flores es sincera-se repitió mentalmente-la belleza de las personas es la que suele ajarse”.
Tras esa reflexión procedió a tomar una ducha con la que sacudirse el cansancio. Envuelta en una toalla blanca, sintiendo la frialdad del mármol y de la constelación de minúsculas gotas de agua que serpenteaban caprichosamente por su espalda avanzó hasta el salón y se sentó frente a su ordenador. Meditaba si acudiría a su trabajo aquella mañana, un probable despido no la preocupaba, aunque ante la posibilidad de abandonar a sus flores sintió cierto amago de desdicha.
Erika tomó de la mesita la más reciente de las varias tarjetas de cartulina que había recibido en su buzón. No tenían firma, estaban manuscritas y contenían mensajes enigmáticos, lo que le indicaba que quizá se trataba del intento de un “cliente” por contactar con ella. La persona que realizaba los envíos debía personarse para introducirlos en el buzón de Erika, por lo que conocía su dirección. Ignoraba cómo alguien podía haberla encontrado con tanta facilidad. El apartamento en que vivía era el quinto en que lo había hecho desde que llegase al país. Por otra parte, el hecho de que su anónimo cliente (o rival) las escribiese de su puño y letra denotaba un interés personal y firme por llamar su atención. Además de un rasgo de inexperiencia. La letra es una manera muy sutil de darse a conocer cuya importancia suele ser ignorada por la gran mayoría de la gente.
Aquel misterio estimulaba su curiosidad y la incitaba a resolverlo. A pesar del peligro al que podía exponerse tomó la determinación desentrañar el asunto por completo. Colocó las tarjetas por orden cronológico y las analizó detenidamente, la caligrafía era puramente femenina, aunque con trazos infantiles y erráticos. Los mensajes se habían hecho cada vez más complejos y elaborados, al menos hasta la última tarjeta, que había aparecido en su buzón una semana atrás. Su lacónico y amenazante contenido rezaba: “si realmente te interesa salvarla, ven a verme” a modo de ultimátum e incluía una dirección, un día y una hora para celebrar un encuentro. No sabía a qué se refería y no se había molestado en pensar en ello hasta precisamente aquel lunes de fines de octubre, fecha en la que, si acudía, tendría la ocasión de encontrarse con aquel anónimo remitente.
Optó por asistir a la cita, si se trataba de una amenaza debía combatirla frontalmente. Se vistió enseguida y se maquilló lo suficiente como para disimular la mella que las pocas horas de sueño y descanso habían dejado en ella. Le quedaba bastante tiempo hasta la hora convenida, sin embargo, como para mentalizarse se enfundó unos guantes de piel negros y cargó su Walther P99, su leal compañera de fatigas. Luego tomó la dama blanca modelo Staunton que tenía preparada para su próxima misión, junto con la tarjeta en que se podía leer “jaque mate” y lo introdujo todo en su bolso.
***
La cafetería, de estilo inglés, se encontraba en una céntrica zona de la ciudad. Erika entró y paseó su mirada distraídamente por el lugar, fingía desinterés, su cliente ya la habría localizado y contactaría con ella, no debía apresurarse. Se dirigió a la barra aspirando el fuerte aroma a café y comprobó que se hallaba casi vacía, puesto que era bastante temprano. Pidió un té verde y abonó el importe. Junto a ella se sentó una joven morena de pelo corto y rizado, que la observaba sin afán de disimular, dominada por la inquietud. Erika se sonrió, jamás se había enfrentado a una situación tan curiosa.
-Tú debes ser…-comenzó su interlocutora con un hilo de voz.
-Sentémonos allí,-sugirió Erika señalando una mesa apartada, bajo el hueco de la escalera que subía hacia el comedor-¿Te parece?
No quería que ningún camarero o cliente pudiese captar parte de su conversación, cosa que aquella inexperta joven parecía no considerar. Avanzaron hasta la mesa y tomaron asiento la una frente a la otra. Erika bebió un sorbo de té sintiendo su amarga calidez unida al penetrante frescor de la menta y la hierbabuena. Luego observó a la joven que tenía delante, el rostro demudado por la preocupación. Era bastante joven, posiblemente aún fuese menor de edad, sus enormes ojos de un tono ambarino parecían cuestionarla por las razones que tenía para dedicarse a un oficio tan extraño y arriesgado.
-Mi nombre es…-empezó aquella chica.
-No digas algo de lo que puedas arrepentirte.-la interrumpió Erika de nuevo con una sonrisa cómplice-Evidentemente no tienes ni idea del peligro al que te expones.
La joven sopesó la advertencia y asintió en silencio. Erika se sintió aliviada, no parecía que aquella chica constituyese una amenaza, pero no debía confiarse.
-Escúchame, no quiero saber nada de ti, los únicos datos que me interesan son los de tu objetivo a eliminar, el resto es irrelevante.-sentenció Erika con la firme cadencia de su acento germano-Cuanto menos sepamos la una de la otra será mejor para ambas, ni siquiera deseo saber cómo has llegado a saber de mi existencia, aunque confieso que me intriga, ¿comprendes?-explicó Erika.
Apreció el entendimiento en la expresión de su cliente e hizo una pausa para valorar las circunstancias, la posible misión se le antojaba interesante y divertida.
-¿Quieres tomar algo?-inquirió Erika cortésmente, ante la negativa prosiguió:-Mira, acostumbro a utilizar nombres en clave con mis clientes para evitar problemas y reforzar la confidencialidad, a partir de ahora te llamaré “Black Hair” y tú sólo me conocerás como “White Queen”, ¿tienes algún inconveniente?
-No, obviamente es lo más sensato.-accedió Black Hair con voz aún temblorosa, aunque Erika percibió que se encontraba más serena e incluso algo entusiasmada.
-Bien, pues, ¿Cuál es la jugada?-cuestionó sacando la dama blanca y colocándola sobre la mesa-Cuéntame todos los detalles y los motivos que te llevan a matar a tu objetivo, solamente lo aceptaré si creo que mi intervención actúa a favor del restablecimiento de la Justicia, esa es la única condición.
Black Hair suspendió su mirada sobre el trebejo que Erika había apresado con su mano izquierda, perfilado sobre el negro cuero de los guantes que ésta lucía. Luego inspiró profundamente mientras pensaba de qué manera podía relatarle su historia a White Queen para que aceptase su caso. La observó con gesto suplicante no exento de admiración y pavor a un mismo tiempo.
-Se trata de un chico que vive en el mismo bloque que yo. Vivo en un piso de estudiantes, él vive con su abuela pero tiene serios problemas de adicción y bueno…-su voz se quebró y Erika percibió un audaz destello en sus ojos que presagiaba la presencia de una lluvia de lágrimas-se comporta muy mal con ella. Sus padres murieron en un accidente y la pobre señora se hizo cargo de él desde entonces, aunque no la deja vivir. Hemos denunciado pero… ¡Tienes que hacer algo!
Erika apuró la taza de té y consideró la propuesta, no era un encargo convencional pero había algo que la hacía dudar.
-Tú no quieres matarlo,-apuntó Erika con una sonrisa de suficiencia-de lo contrario me lo habrías dejado claro. Nunca he aceptado este tipo de trabajos que me ofreces, si te soy sincera. Es muy honesto, muy justo lo que me planteas pero, ¿tienes idea de lo que me supondría dejar un testigo vivo?
Black Hair bajó la mirada ante la reprimenda casi maternal de White Queen, sin embargo, en su fuero interno admitía que estaba en lo cierto.
-Tengo mis convicciones y mi metodología: “veni, vidi, vinci”. Apunto, disparo y me voy, no me ocupo de filosofar o disertar sobre cuestiones morales con el objetivo con el fin de que mude su conducta, eso no me corresponde.-precisó White Queen.
El plan de Black Hair tenía numerosas fisuras, su historia la había absorbido por completo pero era una locura. Nunca se había replanteado las consecuencias de sus actos, eso la habría llevado a abandonar, sólo le interesaba que sus clientes estuviesen seguros de su decisión.
-Mira,-White Queen se sentía bastante incómoda y algo culpable, pero no podía inmolarse de aquel modo-sigue ahorrando y espera a que me licencie en Derecho, si algún día lo hago, ¿de acuerdo?
Black Hair comenzó a sollozar en silencio presa de la rabia, entonces Erika supo que le quedaba la última alternativa.
-Black Hair, ¿estás dispuesta a llegar hasta el final, a acarrear con el sentimiento de culpa y a asumir las consecuencias?-cuestionó con voz queda y colocando una mano sobre su hombro-Te advierto que puede destruirte, condicionaría toda la hermosa vida que te queda por delante. Yo aprieto el gatillo y me desentiendo, pero ¿y tú?
Black Hair la miró directamente por primera vez y su penetrante mirada destilaba una seguridad aplastante, era todo lo que Erika necesitaba para seguir adelante.
-Este sábado acompañaré a su abuela a hacer las compras necesarias. La ayudo siempre que me es posible, se ha convertido en mi segunda madre.-expuso con una nostalgia que demostraba el afecto que sentía hacia ella y su interés en protegerla-Tú aprovecharás y entrarás en la casa, el resto, ya lo sabes.
***
Aquel sábado Erika se levantó temprano, la adrenalina previa al cumplimiento de una misión la había mantenido durante la noche sumida en un duermevela disperso, a pesar de que todo lo tenía planeado. Era un sábado soleado y luminoso, presidido por un cielo diáfano, radiante. Erika se duchó y se vistió con un traje de chaqueta granate, además se caló una peluca rojiza y se colocó unas lentillas marrones, para evitar ser reconocida.
Black Hair le había dado autorización para decidir sobre la vida del objetivo, algo que la convertía en una juez suprema, nunca había tenido tal potestad. Por todo ello, Erika intuía que aquella misión tenía suma importancia, era el encargo definitivo, con él tendría la posibilidad de decidir con todas las garantías si continuaba o abandonaba la profesión, algo que era materialmente imposible pero en lo que, llegado el caso, pondría todo su empeño.
Entró en su coche y condujo hasta el lugar indicado, un modesto barrio situado cerca de un polígono industrial. Aparcó cerca del portal y esperó dentro del vehículo hasta que vio salir a Black Hair del brazo de una señora de avanzada edad, cuando ambas se hubieron alejado, salió de él.
Se adentró en el edificio, olía a humedad y la pintura cubría a retazos las paredes, la estrechez de la escalera le mostró que no había ascensor y los diminutos ventanales apenas aportaban luz natural a aquella negrura polvorienta. Llegó hasta el primer piso y comprobó que no había nadie que pudiese verla, después llamó al timbre.
Abrió un hombre que rondaba la treintena, desaliñado, enjuto, con la barba rala en la que las canas formaban extrañas agrupaciones, como dibujando formas caprichosas. Posó sus diminutos y hundidos ojos desprovistos de brillo en Erika, sin entender.
-Buenos días, ¿es usted el señor de la casa?-cuestionó Erika afable sacando una carpeta de su bolso-Me gustaría hacerle una oferta que podría interesarle…
-No me interesa.-espetó con aspereza.
Erika le impidió que cerrase la puerta colocando el pie como tope. Sacó su arma y apuntó al estómago de su objetivo.
-Insisto, déjame pasar.-musitó Erika con dureza.
Entró en la casa e inmediatamente desconectó la luz desde el cuadro de mandos, ya tendría ocasión de hacer lo mismo con la línea telefónica. Aquel hombre estaba desconcertado, pero disimulaba el miedo, no apartaba la vista de la boca de la P99 que no le había dado tregua desde que Erika entrase.
-¿Quién eres tú?-quiso saber mientras se alejaba de ella y miraba a su alrededor buscando alguna escapatoria inexistente.
-La que ahora mismo está en posesión de tu insignificante y mísera vida.-respondió Erika clavando sus ojos en él, instándole a detenerse.
***
Black Hair tuvo que lidiar con los constantes comentarios de Esperanza señalando que aquella mañana “estaba muy rara”. Esperanza, hermoso nombre para aquella mujer que no había perdido aquella virtud que nunca escapó de la caja de Pandora. No obstante, mientras Black Hair acarreaba con las bolsas repletas de fruta, pan y otros comestibles no podía dejar de sentirse culpable. Ahí estaba la culpabilidad de la que White Queen le había advertido encarecidamente.
Recordó que había visitado a White Queen aquella semana. Sus pasos la llevaron de manera casi inconsciente hasta el céntrico barrio de callejuelas estrechas en el que la joven y temible asesina habitaba, a pesar de que la distancia que mediaba entre su hogar y el de la Reina Blanca era bastante considerable. Sin embargo, aquel camino se había convertido en una rutina obligada durante los meses en que se esforzó con sus anónimos en tratar de atraerse su atención.
Aquel martes en concreto, a pesar de saber que White Queen le había dado su palabra de tomar el caso, se encontró frente a su puerta como en una ensoñación y sintió un imperioso impulso de volver a hablar con aquel enigmático personaje. Aquel barrio fresco, de calles angostas estaba imbuido en la sombra y le parecía un entorno demasiado idílico, demasiado lejano, demasiado ajeno, como la mujer a la que se disponía a visitar. El plañir de una campana marcaba la cotidianeidad y las horas, como si se tratase del pulso de un espíritu invisible que todo lo dominase de manera imperceptible.
Accedió al antiguo edificio, su vista se dirigió de nuevo al conglomerado de buzones y colocó la mano sobre el que pertenecía al tercer piso, no había nombre del inquilino. Suspiró contrariada mientras trataba de interrogarse sobre su presencia en aquel lugar en el que no terminaba de encajar. Escuchó unos pasos que consiguieron hacer gemir la desvencijada madera de la escalera y quedó petrificada sin saber cómo reaccionar.
-No me lo digas, reflexionaste y has cambiado de opinión…-la cantarina voz de White Queen la hizo sobresaltarse.
Se volvió hacia ella, se hallaba en la parte más alta de la escalera y esbozaba una sonrisa con la que mostraba su sorpresa. Tras un breve silencio en el que Black Hair dudó entre huir y tratar de componer una respuesta, White Queen volvió a hablar:
-Sube. Supongo que necesitas decirme algo y yo estoy segura de que necesito alguien que me escuche. Nuestros intereses materiales coinciden, así que…
Sin insistir en su hospitalaria invitación White Queen comenzó a subir las escaleras de nuevo haciendo tintinear un manojo de llaves. Black Hair comenzó su ascenso poco después y al llegar halló la puerta de madera blanca y lacada entreabierta, en un derroche de confianza de la propietaria y entró. Era mejor mantener toda conversación que pudiese surgir entre ambas en un lugar apartado.
White Queen regresó al salón y acondicionó la mesa para que su invitada pudiese tomar asiento fácilmente apartando todo el caos de papeles y libros que la dominaba casi por completo. La asesina sonrió otra vez tratando de obtener una disculpa por aquel desorden pues obviamente no acostumbraba a recibir visitas, finalmente le indicó a Black Hair que se sentase, aunque ella permaneció en pie, apoyada sobre el respaldo de una silla, contemplando el suelo con una divertida expresión en su rostro, como una niña que se empeña en resolver un complejo acertijo de un juego de pistas.
Black Hair la observó, llevaba unos vaqueros oscuros, un jersey de lana rojo cereza y una boina negra, indudablemente cuando la había encontrado bajando se disponía a dar un paseo o simplemente a realizar algunas compras de poca importancia.
-Está bien.-susurró al fin-Una partida.
Para asombro de Black Hair tomó un diminuto tablero de ajedrez y se lo colocó justo delante, haciendo girar la superficie de cristal del mismo con el objetivo de determinar qué color manejaría cada contendiente.
-Sólo una partida.-repitió en tono grave-Cuando hayamos acabado te marcharás y no me volverás a ver, ni siquiera el sábado. A ninguna nos conviene que nos relacionen, especialmente a ti.
Black Hair asintió aliviada y comprobó que las negras le habían tocado en suerte, la Reina Blanca jugaba en su territorio.
-Voy a preparar algo, pero esta vez no me niegues la invitación, por favor.-suplicó su anfitriona de manera solícita.
-Tomaré lo que tú.-accedió Black Hair.
Era tarde y comenzaría a anochecer en apenas un par de horas, por lo que se preguntó qué sería lo que le ofrecería WQ. La oyó trajinar en la cocina con lo que se levantó y se tomó la licencia de inspeccionar el apartamento: cajas a medio desembalar, archivadores, libros, una nutrida colección de discos de música y vinilos junto a un gran aparato para reproducirlos en un rincón y en especial muchas flores, en jarrones o simples vasos además de en el grupo de maceteros que presidía el balcón que se asomaba al patio interior del edificio. Había violetas, orquídeas, lirios, crisantemos, malvas y algún que otro geranio. Jamás pensó que alguien como White Queen se interesase por la jardinería, aunque la delicadeza de las flores quizá la hacía abstraerse de la aparente crueldad de su rutina. Observó luego los libros apilados sin orden ni concierto y se maravilló de la exquisitez de aquella biblioteca. Clásicos como Goethe, Kant, Aristóteles, Tolstoi, Balzac, Dante o Shakespeare formaban un grupo variopinto que relataba una visión caleidoscópica de la vida y la Historia de la Humanidad. Sin duda, aquellos autores entablaban con su lectora interesantes debates, el único hálito de ánimo al que White Queen podría aferrarse.
Su anfitriona colocó sobre la mesa una bandeja con tarta de queso, dos diminutas tazas de té de fina porcelana y un recipiente metálico repleto de terrones de azúcar. La Reina Blanca comenzó a servir con parsimonia el té en ambas tazas y Black Hair se apresuró a regresar a su sitio. Tomó asiento y esperó a que su anfitriona terminase para probar aquella amarga infusión, mezcla de té negro y verde, con trazas de hierbabuena y menta.
White Queen se cruzó de brazos y reflexionó unos segundos hasta adelantar dos casillas el peón de reina. El juego había comenzado y la conversación también, aunque a ambos les esperaba el mismo final.
-Tiene que haber una razón…-se encontró murmurando Black Hair al tiempo que su mano sobrevolaba el ejército de trebejos planeando su jugada.
-Sí.-respondió White Queen tras captar el trasfondo de las palabras de su invitada-Tiene que haberla, pero lo único que he podido averiguar es que el ser humano no puede ser un esclavo de su pasado, si no quiere avanzar a ciegas por el futuro. Sin embargo, las razones pueden ser útiles y congruentes en un momento determinado, aunque eso no quiere decir que su validez se mantenga eternamente.-compuso una sonrisa quebrada, nostálgica y estoica que apagó el brillo azul de sus ojos.
-¿Te arrepientes, entonces?-cuestionó inesperadamente Black Hair, no quería tratar de que aquella asesina cambiase su idiosincrasia, pero la pregunta brotó sin que pudiese remediarlo.
-Lo único que sé, es que todo esto ya me supera.-apuntó.
Black Hair apreció la violenta crisis emocional que sacudía a la Reina Blanca y quiso decirle que se olvidase de su misión, que desistiese, pues le inspiraba lástima. No obstante, supuso que aquella sensación de hallarse al borde del abismo debía ser consustancial a su propia naturaleza.
Black Hair comprobó que había sufrido muchas bajas en la partida, las piezas de cristal oscuro derramaban sobre la superficie de la mesa sombras profundas como lagos de petróleo. Su enemiga iba tomando posiciones en el tablero con lentitud y seguridad mientras que ella sólo podía replegarse. Su tiempo se acababa pero White Queen parecía obrar con condescendencia, otorgándole un lapso mayor, aunque sabía que el rey negro sufriría una lenta agonía.
-¿Nunca te has sentido culpable? ¿Nunca te has odiado por hacer lo que haces?-indagó Black Hair.
White Queen terminó de ingerir el resto del té y dejó vagar sus ojos sin rumbo fijo buscando desprenderse de toda emoción para responder:
-Rousseau nunca tuvo razón. Cuanto más inmersa me veía en mi oficio más fácil me ha resultado comprobar que el hombre es un lobo para el hombre, como decía Hobbes citando a Plauto. Ciertamente, nuestra especie ha canalizado gran parte de su ingenio a autodestruirse, por desgracia. Sin embargo, me he mantenido anclada en mis convicciones para evitar hundirme en una espiral de desprecio hacia mí misma.
Black Hair observó con una mezcla de horror y contrariedad cómo una torre blanca alcanzaba sin problemas el final del tablero, poniendo en serio peligro al rey. White Queen jugaba de manera mecánica, limpia y precisa, seguramente de la misma manera en que llevaba a cabo sus encargos. No obstante, aquellas respuestas no la satisfacían.
-Estoy de acuerdo contigo, de veras, pero aún así… no lo entiendo.-manifestó Black Hair tratando de hurgar en la enrevesada madeja de sentimientos de la Reina Blanca.
-Simplemente tienes que coger un arma por primera vez-comenzó White Queen colocando su mano sobre la muñeca de su sorprendida invitada-una vez que posas tus manos sobre una pistola y accionas el gatillo no hay vuelta atrás. La descarga de emociones que sacude tu cuerpo y tu mente es irrefrenable: en parte repugnancia, sí. Pero también una placentera sensación de poder y superioridad. He tratado de eliminar toda carga moral de mis actos, porque no todo lo lícito es honesto como dijo Paulo, de ahí se puede desprender que lo honesto, lo justo, no se consigue muchas veces a través de la licitud.
Black Hair sintió la mano de la Reina Blanca y su gélido tacto la hizo estremecerse a pesar de que debía tratarse de un gesto de acercamiento y cariño. White Queen ladeó la cabeza y dijo en tono grave dulcificado con una sonrisa:
-El rey está muerto.-ante la perplejidad de Black Hair continuó:-Eso es lo que significa la expresión jaque mate en su lengua originaria, el árabe.
Se levantó y recogió la pieza del rey negro con firme delicadeza, temiendo hacerla añicos pero al mismo tiempo con la seguridad y suficiencia con la que un cazador se hace con su presa. White Queen dio unas cuantas zancadas en el salón y emitió un profuso suspiro, finalmente se apostó junto a la puerta.
-Por favor, te ruego que te vayas.-suplicó la Reina Blanca en un mandato velado.
Black Hair se puso en pie con celeridad y se dispuso a obedecer, la mano de White Queen descansaba sobre la manija.
-Te pido que no vuelvas.-insistió-No quiero que todo esto se complique.
La Reina Blanca la abrazó inesperadamente, pero era como entrar en contacto con un témpano de hielo. Black Hair apreció un inusual brillo en sus ojos que presagiaba la pronta llegada de un torrente de lágrimas, por lo que optó por marcharse sin dilatar más su despedida. Cuando salió a la calle llovía copiosamente y tuvo que correr hundiéndose en los charcos. Mientras sentía el frío cortante de la lluvia deslizándose por su cuello y sus cabellos comprendió que se veía obligada a quebrantar la orden de White Queen.
De hecho, la visitó durante toda la semana y la encontró cada vez más enigmática, distante y abstraída. Sus ojos se iban cubriendo de una capa vidriosa al tiempo que sus gestos y su comportamiento se hacían cada vez más extraños, imprevisible, erráticos y mecánicos. Temía el rumbo por el que pudiera decidirse y era consciente de que la estaba sometiendo a una prueba de gran dificultad. Bajo aquella presión sólo podría escapar o continuar, pero continuar quizá implicase entregarse a una etapa aún más incierta que la anterior.
***
Ángel estaba tan aturdido que no podía siquiera pensar. Sentía un vértigo doloroso cada vez que sus ojos reparaban en aquel pozo sin fondo, el cañón del arma que le apuntaba. Su corazón latía peligrosamente rápido y la sequedad de su boca le impedía respirar con normalidad. No podía entender su situación por más que trataba de hallar una explicación racional, por tanto, sólo le quedaba la posibilidad de desandar lo andado en retrospectiva.
Recordaba los primeros años de su vida precipitándose en cascada: una sucesión de fragmentos de su memoria que se desperdigaban de manera inconexa. Su mente, obviamente siempre había tratado de borrar los recuerdos más horribles, pero ahora renacían con más fuerza, quizás porque no tenía nada más a lo que asirse. Su infancia había sido un laberinto en el que había tenido que aprender a desenvolverse en solitario. Sus padres no le prestaban demasiada atención y él nunca había tratado de granjeársela, simplemente quería pasar desapercibido, había aprendido que la soledad a veces, era mejor que el sufrimiento. Se había criado en medio de un caos en el que la ley del más fuerte imperaba sobre la ternura o la dignidad.
Ahora se cuestionaba todo su pasado, quizás no podía haberlo evitado porque al fin y al cabo las circunstancias habían forjado su personalidad, pero algo lo hacía dudar. Nada encajaba, pensó siempre que si la vida se le había escapado de forma que transcurría ajena a sus planes tal vez podía planear el fin de su camino, aunque nunca hubiese tenido el valor suficiente como para avanzar hacia el callejón sin salida. Ahora le parecía que tendría que adentrarse por aquella senda guiado por aquella mujer de cabellos rojizos. No podía concebir que sus insignificantes rencillas con los otros delincuentes por el control del tráfico de estupefacientes a pequeña escala mereciesen tal respuesta, nunca los había considerado enemigos.
No podía moverse, estaba atado a una silla, confinado en la estancia más recóndita de la casa, cuya ventana se asomaba a un minúsculo patio interior. Inspiró hondo y notó cómo su cuerpo se destensaba, lo único que podía hacer era afrontar su destino, fuese cual fuese.
***
Erika paseó por la habitación reordenando sus pensamientos. Había sólo dos balas en la recámara de su P99. Dos. Eran exactamente las justas y necesarias para cumplir con su cometido, nunca llevaba más munición que la que sabía que iba a emplear. Con una sola, si apuntaba bien y el disparo era a la distancia correcta su objetivo caería fulminado, la otra la reservaba para algo más urgente.
-Tiene gracia-apuntó Erika ocultando su odio tras una fina ironía-Cuando llegué y me abriste la puerta supusiste que era una vendedora ambulante. Creo que no ibas desencaminado al fin y al cabo te estoy ofreciendo la oportunidad de cambiar tu vida o de despedirte de ella para siempre.
Aquel hombrecillo la miró impertérrito, no se apreciaba señal alguna de arrepentimiento en su rostro.
-Kant dijo en pleno siglo XVIII-continuó Erika ante el silencio de su objetivo-que los juristas no habían encontrado una definición para el concepto del Derecho. Él se atrevió a definirlo como el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la de todos. A veces no sé si debo estar de acuerdo o no con el gran Inmanuel.-sonrió Erika, se hallaba sorprendentemente cómoda y ni siquiera había amartillado su arma-Lo que sí tengo claro es que Derecho no es igual a Justicia. La Justicia es algo tan simple y tan complejo como dar a cada uno lo que se merece.
-Oye, no sé de qué me estás hablando.-afirmó su objetivo con voz ronca-Al fin y al cabo no me vas a dar una sola oportunidad, ¿cierto?
Erika dio la espalda a su objetivo paladeando la imprudencia cometida y notando cómo su pulso se aceleraba, aquella sensación de embriaguez que sólo le proporcionaba el riesgo. Amartilló su pistola e inspiró hondo a la vez que su cuerpo se tensaba, como si todos sus miembros fuesen cables de acero. Esperaba una confesión de su objetivo, un gesto de culpa, algo que le permitiese continuar poniendo en práctica su plan. El hombre se revolvió en su asiento al igual que un pez recién sacado del agua, pugnando horrorizado para que su vida no se le escapase.
“Todos somos iguales-se dijo Erika-enfrenta al más desdichado de los seres humanos a la cercanía de la muerte y aunque se repugne a sí mismo tratará de seguir luchando por otra bocanada de oxígeno. El egoísmo del hombre, siempre ansiamos lo que hemos perdido, pero nunca queremos perder lo que tengamos, aunque no lo estimemos en absoluto. Gran contradicción.”
-¡Yo no he hecho nada! ¡Lo prometo! Por favor, dime qué quieres saber…-clamó aquel hombre al borde de la desesperación.
Erika se volvió hacia aquel hombre, sintió la tibieza de sus propias lágrimas horadando sus mejillas y se sorprendió de su propia reacción. Trató de reponerse pero sólo logró murmurar con voz fría y vacilante:
-Excusatio non petita, accusatio manifesta.
***
Black Hair tomó todos los bártulos que habían comprado Esperanza y ella y subió con ellos hasta la casa sintiéndose sumamente ligera mientras que una angustiante sensación de opresión crecía en su pecho, como si una loza le aplastase los pulmones: la zozobra. Depositó las bolsas de forma caótica y descuidada en el suelo de la cocina. Una enorme y jugosa manzana, un orbe de rubí, se deslizó fuera de la bolsa y rodó sobre las baldosas. Con un movimiento eléctrico se percató de la razón que la había llevado hasta allí y salió disparada internándose en la vivienda.
Comenzó a andar por el pasillo, la puerta del fondo estaba cerrada. El tiempo parecía dilatarse a cada paso hasta que oyó un disparo acompañado de su explosión luminosa. Aquello la petrificó y los acontecimientos se precipitaron, en unos segundos se abalanzó sobre la manija de la puerta, aunque no llegó siquiera a rozarla. Su aliento se heló al oír otro disparo. Temblorosa, se aferró al picaporte tratando de recobrar la entereza.
Aquello sólo podía significar una cosa: jaque mate.
El día, un lunes otoñal que para los locales sería gélido, a ella se le antojaba templado e incluso idílico. Se miró en el espejo contrariada, quizás era el momento de cambiar de vida, tal vez aquella locura había durado demasiado, había llegado demasiado lejos… decididamente, aquella promesa fallida revoloteaba por su mente muchas veces sin resultado, y permanecía como mera intención sin llegar a más. Sabía que aquel propósito era renunciar a su identidad, que, por otro lado, había forjado personalmente con trabajo y empeño.
Se contempló atentamente y llegó a la conclusión de que tenía bastantes cualidades como para desear y conseguir lo que quisiese. Sus profundos rasgos germánicos resplandecían con aún más fuerza en su juventud: alta, atlética, con una melena del rubio más blanquecino y ojos de una transparencia felina. No podía negar su origen alemán. Le era imposible ocultar sus maneras elegantes y aristocráticas. Su familia, una antigua estirpe de burgueses berlineses, había mantenido un modo de vida y de ser anacrónico desde que Erika podía hacer uso de memoria. Había sido educada para limar todas las asperezas y crear una personalidad perfecta. Un diamante prístino y resplandeciente. Había adquirido una sobrada cultura, y conocía todos los secretos de la esgrima, del tiro al plato e incluso de la equitación. Se había criado como la heredera de una familia dispuesta a mantener firmemente sus decisiones ocurriese lo que ocurriese.
Sus abuelos, según Erika había podido constatar, habían apoyado el régimen de Hitler durante la segunda guerra mundial y eso les dio aún más poder como familia. Durante la decadencia muchos de ellos sufrieron las represalias, se exiliaron e incluso alguno acabó en los juicios de Nuremberg. Ella era la oveja negra. Desde que nació la disciplina le parecía demasiado dura. Su futuro y su lugar no estaban allí. Erika no los añoraba. Sus padres y sus hermanos menores jamás se habían interesado en algo más que en vivir conforme a sus dictámenes, así que no recordaba haber recibido de ellos sino gritos y golpes. Se sentía extrañamente lejana y fría, como en otro planeta, al pasar por el calendario algunas fechas señaladas como aniversarios, cumpleaños… pero aquel amago de melancolía pasaba pronto, ella no permitía que se extendiese.
Había huido despavorida del núcleo familiar en el que su anhelo de libertad personal era menospreciado. Tras bastantes luchas y muchas discusiones, sus padres la autorizaron para marcharse a estudiar a España. Aquel país era el más alejado de Alemania en Europa que le atraía. Eligió la carrera de derecho. Su intención, según había explicado a sus padres, era la de formarse en varios países para adquirir una perspectiva adecuada del derecho europeo. Pero nunca llegó a terminar sus estudios. La universidad se convirtió en uno de sus últimos intereses casi al poco de llegar, creía que eso la frenaba en la construcción de su nueva vida. Realmente se sentía plenamente preparada para afrontar el cambio, pero no hallaba un trabajo en el que poder destacar y sentirse realizada.
La respuesta le llegó de improviso. Andando por el centro de Sevilla, su hogar, durante la noche, un ladrón se le acercó para robarle el bolso. Llevaba un cuchillo pero Erika no se amedrentó al verlo. Le plantó cara y lo redujo sin mucho esfuerzo. Finalmente lo dejó ir cuando éste le hubo entregado el arma y prometido que no volvería a robar. Nunca lo denunció. En aquel momento Erika se sintió poderosa y con afán justiciero. Sus conocimientos de defensa personal y su sangre fría la habían salvado así que, ¿Por qué no usarlos para vivir? Entonces lo vio claro, se haría asesina a sueldo. Un trabajo como otro cualquiera, pensó, pero con más adrenalina.
Se anunciaba en Internet con el nombre en clave de “White Queen”, la reina blanca. Su simbología nacía del ajedrez. La dama es la pieza más importante del juego, o al menos la que más movilidad tiene y las blancas siempre mueven primero, con lo que tienen ventaja. Tenía bastantes recursos como para salir victoriosa de las peligrosas misiones en las que se embarcaba: bastante puntería con armas de fuego y tampoco tenían secretos para ella las armas blancas. Además sus exiguos pero suficientes conocimientos sobre química le permitían usar sustancias como venenos y somníferos con gran eficacia.
Y le iba bien. Sólo aceptaba los “casos” que realmente la interesaban, aquellos en los que en la muerte del objetivo hubiese algún trasfondo moral correcto. Su fama alcanzó pronto las altas esferas de la mafia y de la delincuencia y su nombre se susurraba con admiración y temor. La policía estaba desbordada y se veía incapaz de atrapar a un asesino con tal grado de planeamiento. Las escenas del crimen estaban impolutas, no había trazas de ADN, ni huellas, ni casquillos, nada.
Erika era metódica, la disciplina que le habían inculcado le había enseñado el camino a la perfección, o a la imperfección más perfecta, pero en noticiarios y periódicos, sus crímenes aparecían como perfectos. Su modus operandi era algo cambiante, pero su firma era su sello de identidad. Siempre dejaba junto al cuerpo una reina blanca del ajedrez y una tarjeta con las palabras: jaque mate. Era su forma de darse a conocer e inspirar aún más miedo en sus posibles enemigos.
Siempre salía airosa. Su filosofía le decía que no se trataba sólo de eliminar al objetivo sino de hacerlo con la mayor rapidez, precisión, pulcritud, sin dejar pistas ni testigos y sin sufrir un solo rasguño. Su entrega y su forma de ser y actuar la habían hecho reinventarse, era totalmente diferente y nueva y no podía renunciar a ello. White Queen y ella eran la misma persona, pero Erika perdía paulatinamente fuerza e iba siendo absorbida por WQ, como también la nombraban. Muchas veces pensaba que Erika era solo un espectro de una época que merecía la pena olvidar. Recapacitaba en cambiarse la nacionalidad para romper con todo, pero por alguna razón aquello se le antojaba demasiado arriesgado, tampoco quería borrar a Erika así.
En los últimos años su vida había sido un caos. Llamadas intempestivas, extrañas visitas que alertaban a los vecinos, amenazas… se había limitado a sobrevivir pese a que su situación económica le habría permitido retirarse holgadamente, pero algo la ataba a aquel nuevo oficio. Tenía tantos enemigos como colaboradores. Pero los primeros, sicarios como ella, tenían más peso en su vida diaria. Se disputaban el trabajo y la competencia era feroz. Había tomado por costumbre revisar los bajos de su coche antes de montarse porque nunca se sabía quien podría querer verla muerta y aunque se aseguraba de que nadie la seguía después de cumplir con sus encargos jamás se sentiría segura del todo. “Supongo que ahora comprendo a Kant-se dijo-necesito una paz perpetua”.
Erika sintió todo el peso de aquel lunes rutinario sobre sus hombros, pero no le importó. Tras consultar la hora concluyó que no llegaría a tiempo a su trabajo, por lo que no trató de apresurarse. Había logrado un empleo en una floristería cercana cuyo salario apenas le permitía cubrir los gastos. Sin embargo, era un modo de guardar las apariencias, no era su “verdadero oficio”, aunque trabajar entre violetas y orquídeas la tranquilizaba. Irónicamente cuidaba con mimo y solícita atención todas aquellas plantas, incluso experimentaba una leve desazón existencial si las veía marchitarse, pero no se amedrentaba a la hora de apretar el gatillo. “La belleza de las flores es sincera-se repitió mentalmente-la belleza de las personas es la que suele ajarse”.
Tras esa reflexión procedió a tomar una ducha con la que sacudirse el cansancio. Envuelta en una toalla blanca, sintiendo la frialdad del mármol y de la constelación de minúsculas gotas de agua que serpenteaban caprichosamente por su espalda avanzó hasta el salón y se sentó frente a su ordenador. Meditaba si acudiría a su trabajo aquella mañana, un probable despido no la preocupaba, aunque ante la posibilidad de abandonar a sus flores sintió cierto amago de desdicha.
Erika tomó de la mesita la más reciente de las varias tarjetas de cartulina que había recibido en su buzón. No tenían firma, estaban manuscritas y contenían mensajes enigmáticos, lo que le indicaba que quizá se trataba del intento de un “cliente” por contactar con ella. La persona que realizaba los envíos debía personarse para introducirlos en el buzón de Erika, por lo que conocía su dirección. Ignoraba cómo alguien podía haberla encontrado con tanta facilidad. El apartamento en que vivía era el quinto en que lo había hecho desde que llegase al país. Por otra parte, el hecho de que su anónimo cliente (o rival) las escribiese de su puño y letra denotaba un interés personal y firme por llamar su atención. Además de un rasgo de inexperiencia. La letra es una manera muy sutil de darse a conocer cuya importancia suele ser ignorada por la gran mayoría de la gente.
Aquel misterio estimulaba su curiosidad y la incitaba a resolverlo. A pesar del peligro al que podía exponerse tomó la determinación desentrañar el asunto por completo. Colocó las tarjetas por orden cronológico y las analizó detenidamente, la caligrafía era puramente femenina, aunque con trazos infantiles y erráticos. Los mensajes se habían hecho cada vez más complejos y elaborados, al menos hasta la última tarjeta, que había aparecido en su buzón una semana atrás. Su lacónico y amenazante contenido rezaba: “si realmente te interesa salvarla, ven a verme” a modo de ultimátum e incluía una dirección, un día y una hora para celebrar un encuentro. No sabía a qué se refería y no se había molestado en pensar en ello hasta precisamente aquel lunes de fines de octubre, fecha en la que, si acudía, tendría la ocasión de encontrarse con aquel anónimo remitente.
Optó por asistir a la cita, si se trataba de una amenaza debía combatirla frontalmente. Se vistió enseguida y se maquilló lo suficiente como para disimular la mella que las pocas horas de sueño y descanso habían dejado en ella. Le quedaba bastante tiempo hasta la hora convenida, sin embargo, como para mentalizarse se enfundó unos guantes de piel negros y cargó su Walther P99, su leal compañera de fatigas. Luego tomó la dama blanca modelo Staunton que tenía preparada para su próxima misión, junto con la tarjeta en que se podía leer “jaque mate” y lo introdujo todo en su bolso.
***
La cafetería, de estilo inglés, se encontraba en una céntrica zona de la ciudad. Erika entró y paseó su mirada distraídamente por el lugar, fingía desinterés, su cliente ya la habría localizado y contactaría con ella, no debía apresurarse. Se dirigió a la barra aspirando el fuerte aroma a café y comprobó que se hallaba casi vacía, puesto que era bastante temprano. Pidió un té verde y abonó el importe. Junto a ella se sentó una joven morena de pelo corto y rizado, que la observaba sin afán de disimular, dominada por la inquietud. Erika se sonrió, jamás se había enfrentado a una situación tan curiosa.
-Tú debes ser…-comenzó su interlocutora con un hilo de voz.
-Sentémonos allí,-sugirió Erika señalando una mesa apartada, bajo el hueco de la escalera que subía hacia el comedor-¿Te parece?
No quería que ningún camarero o cliente pudiese captar parte de su conversación, cosa que aquella inexperta joven parecía no considerar. Avanzaron hasta la mesa y tomaron asiento la una frente a la otra. Erika bebió un sorbo de té sintiendo su amarga calidez unida al penetrante frescor de la menta y la hierbabuena. Luego observó a la joven que tenía delante, el rostro demudado por la preocupación. Era bastante joven, posiblemente aún fuese menor de edad, sus enormes ojos de un tono ambarino parecían cuestionarla por las razones que tenía para dedicarse a un oficio tan extraño y arriesgado.
-Mi nombre es…-empezó aquella chica.
-No digas algo de lo que puedas arrepentirte.-la interrumpió Erika de nuevo con una sonrisa cómplice-Evidentemente no tienes ni idea del peligro al que te expones.
La joven sopesó la advertencia y asintió en silencio. Erika se sintió aliviada, no parecía que aquella chica constituyese una amenaza, pero no debía confiarse.
-Escúchame, no quiero saber nada de ti, los únicos datos que me interesan son los de tu objetivo a eliminar, el resto es irrelevante.-sentenció Erika con la firme cadencia de su acento germano-Cuanto menos sepamos la una de la otra será mejor para ambas, ni siquiera deseo saber cómo has llegado a saber de mi existencia, aunque confieso que me intriga, ¿comprendes?-explicó Erika.
Apreció el entendimiento en la expresión de su cliente e hizo una pausa para valorar las circunstancias, la posible misión se le antojaba interesante y divertida.
-¿Quieres tomar algo?-inquirió Erika cortésmente, ante la negativa prosiguió:-Mira, acostumbro a utilizar nombres en clave con mis clientes para evitar problemas y reforzar la confidencialidad, a partir de ahora te llamaré “Black Hair” y tú sólo me conocerás como “White Queen”, ¿tienes algún inconveniente?
-No, obviamente es lo más sensato.-accedió Black Hair con voz aún temblorosa, aunque Erika percibió que se encontraba más serena e incluso algo entusiasmada.
-Bien, pues, ¿Cuál es la jugada?-cuestionó sacando la dama blanca y colocándola sobre la mesa-Cuéntame todos los detalles y los motivos que te llevan a matar a tu objetivo, solamente lo aceptaré si creo que mi intervención actúa a favor del restablecimiento de la Justicia, esa es la única condición.
Black Hair suspendió su mirada sobre el trebejo que Erika había apresado con su mano izquierda, perfilado sobre el negro cuero de los guantes que ésta lucía. Luego inspiró profundamente mientras pensaba de qué manera podía relatarle su historia a White Queen para que aceptase su caso. La observó con gesto suplicante no exento de admiración y pavor a un mismo tiempo.
-Se trata de un chico que vive en el mismo bloque que yo. Vivo en un piso de estudiantes, él vive con su abuela pero tiene serios problemas de adicción y bueno…-su voz se quebró y Erika percibió un audaz destello en sus ojos que presagiaba la presencia de una lluvia de lágrimas-se comporta muy mal con ella. Sus padres murieron en un accidente y la pobre señora se hizo cargo de él desde entonces, aunque no la deja vivir. Hemos denunciado pero… ¡Tienes que hacer algo!
Erika apuró la taza de té y consideró la propuesta, no era un encargo convencional pero había algo que la hacía dudar.
-Tú no quieres matarlo,-apuntó Erika con una sonrisa de suficiencia-de lo contrario me lo habrías dejado claro. Nunca he aceptado este tipo de trabajos que me ofreces, si te soy sincera. Es muy honesto, muy justo lo que me planteas pero, ¿tienes idea de lo que me supondría dejar un testigo vivo?
Black Hair bajó la mirada ante la reprimenda casi maternal de White Queen, sin embargo, en su fuero interno admitía que estaba en lo cierto.
-Tengo mis convicciones y mi metodología: “veni, vidi, vinci”. Apunto, disparo y me voy, no me ocupo de filosofar o disertar sobre cuestiones morales con el objetivo con el fin de que mude su conducta, eso no me corresponde.-precisó White Queen.
El plan de Black Hair tenía numerosas fisuras, su historia la había absorbido por completo pero era una locura. Nunca se había replanteado las consecuencias de sus actos, eso la habría llevado a abandonar, sólo le interesaba que sus clientes estuviesen seguros de su decisión.
-Mira,-White Queen se sentía bastante incómoda y algo culpable, pero no podía inmolarse de aquel modo-sigue ahorrando y espera a que me licencie en Derecho, si algún día lo hago, ¿de acuerdo?
Black Hair comenzó a sollozar en silencio presa de la rabia, entonces Erika supo que le quedaba la última alternativa.
-Black Hair, ¿estás dispuesta a llegar hasta el final, a acarrear con el sentimiento de culpa y a asumir las consecuencias?-cuestionó con voz queda y colocando una mano sobre su hombro-Te advierto que puede destruirte, condicionaría toda la hermosa vida que te queda por delante. Yo aprieto el gatillo y me desentiendo, pero ¿y tú?
Black Hair la miró directamente por primera vez y su penetrante mirada destilaba una seguridad aplastante, era todo lo que Erika necesitaba para seguir adelante.
-Este sábado acompañaré a su abuela a hacer las compras necesarias. La ayudo siempre que me es posible, se ha convertido en mi segunda madre.-expuso con una nostalgia que demostraba el afecto que sentía hacia ella y su interés en protegerla-Tú aprovecharás y entrarás en la casa, el resto, ya lo sabes.
***
Aquel sábado Erika se levantó temprano, la adrenalina previa al cumplimiento de una misión la había mantenido durante la noche sumida en un duermevela disperso, a pesar de que todo lo tenía planeado. Era un sábado soleado y luminoso, presidido por un cielo diáfano, radiante. Erika se duchó y se vistió con un traje de chaqueta granate, además se caló una peluca rojiza y se colocó unas lentillas marrones, para evitar ser reconocida.
Black Hair le había dado autorización para decidir sobre la vida del objetivo, algo que la convertía en una juez suprema, nunca había tenido tal potestad. Por todo ello, Erika intuía que aquella misión tenía suma importancia, era el encargo definitivo, con él tendría la posibilidad de decidir con todas las garantías si continuaba o abandonaba la profesión, algo que era materialmente imposible pero en lo que, llegado el caso, pondría todo su empeño.
Entró en su coche y condujo hasta el lugar indicado, un modesto barrio situado cerca de un polígono industrial. Aparcó cerca del portal y esperó dentro del vehículo hasta que vio salir a Black Hair del brazo de una señora de avanzada edad, cuando ambas se hubieron alejado, salió de él.
Se adentró en el edificio, olía a humedad y la pintura cubría a retazos las paredes, la estrechez de la escalera le mostró que no había ascensor y los diminutos ventanales apenas aportaban luz natural a aquella negrura polvorienta. Llegó hasta el primer piso y comprobó que no había nadie que pudiese verla, después llamó al timbre.
Abrió un hombre que rondaba la treintena, desaliñado, enjuto, con la barba rala en la que las canas formaban extrañas agrupaciones, como dibujando formas caprichosas. Posó sus diminutos y hundidos ojos desprovistos de brillo en Erika, sin entender.
-Buenos días, ¿es usted el señor de la casa?-cuestionó Erika afable sacando una carpeta de su bolso-Me gustaría hacerle una oferta que podría interesarle…
-No me interesa.-espetó con aspereza.
Erika le impidió que cerrase la puerta colocando el pie como tope. Sacó su arma y apuntó al estómago de su objetivo.
-Insisto, déjame pasar.-musitó Erika con dureza.
Entró en la casa e inmediatamente desconectó la luz desde el cuadro de mandos, ya tendría ocasión de hacer lo mismo con la línea telefónica. Aquel hombre estaba desconcertado, pero disimulaba el miedo, no apartaba la vista de la boca de la P99 que no le había dado tregua desde que Erika entrase.
-¿Quién eres tú?-quiso saber mientras se alejaba de ella y miraba a su alrededor buscando alguna escapatoria inexistente.
-La que ahora mismo está en posesión de tu insignificante y mísera vida.-respondió Erika clavando sus ojos en él, instándole a detenerse.
***
Black Hair tuvo que lidiar con los constantes comentarios de Esperanza señalando que aquella mañana “estaba muy rara”. Esperanza, hermoso nombre para aquella mujer que no había perdido aquella virtud que nunca escapó de la caja de Pandora. No obstante, mientras Black Hair acarreaba con las bolsas repletas de fruta, pan y otros comestibles no podía dejar de sentirse culpable. Ahí estaba la culpabilidad de la que White Queen le había advertido encarecidamente.
Recordó que había visitado a White Queen aquella semana. Sus pasos la llevaron de manera casi inconsciente hasta el céntrico barrio de callejuelas estrechas en el que la joven y temible asesina habitaba, a pesar de que la distancia que mediaba entre su hogar y el de la Reina Blanca era bastante considerable. Sin embargo, aquel camino se había convertido en una rutina obligada durante los meses en que se esforzó con sus anónimos en tratar de atraerse su atención.
Aquel martes en concreto, a pesar de saber que White Queen le había dado su palabra de tomar el caso, se encontró frente a su puerta como en una ensoñación y sintió un imperioso impulso de volver a hablar con aquel enigmático personaje. Aquel barrio fresco, de calles angostas estaba imbuido en la sombra y le parecía un entorno demasiado idílico, demasiado lejano, demasiado ajeno, como la mujer a la que se disponía a visitar. El plañir de una campana marcaba la cotidianeidad y las horas, como si se tratase del pulso de un espíritu invisible que todo lo dominase de manera imperceptible.
Accedió al antiguo edificio, su vista se dirigió de nuevo al conglomerado de buzones y colocó la mano sobre el que pertenecía al tercer piso, no había nombre del inquilino. Suspiró contrariada mientras trataba de interrogarse sobre su presencia en aquel lugar en el que no terminaba de encajar. Escuchó unos pasos que consiguieron hacer gemir la desvencijada madera de la escalera y quedó petrificada sin saber cómo reaccionar.
-No me lo digas, reflexionaste y has cambiado de opinión…-la cantarina voz de White Queen la hizo sobresaltarse.
Se volvió hacia ella, se hallaba en la parte más alta de la escalera y esbozaba una sonrisa con la que mostraba su sorpresa. Tras un breve silencio en el que Black Hair dudó entre huir y tratar de componer una respuesta, White Queen volvió a hablar:
-Sube. Supongo que necesitas decirme algo y yo estoy segura de que necesito alguien que me escuche. Nuestros intereses materiales coinciden, así que…
Sin insistir en su hospitalaria invitación White Queen comenzó a subir las escaleras de nuevo haciendo tintinear un manojo de llaves. Black Hair comenzó su ascenso poco después y al llegar halló la puerta de madera blanca y lacada entreabierta, en un derroche de confianza de la propietaria y entró. Era mejor mantener toda conversación que pudiese surgir entre ambas en un lugar apartado.
White Queen regresó al salón y acondicionó la mesa para que su invitada pudiese tomar asiento fácilmente apartando todo el caos de papeles y libros que la dominaba casi por completo. La asesina sonrió otra vez tratando de obtener una disculpa por aquel desorden pues obviamente no acostumbraba a recibir visitas, finalmente le indicó a Black Hair que se sentase, aunque ella permaneció en pie, apoyada sobre el respaldo de una silla, contemplando el suelo con una divertida expresión en su rostro, como una niña que se empeña en resolver un complejo acertijo de un juego de pistas.
Black Hair la observó, llevaba unos vaqueros oscuros, un jersey de lana rojo cereza y una boina negra, indudablemente cuando la había encontrado bajando se disponía a dar un paseo o simplemente a realizar algunas compras de poca importancia.
-Está bien.-susurró al fin-Una partida.
Para asombro de Black Hair tomó un diminuto tablero de ajedrez y se lo colocó justo delante, haciendo girar la superficie de cristal del mismo con el objetivo de determinar qué color manejaría cada contendiente.
-Sólo una partida.-repitió en tono grave-Cuando hayamos acabado te marcharás y no me volverás a ver, ni siquiera el sábado. A ninguna nos conviene que nos relacionen, especialmente a ti.
Black Hair asintió aliviada y comprobó que las negras le habían tocado en suerte, la Reina Blanca jugaba en su territorio.
-Voy a preparar algo, pero esta vez no me niegues la invitación, por favor.-suplicó su anfitriona de manera solícita.
-Tomaré lo que tú.-accedió Black Hair.
Era tarde y comenzaría a anochecer en apenas un par de horas, por lo que se preguntó qué sería lo que le ofrecería WQ. La oyó trajinar en la cocina con lo que se levantó y se tomó la licencia de inspeccionar el apartamento: cajas a medio desembalar, archivadores, libros, una nutrida colección de discos de música y vinilos junto a un gran aparato para reproducirlos en un rincón y en especial muchas flores, en jarrones o simples vasos además de en el grupo de maceteros que presidía el balcón que se asomaba al patio interior del edificio. Había violetas, orquídeas, lirios, crisantemos, malvas y algún que otro geranio. Jamás pensó que alguien como White Queen se interesase por la jardinería, aunque la delicadeza de las flores quizá la hacía abstraerse de la aparente crueldad de su rutina. Observó luego los libros apilados sin orden ni concierto y se maravilló de la exquisitez de aquella biblioteca. Clásicos como Goethe, Kant, Aristóteles, Tolstoi, Balzac, Dante o Shakespeare formaban un grupo variopinto que relataba una visión caleidoscópica de la vida y la Historia de la Humanidad. Sin duda, aquellos autores entablaban con su lectora interesantes debates, el único hálito de ánimo al que White Queen podría aferrarse.
Su anfitriona colocó sobre la mesa una bandeja con tarta de queso, dos diminutas tazas de té de fina porcelana y un recipiente metálico repleto de terrones de azúcar. La Reina Blanca comenzó a servir con parsimonia el té en ambas tazas y Black Hair se apresuró a regresar a su sitio. Tomó asiento y esperó a que su anfitriona terminase para probar aquella amarga infusión, mezcla de té negro y verde, con trazas de hierbabuena y menta.
White Queen se cruzó de brazos y reflexionó unos segundos hasta adelantar dos casillas el peón de reina. El juego había comenzado y la conversación también, aunque a ambos les esperaba el mismo final.
-Tiene que haber una razón…-se encontró murmurando Black Hair al tiempo que su mano sobrevolaba el ejército de trebejos planeando su jugada.
-Sí.-respondió White Queen tras captar el trasfondo de las palabras de su invitada-Tiene que haberla, pero lo único que he podido averiguar es que el ser humano no puede ser un esclavo de su pasado, si no quiere avanzar a ciegas por el futuro. Sin embargo, las razones pueden ser útiles y congruentes en un momento determinado, aunque eso no quiere decir que su validez se mantenga eternamente.-compuso una sonrisa quebrada, nostálgica y estoica que apagó el brillo azul de sus ojos.
-¿Te arrepientes, entonces?-cuestionó inesperadamente Black Hair, no quería tratar de que aquella asesina cambiase su idiosincrasia, pero la pregunta brotó sin que pudiese remediarlo.
-Lo único que sé, es que todo esto ya me supera.-apuntó.
Black Hair apreció la violenta crisis emocional que sacudía a la Reina Blanca y quiso decirle que se olvidase de su misión, que desistiese, pues le inspiraba lástima. No obstante, supuso que aquella sensación de hallarse al borde del abismo debía ser consustancial a su propia naturaleza.
Black Hair comprobó que había sufrido muchas bajas en la partida, las piezas de cristal oscuro derramaban sobre la superficie de la mesa sombras profundas como lagos de petróleo. Su enemiga iba tomando posiciones en el tablero con lentitud y seguridad mientras que ella sólo podía replegarse. Su tiempo se acababa pero White Queen parecía obrar con condescendencia, otorgándole un lapso mayor, aunque sabía que el rey negro sufriría una lenta agonía.
-¿Nunca te has sentido culpable? ¿Nunca te has odiado por hacer lo que haces?-indagó Black Hair.
White Queen terminó de ingerir el resto del té y dejó vagar sus ojos sin rumbo fijo buscando desprenderse de toda emoción para responder:
-Rousseau nunca tuvo razón. Cuanto más inmersa me veía en mi oficio más fácil me ha resultado comprobar que el hombre es un lobo para el hombre, como decía Hobbes citando a Plauto. Ciertamente, nuestra especie ha canalizado gran parte de su ingenio a autodestruirse, por desgracia. Sin embargo, me he mantenido anclada en mis convicciones para evitar hundirme en una espiral de desprecio hacia mí misma.
Black Hair observó con una mezcla de horror y contrariedad cómo una torre blanca alcanzaba sin problemas el final del tablero, poniendo en serio peligro al rey. White Queen jugaba de manera mecánica, limpia y precisa, seguramente de la misma manera en que llevaba a cabo sus encargos. No obstante, aquellas respuestas no la satisfacían.
-Estoy de acuerdo contigo, de veras, pero aún así… no lo entiendo.-manifestó Black Hair tratando de hurgar en la enrevesada madeja de sentimientos de la Reina Blanca.
-Simplemente tienes que coger un arma por primera vez-comenzó White Queen colocando su mano sobre la muñeca de su sorprendida invitada-una vez que posas tus manos sobre una pistola y accionas el gatillo no hay vuelta atrás. La descarga de emociones que sacude tu cuerpo y tu mente es irrefrenable: en parte repugnancia, sí. Pero también una placentera sensación de poder y superioridad. He tratado de eliminar toda carga moral de mis actos, porque no todo lo lícito es honesto como dijo Paulo, de ahí se puede desprender que lo honesto, lo justo, no se consigue muchas veces a través de la licitud.
Black Hair sintió la mano de la Reina Blanca y su gélido tacto la hizo estremecerse a pesar de que debía tratarse de un gesto de acercamiento y cariño. White Queen ladeó la cabeza y dijo en tono grave dulcificado con una sonrisa:
-El rey está muerto.-ante la perplejidad de Black Hair continuó:-Eso es lo que significa la expresión jaque mate en su lengua originaria, el árabe.
Se levantó y recogió la pieza del rey negro con firme delicadeza, temiendo hacerla añicos pero al mismo tiempo con la seguridad y suficiencia con la que un cazador se hace con su presa. White Queen dio unas cuantas zancadas en el salón y emitió un profuso suspiro, finalmente se apostó junto a la puerta.
-Por favor, te ruego que te vayas.-suplicó la Reina Blanca en un mandato velado.
Black Hair se puso en pie con celeridad y se dispuso a obedecer, la mano de White Queen descansaba sobre la manija.
-Te pido que no vuelvas.-insistió-No quiero que todo esto se complique.
La Reina Blanca la abrazó inesperadamente, pero era como entrar en contacto con un témpano de hielo. Black Hair apreció un inusual brillo en sus ojos que presagiaba la pronta llegada de un torrente de lágrimas, por lo que optó por marcharse sin dilatar más su despedida. Cuando salió a la calle llovía copiosamente y tuvo que correr hundiéndose en los charcos. Mientras sentía el frío cortante de la lluvia deslizándose por su cuello y sus cabellos comprendió que se veía obligada a quebrantar la orden de White Queen.
De hecho, la visitó durante toda la semana y la encontró cada vez más enigmática, distante y abstraída. Sus ojos se iban cubriendo de una capa vidriosa al tiempo que sus gestos y su comportamiento se hacían cada vez más extraños, imprevisible, erráticos y mecánicos. Temía el rumbo por el que pudiera decidirse y era consciente de que la estaba sometiendo a una prueba de gran dificultad. Bajo aquella presión sólo podría escapar o continuar, pero continuar quizá implicase entregarse a una etapa aún más incierta que la anterior.
***
Ángel estaba tan aturdido que no podía siquiera pensar. Sentía un vértigo doloroso cada vez que sus ojos reparaban en aquel pozo sin fondo, el cañón del arma que le apuntaba. Su corazón latía peligrosamente rápido y la sequedad de su boca le impedía respirar con normalidad. No podía entender su situación por más que trataba de hallar una explicación racional, por tanto, sólo le quedaba la posibilidad de desandar lo andado en retrospectiva.
Recordaba los primeros años de su vida precipitándose en cascada: una sucesión de fragmentos de su memoria que se desperdigaban de manera inconexa. Su mente, obviamente siempre había tratado de borrar los recuerdos más horribles, pero ahora renacían con más fuerza, quizás porque no tenía nada más a lo que asirse. Su infancia había sido un laberinto en el que había tenido que aprender a desenvolverse en solitario. Sus padres no le prestaban demasiada atención y él nunca había tratado de granjeársela, simplemente quería pasar desapercibido, había aprendido que la soledad a veces, era mejor que el sufrimiento. Se había criado en medio de un caos en el que la ley del más fuerte imperaba sobre la ternura o la dignidad.
Ahora se cuestionaba todo su pasado, quizás no podía haberlo evitado porque al fin y al cabo las circunstancias habían forjado su personalidad, pero algo lo hacía dudar. Nada encajaba, pensó siempre que si la vida se le había escapado de forma que transcurría ajena a sus planes tal vez podía planear el fin de su camino, aunque nunca hubiese tenido el valor suficiente como para avanzar hacia el callejón sin salida. Ahora le parecía que tendría que adentrarse por aquella senda guiado por aquella mujer de cabellos rojizos. No podía concebir que sus insignificantes rencillas con los otros delincuentes por el control del tráfico de estupefacientes a pequeña escala mereciesen tal respuesta, nunca los había considerado enemigos.
No podía moverse, estaba atado a una silla, confinado en la estancia más recóndita de la casa, cuya ventana se asomaba a un minúsculo patio interior. Inspiró hondo y notó cómo su cuerpo se destensaba, lo único que podía hacer era afrontar su destino, fuese cual fuese.
***
Erika paseó por la habitación reordenando sus pensamientos. Había sólo dos balas en la recámara de su P99. Dos. Eran exactamente las justas y necesarias para cumplir con su cometido, nunca llevaba más munición que la que sabía que iba a emplear. Con una sola, si apuntaba bien y el disparo era a la distancia correcta su objetivo caería fulminado, la otra la reservaba para algo más urgente.
-Tiene gracia-apuntó Erika ocultando su odio tras una fina ironía-Cuando llegué y me abriste la puerta supusiste que era una vendedora ambulante. Creo que no ibas desencaminado al fin y al cabo te estoy ofreciendo la oportunidad de cambiar tu vida o de despedirte de ella para siempre.
Aquel hombrecillo la miró impertérrito, no se apreciaba señal alguna de arrepentimiento en su rostro.
-Kant dijo en pleno siglo XVIII-continuó Erika ante el silencio de su objetivo-que los juristas no habían encontrado una definición para el concepto del Derecho. Él se atrevió a definirlo como el conjunto de condiciones que permiten a la libertad de cada uno acomodarse a la de todos. A veces no sé si debo estar de acuerdo o no con el gran Inmanuel.-sonrió Erika, se hallaba sorprendentemente cómoda y ni siquiera había amartillado su arma-Lo que sí tengo claro es que Derecho no es igual a Justicia. La Justicia es algo tan simple y tan complejo como dar a cada uno lo que se merece.
-Oye, no sé de qué me estás hablando.-afirmó su objetivo con voz ronca-Al fin y al cabo no me vas a dar una sola oportunidad, ¿cierto?
Erika dio la espalda a su objetivo paladeando la imprudencia cometida y notando cómo su pulso se aceleraba, aquella sensación de embriaguez que sólo le proporcionaba el riesgo. Amartilló su pistola e inspiró hondo a la vez que su cuerpo se tensaba, como si todos sus miembros fuesen cables de acero. Esperaba una confesión de su objetivo, un gesto de culpa, algo que le permitiese continuar poniendo en práctica su plan. El hombre se revolvió en su asiento al igual que un pez recién sacado del agua, pugnando horrorizado para que su vida no se le escapase.
“Todos somos iguales-se dijo Erika-enfrenta al más desdichado de los seres humanos a la cercanía de la muerte y aunque se repugne a sí mismo tratará de seguir luchando por otra bocanada de oxígeno. El egoísmo del hombre, siempre ansiamos lo que hemos perdido, pero nunca queremos perder lo que tengamos, aunque no lo estimemos en absoluto. Gran contradicción.”
-¡Yo no he hecho nada! ¡Lo prometo! Por favor, dime qué quieres saber…-clamó aquel hombre al borde de la desesperación.
Erika se volvió hacia aquel hombre, sintió la tibieza de sus propias lágrimas horadando sus mejillas y se sorprendió de su propia reacción. Trató de reponerse pero sólo logró murmurar con voz fría y vacilante:
-Excusatio non petita, accusatio manifesta.
***
Black Hair tomó todos los bártulos que habían comprado Esperanza y ella y subió con ellos hasta la casa sintiéndose sumamente ligera mientras que una angustiante sensación de opresión crecía en su pecho, como si una loza le aplastase los pulmones: la zozobra. Depositó las bolsas de forma caótica y descuidada en el suelo de la cocina. Una enorme y jugosa manzana, un orbe de rubí, se deslizó fuera de la bolsa y rodó sobre las baldosas. Con un movimiento eléctrico se percató de la razón que la había llevado hasta allí y salió disparada internándose en la vivienda.
Comenzó a andar por el pasillo, la puerta del fondo estaba cerrada. El tiempo parecía dilatarse a cada paso hasta que oyó un disparo acompañado de su explosión luminosa. Aquello la petrificó y los acontecimientos se precipitaron, en unos segundos se abalanzó sobre la manija de la puerta, aunque no llegó siquiera a rozarla. Su aliento se heló al oír otro disparo. Temblorosa, se aferró al picaporte tratando de recobrar la entereza.
Aquello sólo podía significar una cosa: jaque mate.
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